Santiago Castro Agudelo. |
Finalmente hice lo que no quería hacer. Esperé cerca de 20 minutos
para poder ingresar al parqueadero de esa gran mole que llama “La estación”, el
nuevo centro comercial que es “sensación” en Ibagué. Nuevos almacenes, marcas
nuevas para el Tolima, un SAO, la espectacular “Paletería” que hace que la
espera para poder ingresar valga la pena y una amplia plazoleta de comidas, de
esas que acaba con lo humano que era el almuerzo o ir a cenar y lo reemplaza
por la uniformidad y el irrespeto al tiempo y al espacio.
Impresionante ver a los compradores compulsivos que querían llevarse
todo en Pepe Ganga o en Tecnópolis a “24 cuotas señorita”, “si no pasa esta
tarjeta le pago en efectivo”, etc. Mi hijo me dijo “pa´ me siento como en
Bogotá”. En ese momento sentí un golpe tremendo y me puse a pensar en tantas
cosas que hacen del Tolima ser lo que es y a la ciudad musical un escape de ese
monstruo que enajena y al que tantos quieren llegar, Bogotá. Recorrí toda esa
mole donde ya nadie se conoce con nadie en busca de lo más importante para
cualquier ser humano, la lectura. No había nada, ni una sola librería o una
tienda al menos de “entretenimiento” en serio, no esas plagas que agrupan cajas
de Xbox como si fuera pollo en promoción, para lograr controlar a los hijos sin
tener que desgastarse en educarlos y formarlos.
Y es que Ibagué crece y crece. Ahora hay trancones interminables,
huecos como en la capital, carros último modelo y motos por todas partes.
Apartamentos de todos los estratos y casas inmensas que en Bogotá ya son solo
un recuerdo. Llegan todos los artistas y las fiestas incluyen los tragos de las
más reconocidas marcas, mientras nuestra Fábrica de Licores sigue emborrachando
las fiestas que los políticos disfrutan pero no quieren pagar.
Comentando al respecto con algunos amigos, celebraban el “progreso”,
el “crecimiento” y el “desarrollo” que se empezaba a ver. Como ya es costumbre
me atreví a hacer una pregunta y un comentario: ¿De qué progreso, desarrollo y
crecimiento estamos hablando? “Porque si asumimos el desarrollo como la
valoración de lo propio y el aumento efectivo de la libertad, tal como lo ha
sugerido Amartya Sen, tendría que decir que en Ibagué hay una gran burbuja de
ilusión y un espejismo de progreso, que se nos puede estallar en la cara cuando
menos lo esperemos”, comenté.
El problema más grave está en aquél comentario que hiciera el famoso
hombre de la calle y que algunos después imprimieron en botones y afiches:
“Aquí nadien lee”. Sabia anotación. No hay una sola librería que merezca llamarse
tal, a los cines llegan las pésimas producciones de Hollywood con las cada vez
más deplorables traducciones, pues para muchos es hasta “jarto” leer subtítulos
y mucho más aprender inglés. El conservatorio es más una especie de museo al
que ya pocos quieren ir y la Biblioteca Darío Echandía recibe a los siempre
inquietos estudiantes de la Universidad del Tolima y a quienes no quieren o no
tienen para gastarse en comprar el periódico del día.
Martha Nusbaum, profesora de la Universidad de Harvard, insiste en que
las humanidades son un pilar esencial en la consolidación y el mantenimiento de
la democracia, único cimiento para vivir libres y ejercer la autonomía. Aquí,
sin embargo, muchos han caído en el desprecio por la lectura y la valoración
desmedida de aquello que nos evita tener que pensar. Ya lo anunciaba Heidegger
cuando afirmaba que el gran problema es que no pensamos, que confundimos pensar
con repetir.
Ojalá todo este auge que a tantos emociona en Ibagué, pronto esté
acompañado de amplios escenarios culturales, inversiones importantes en
espacios para la lectura y el diálogo, en la promoción de nuevos y mejores
grupos de teatro, de poesía, arte e historia, esta última que ha quedado a la
sombra en un departamento que tanto le aportó a Colombia, empezando por ser
puerto de intercambio entre civilizaciones, ese que tras un invierno perdió
buena parte de sus archivos al río que amamos desde que nacemos, y que nos hizo
un llamado a cuidarlo, llamado que no hemos querido escuchar.