Digo,
en aras de debate, que al examinar la “dinámica de las ideas” en nuestra región,
fácilmente se concluye que el tolimense, siendo atento oyente del fuereño, generalmente
presta oído sordo al coterráneo. Este no es asunto trivial o queja necia como
pudiera ser juzgada, pues tal conclusión lleva a inferir cierto celo o desdén a
las ideas propias y crédito incondicional a ideas ajenas, rareza que entrañaría
una rara patología que nos impide construir pensamiento regionalista y por ende
estructurar una visión propia de desarrollo que nos caracterice frente a la
opinión nacional.
Periódicamente
llega a Ibagué y al Tolima gente seria y sabia y mucho fullero, a veces a alto
costo. Si bien unos y otros aportan ideas sobre desarrollo, lo cierto es que
con la gente seria y sabia poco ganamos
porque sus ideas no entran en simbiosis con nuestras ideas (?) y del fullero sólo
logramos perplejidad, pérdida de tiempo y despilfarro de dinero y claro, la
consabida foto con el anfitrión.
La
visión del desarrollo regional se aquilata en la construcción de pensamiento
regionalista y este en el conocimiento de la región (y el municipio) y en ambos
asuntos, que atañen sólo a nosotros y no a otros, las cosas no pintan bien. Tal
vez a unos no convenga y a otros les importe un bledo que nos reconozcamos como
sociedad regional desde la educación, la planeación, el debate político, las
estructuras sociales, la gestión gremial y, de ahí, la desidia para avivar las
ideas propias desde modelos alternativos de análisis opuestos a las viejas
formas de pensar.
Los
debates nacionales sobre paz, recursos naturales, problemas sociales, economía,
geopolítica, medio ambiente, ciencia, etc. tienen gran valor, pero confunden y
resultan vacíos cuando no están asociados a una audaz perspectiva regionalista
de desarrollo. De no tener claros los derroteros de la casa, toda consideración
sobre lo que sucede en el vecindario queda en elucubración o cotilleo trivial y
hace que desatendamos los verdaderos y urgentes objetivos históricos de la
región.
A
buenos y tolerantes amigos con quienes comparto ideas, suelo decirles que, para nuestro caso, el mejor método para
conocer la región, pensarla al derecho y cambiar el caos conceptual por una
coherente y consistente prospectiva regional es aprender haciendo y que ello
supone emprender decenas de iniciativas hoy soslayadas o relegadas por ignorar
que así se califica y se da pertinencia al esfuerzo de una comunidad empeñada
en lograr el desarrollo socioeconómico. En el desarrollo, la calidad del
resultado es proporcional a la calidad de las ideas, la visión y el espíritu
orgánico.
Ahí
vamos, porfiando en que el dirigente histórico es quien cumple su función
diaria vitalizando y no socavando las virtudes colectivas que edifican futuro
promisorio. Cito una vez más el axioma de Carlo Cattaneo que insta a pensar
diferente si se quieren obtener grandes resultados del trabajo cotidiano: “los
pueblos que se hacen pequeños en su pensamiento se hacen débiles en sus obras”.
¿Cuándo
hablamos sobre cómo salir del atolladero? Por ahora anticipo una idea: basta
conciliar un ético realismo económico con ideas progresistas, abiertas y
flexibles para que diversas formas de pensar moldeen un regionalismo incluyente
y moderno. Atizar desencuentros entre los actores del desarrollo (somos todos) perpetúa
formas de pensar que nos tienen donde nos tienen y frena toda posibilidad de
que lógicas nuevas nos reúnan en el aplazado objetivo común de construir la región
moderna, solidaria y equitativa que merecemos y que, sin duda, merecen los
niños y jóvenes cuyas oportunidades hoy son más que inciertas, porque así lo
quisimos o lo hemos permitido.