Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
La sociedad actual presenta elementos que
son bastante contradictorios. Por un lado se habla de proteger a los niños y
por otro se los abusa sexualmente, se los obliga a trabajar o se los margina de
posibilidades reales de estudio y protección familiar y social. Igual ocurre
con las mujeres a quienes se dice querer, admirar y respetar, pero en la
práctica, sufren todo tipo de discriminaciones, vejámenes y violencias.
Existen otros aspectos también
contradictorios. Una sociedad tiene que ser muy poco sensible para abandonar a
las personas que ya han superado la edad madura. Son los adultos mayores. Si
bien es cierto que la juventud es reconocida como un tesoro, la experiencia o
el conocimiento acumulado son, prácticamente desechados. Duele ver ancianos
abandonados, botados a la calle, sobreviviendo de la limosna o la caridad
pública. O a unos viejitos que los recogen y los abandonan en un hospital.
Allí, sufriendo sus quebrantos de salud, en silencio padecen su soledad. Y esto
pasa en todos los estratos sociales. Los que tienen con qué pagar, los llevan a
hogares geriátricos, para que sean otros los que, por una cuota mensual, se
encarguen de su cuidado. Los que tienen menos recursos económicos, en ocasiones
les disponen unas habitaciones en lugares apartados, oscuros y poco ventilados,
donde no estorben ni molesten.
Al parecer se nos ha olvidado que todos,
absolutamente todos, llevamos en nuestra esencia, en nuestra naturaleza, en
nuestra biología, un adulto mayor en potencia. Es decir, todos vamos para
viejos. Cada día que pasa crece en nosotros el adulto mayor que llevamos
dentro. Como esto pueda que lo sepamos, pero parece que no lo recordáramos,
vemos a diario chistes y ridiculizaciones sobre los ancianos. Nos burlamos de
su caminar cansino, de su hablar pausado, de sus frecuentes olvidos, de su
precaria habilidad, de sus achaques…
Ellos no son un estorbo, ni son pasivos ni
tampoco inútiles. Son seres humanos que han alcanzado una etapa de su existencia
social como personas. Merecen el amor, el respeto y el apoyo de su entorno
familiar, de la sociedad en su conjunto y del estado. La dignidad humana de las
personas no declina con la edad. Por eso es importante hacerles conocer los
beneficios que la ley les entrega y facilitarles todos los mecanismos
necesarios para que reclamen sus derechos cuando les sean vulnerados. Se debe
velar por su salud y condiciones vitales, por su formación y capacitación, por
su correcta alimentación, por su visibilización, reconocimiento y
rehabilitación.
En el adulto mayor reposa la memoria
histórica de nuestra sociedad. Por eso se debe incentivar su interacción con
niños e instituciones educativas. Se les debe dar siempre atención preferencial
en todos los sitios y los desarrollos urbanísticos deben tenerlos en cuenta. La
protección del adulto mayor debe ser integral, pero lo que debe guiarla es el
amor, el respeto y la solidaridad.
Qué bueno que muy pronto esta ciudad se pueda preciar de
tener los adultos mayores más felices y protegidos de Colombia. La seguridad de
los adultos mayores es un asunto en el que cada uno tiene que poner de su
parte. Al estado hay que exigirle, pero nosotros debemos dar. No hay que
esperar a que empiecen los otros, debemos iniciar ya, sin titubeos, con
decisión.