Por: Carlos Orlando Pardo
Hace ya no pocos años, la prestigiosa periodista y escritora Lola de Acosta se radicó en Bucaramanga donde vive dedicada a su jardín y al cariño de los hijos que la acompañan lealmente. Aún a sus 93, lee con devoción libros de poesía, periódicos y a diario resuelve crucigramas. Desapareció de la escena del Tolima con discreción, como ha sido siempre su estilo y hablamos en ocasiones por teléfono sobre los tiempos que vivimos y amigos comunes que poco a poco se fueron muriendo.
Hace ya no pocos años, la prestigiosa periodista y escritora Lola de Acosta se radicó en Bucaramanga donde vive dedicada a su jardín y al cariño de los hijos que la acompañan lealmente. Aún a sus 93, lee con devoción libros de poesía, periódicos y a diario resuelve crucigramas. Desapareció de la escena del Tolima con discreción, como ha sido siempre su estilo y hablamos en ocasiones por teléfono sobre los tiempos que vivimos y amigos comunes que poco a poco se fueron muriendo.
Carlos Orlando Pardo con Lola de Acosta y Leonor Buenaventura
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Lola de Acosta a sus 93 años |
Lola de Acosta |
POEMA IV
Porque has vuelto a tus raíces
remontando el tiempo
te estoy sintiendo ahora
rebelde y palpitante
flor herida
exudando ancestro.
Para defender tu herencia
has retomado tus lanzas,
pintado el rostro
ancestral y hermoso;
regresado a tu barro
y a tu cal
milenaria de piedra
omitida
en la historia
de los conquistadores.
Vuelves
a desenterrar el oro
elaborado con tus viejas manos
que desbordó la codicia
de los invasores.
A liberar tus dioses
a enaltecer tu raza
a cultivar tu tierra
retenida
en viejos documentos
de viejas notarías.
Hoy como un barco
anclado sobre los siglos
vas reproduciendo naves
como sueños
en la piel de las horas.
INQUIETUDES
POEMA XI
En esta orilla de mi tiempo
mi propia y dulce intimidad.
Un payaso triste
detrás de su careta.
Un perfume
en su geografía de cristal.
Una muñeca
dormida desde siempre,
la luz, un ventanal.
Y tu piel sobre mi piel
como un manto cósmico
brasa quemándose en mi noche
relámpago repetido
aprisionado
por tus manos
y mis manos.
En la otra orilla
lo usual, lo cotidiano.
Salir a la misma hora
enfrentarse a la violencia
citadina,
sortear las marejadas
que sueltan los semáforos.
Atravesar la calle
tass!... heridos,
tal vez muertos.
El ISS y su ambulancia.
Dedos como garras
cargados de aderezos
rutilantes.
Los aretes,
Una gota púrpura
cuajándose en el lóbulo.
la insurgencia
que se toma un puesto militar.
La muerte cabalgando en moto
y los hombres que se doblan
como espigas.
El lotero. Los millones.
Alguien te vende un minifundio
en un Jardín de Paz al norte
y al sur El Apogeo a plazos.
Es la hora vespertina.
Ahora son las luces,
los neones titilantes
Y el regreso.
Perderse en el silencio
Estridente de las calles.
Gente, gente,
de un lado a otro
como peces alocados
cercanos a la angustia.
Tiempo y vida que muere
todos los días
con la última hora.
LA CASA
La casa está llena de tu silencio
porque estás allí, presente e ingrávido
calcado en las paredes
y en el interior de los párpados.
La boca cerrada y amarga
no emite palabras.
Los peces mataron la risa en el agua.
El canto murió en la piel de los pájaros.
Lloraron las flores
en la última madrugada.
El reloj se detuvo en el tiempo
y hasta la bailarina
suspendió la danza.
En un sitio, a la izquierda,
se inmovilizó la mirada.
Días, meses, años...
tiempo blanco.
Todo sigue igual
cotidiano
con tu presencia ingrávida
inasible
flotando en el aire.