PERIÓDICO EL PÚBLICO
Por: Alberto Bejarano Ávila
Como en inefable día de estío, en mi región Pijao no se mueven ni las hojas de los árboles. Con excepciones no siempre en pro del interés tolimense, es el ruido mediático aupado por el protagonismo el que altera los sentidos para producir sensación de dinámica y avance cuando en verdad todo está quieto, todo sigue igual o tal vez mutando a peor. La rancia retórica dice que vamos bien, la realidad muestra que vamos mal y sólo el espíritu autocritico y abierto al debate podría esclarecer nuestra percepción de la realidad e inaugurar nuevos paradigmas que den sentido al quehacer diario y corrijan el error de juicio del líder, gobernante y vecino que de buena fe cree que nuestro destino cambiará sin proyecto político de región, sólo por la inercia, las declaraciones públicas y la ejecución de presupuestos cada vez más empobrecidos.

Prueba del trivial influjo del viejo paradigma del hacer por hacer es la creación del día del Tapa Roja por parte de la “Duma” Departamental, otro más de tantos ingenuos días del no sé qué instituidos para socorrer propósitos loables pero que, en este caso, no salvará a la licorera tolimense que tendrá que sufrir decadencia hasta el día en que un “iluminado” propondrá su venta al aguardentero foráneo. Árido es un día del no sé qué cuando nace del oportunismo y el efectismo; fructífero si germina de identidad, claridad ideológica, visión de futuro sistémica y sincrónica, ideas autonómicas, estrategias de largo plazo y planes de desarrollo endógeno.

Salvar al Tapa Roja y otras empresas públicas, proteger nuestros recursos e iniciar el viaje colectivo hacia el bienestar precisa de identidad forjada en la noción de territorio histórico, de sabernos dueños ancestrales de los recursos naturales y de tesis de economía política y región que remocen el acervo cultural tolimense. Si lo entendiéramos así, la “Duma” y los 47 concejos municipales, en lugar del cándidos días del no sé qué, tendrían que provocar el inédito y digno suceso político de proclamar el espíritu autonómico y las ideas regionalista y convocar a la lucha histórica por nuestro derecho a construir un modelo de desarrollo donde él tolimense decida sobre los recursos naturales, las políticas de gestión y la pertinencia del conocimiento, la ciencias y la tecnologías. Los convidados de piedra jamás disfrutarán del desarrollo.

Es irrefutable, el tolimense quiere “otra cosa”, desea otros rumbos, bienestar y calidad de vida, pero cuando debe decidir (tal vez por falta del libreto correcto o por ignorada maldición del Mohán) surge un fenómeno paradójico y decepcionante: algunos de quienes anhelan “otra cosa” retornan a la “misma cosa”, al anacrónico politiqueo, a tejas, tamales y lechonas, a la mezquina feria del voto. “Póngame ese trompo en la uña”, diría el inquisitivo ciudadano frente a este crónico contrasentido cuyas causas profundas urge desentrañar para poder remediar.


¿Gregarios o autónomos? ¿Lo mismo o lo nuevo? Estos viejos dilemas tendrían inicio de solución dando oído a un consejo de Einstein: “no es posible resolver los problemas del presente con la misma mentalidad con que fueron creados”, o meditando sobre el sentido psicosocial de lo dicho por Juan de Dios Restrepo (Emiro Kastos) en 1879: “En Ibagué se vive despacio, sin preocupación, casi sin interés”. (Cita de Hernán Clavijo en su obra “Formación histórica de las élites sociales en el Tolima”). No son complejas, no son grandes las tareas, basta con nuevos contenidos educativos, otros enfoques ideológicos, otro talante político, otro estilo de liderato, otras formas de actuar. Tiempos de buen vivir para el tolimense sólo llegarán como fruto del esfuerzo tenaz, solidario y perspicaz de todo el paisanaje, nunca por concesión centralista, piñatas electorales o mecenazgos de magnates y, para afirmar estas premisas, apelemos a Perogrullo: el cambio se hace cambiando; quien quiere “algo nuevo” que haga “algo nuevo”.