PERIÓDICO EL PÚBLICO
LA VIOLENCIA EN LOS HOGARES
Por: Carlos Orlando Pardo
Es terrible cuando informan que de acuerdo al estudio y estadísticas de Profamilia y Bienestar Familiar, el 42% de las mujeres tolimenses son maltratadas. Se marca aquí un fenómeno social y mental de graves proporciones, sin contar aquellas golpizas que quedan sin denuncia aumentando ostensiblemente los guarismos, mucho más al precisar que tan sólo el 20% de las mujeres agredidas en el Tolima denuncian estos casos. Ese tradicional machismo colombiano que llevó a las mujeres a que se les reconocieran sus derechos políticos hasta el plebiscito de 1957 y duraran 147 años sin poder votar mientras la cédula fue uso privativo de los hombres durante 101 años, pareciera generar una tradición discriminatoria que debe remediarse.  La violencia doméstica registrada en medicina legal y el ranking de intimidación y terror intrafamiliar que se expone, revela igualmente que estamos ubicados como el séptimo departamento con más agresiones en el hogar. Tales entuertos parece que sólo las llevara a ganar dentro de los mitos, leyendas y tradiciones populares donde ella encarna la gran mayoría e inclusive ganan al incrustarse en la imaginación popular cumpliendo como justicieras y vengadoras con sus poderes sobrenaturales. Por desgracia, aquellas hermosas leyendas antes de convertirse en figuras folclóricas aunque conservando parte de las voces de los antepasados, ya no asustan a nadie, quizá desde la época de la violencia de mitad de Siglo XX cuando a los campesinos les tocó refugiarse en el monte y nada les ocurría. Para completar el panorama de querellas en los hogares que se convierten en campos de batalla, se cuenta que según el mismo estudio el 54.8% de las mujeres responde a las agresiones también con golpes, lo mínimo que podría esperarse y que el 51 por ciento ataca a su compañero, esposo o amante cuando está descuidado. Los hijos y otros miembros de la familia se encuentran atravesando un clima enrarecido como para volver la vida un tránsito hacia la amargura, sin contar aquí otros ingredientes que la vuelven un penoso camino, si se agregan los altos niveles de desempleo y subempleo, de desnutrición y de inseguridad por los atracos, la no atención médica, la falta de vivienda y los altos precios de los servicios públicos, calmándose a veces al prender el televisor para contemplar allí, según los datos de la UNESCO, no menos de 50 crímenes al día. Tales niveles de violencia en los hogares donde también los niños y niñas son maltratados cuando no violados, colocan al Tolima en cuanto a su violencia doméstica por encima del promedio nacional. Y todo pareciera un pasaje apocalíptico, una escena digna de Dante o un anticipo del infierno, puesto que las penas de prisión contempladas en la ley 882 sobre el maltrato físico o psicológico que igualmente es alto, se sintiera “letra muerta”, como bien la define la abogada Margarita Carvajal. Este dramático episodio social que se traduce a golpes con la mano, con objetos, patadas,  amenazas y mordiscos, tiene que causar una respuesta colectiva por encima de llamar a la policía. Se trata de generar una detenida reflexión empezando por nuestras propias casas a partir del uso del mismo lenguaje y de la responsabilidad que nos llama a ser mejores seres humanos cada día.