Por: Alberto Bejarano Avila
Inapelables son los sondeos de opinión que develan
la imagen del gobernante frente a la opinión y predecible el gozo o rechazo de
este frente al resultado. Para Ibagué no es bueno que su mandatario lleve el
farolito en este ranking maniqueo, pues el sondeo, más que calificar al
Alcalde, tácitamente revela una común percepción de la realidad y, de algún
modo, el nivel de autoestima colectiva. Ibagué va mal, es verdad, pero toda la
culpa no es del señor Alcalde y sí de “cochadas” de dirigentes que nunca
estuvieron a la altura del deber y por ello digo, con respeto y en contravía a
lugares comunes esgrimidos como defensa, que el Alcalde inmolado por el tal
sondeo y todos nosotros, cambiando paradigmas de mérito y gestión pública,
podríamos concitar la autocrítica y el debate para destapar las causas del
atraso y la inercia. Sugiero un nuevo marco paradigmático:
No ejecutar actos de gobierno para ganar imagen.
Hemos de saber que la imagen personal como objetivo prioritario es yerro
narcisista y patético propio de culturas políticas decadentes y de círculos de
poder afectados de megalomanía. Reconocimiento digno y a veces histórico se
otorga a aquellos que sin calcular eventos de prestigio o impopularidad
demuestran real compromiso social y cumplen recta y sagradamente sus deberes.
La imagen del funcionario público o del líder jamás debe ser un fin maquinado,
debe ser libre y merecida gracia popular por un deber bien cumplido.
Prohijar sin miedo el debate público sobre asuntos
de interés común y prestar oído fino a críticas justas y consejos generosos y
bien intencionados que sólo puede provenir de personas con carácter e
independencia. Elogios e insinuaciones en cuchicheo son mañas de áulicos y
palaciegos y suelen entrañar segundas e mezquinas intenciones que perjudican al
mandatario y la sociedad.
Entender que hechos normales de gobierno no tienen
que merecer distinción excepcional. Así como una persona no merece Cruz de
Boyacá o medalla al ciudadano emérito por lavar loza, barrer o sacar al perro,
un alcalde no merece encomio especial por tapar huecos, otorgar becas, pintar
escuelas o cualquier labor con cargo a un rubro del presupuesto público. Todos
esperamos que un sujeto común o un alcalde normal hagan lo mínimo que deben
hacer y solo quien coadyuva a cambiar el curso de la historia, ésta, tal vez,
le otorgue sitio especial. Quien tiene iniciativa, es prospectivo, inclusivo,
lidera, indica caminos, oye, convoca, cohesiona, acuerda, protege (y no es
rosquero) él, sin buscarlo, sin duda recibirá reconocimiento de excepción. Esta
es la cuestión.
Saber que el ciudadano, así deba ser testigo
impotente de cuanto sucede, no es memo y sabe bien quienes protegen o enajenan
el patrimonio público. La sabiduría popular es cierta así la cultura política
sea débil y es por ello, y por ética, que gobernantes y dirigentes no deberían
hacer cálculos estratégicos sobre debilidades comunitarias y sí sobre sus
fortalezas y potencialidades. El respeto a las persona diferencia al legítimo
líder del anacrónico manipulador y al buen político del politiquero. Sobre
cultura cívico-política nuestras universidades, UNIBAGUÉ y UT, podrían
investigar y aportar propuestas orientadas a calificar el desempeño
participativo de los ibaguereños.
Creer que sólo un equipo idóneo puede imaginar,
crear, confiar, proyectar y liderar tareas complejas y sistémicas que rebasan
el límite de competencia del tecnócrata. El Tolima, en todo campo, tiene
personas capaces para organizar equipos eficientes, razón por la cual
mandatarios y dirigentes no tienen excusa para argüir imposibilidades. Como
“anillo al dedo” les caería este fallo de Newton: “Si he logrado ver más lejos,
ha sido porque he subido a hombros de gigantes“.