PERIÓDICO EL PÚBLICO: ¿CUÁNDO HABLAMOS…?

¿CUÁNDO HABLAMOS…?

Por: Alberto Bejarano Ávila

Digo, en aras de debate, que al examinar la “dinámica de las ideas” en nuestra región, fácilmente se concluye que el tolimense, siendo atento oyente del fuereño, generalmente presta oído sordo al coterráneo. Este no es asunto trivial o queja necia como pudiera ser juzgada, pues tal conclusión lleva a inferir cierto celo o desdén a las ideas propias y crédito incondicional a ideas ajenas, rareza que entrañaría una rara patología que nos impide construir pensamiento regionalista y por ende estructurar una visión propia de desarrollo que nos caracterice frente a la opinión nacional.  


Periódicamente llega a Ibagué y al Tolima gente seria y sabia y mucho fullero, a veces a alto costo. Si bien unos y otros aportan ideas sobre desarrollo, lo cierto es que con la  gente seria y sabia poco ganamos porque sus ideas no entran en simbiosis con nuestras ideas (?) y del fullero sólo logramos perplejidad, pérdida de tiempo y despilfarro de dinero y claro, la consabida foto con el anfitrión.

La visión del desarrollo regional se aquilata en la construcción de pensamiento regionalista y este en el conocimiento de la región (y el municipio) y en ambos asuntos, que atañen sólo a nosotros y no a otros, las cosas no pintan bien. Tal vez a unos no convenga y a otros les importe un bledo que nos reconozcamos como sociedad regional desde la educación, la planeación, el debate político, las estructuras sociales, la gestión gremial y, de ahí, la desidia para avivar las ideas propias desde modelos alternativos de análisis opuestos a las viejas formas de pensar.

Los debates nacionales sobre paz, recursos naturales, problemas sociales, economía, geopolítica, medio ambiente, ciencia, etc. tienen gran valor, pero confunden y resultan vacíos cuando no están asociados a una audaz perspectiva regionalista de desarrollo. De no tener claros los derroteros de la casa, toda consideración sobre lo que sucede en el vecindario queda en elucubración o cotilleo trivial y hace que desatendamos los verdaderos y urgentes objetivos históricos de la región.

A buenos y tolerantes amigos con quienes comparto ideas, suelo decirles  que, para nuestro caso, el mejor método para conocer la región, pensarla al derecho y cambiar el caos conceptual por una coherente y consistente prospectiva regional es aprender haciendo y que ello supone emprender decenas de iniciativas hoy soslayadas o relegadas por ignorar que así se califica y se da pertinencia al esfuerzo de una comunidad empeñada en lograr el desarrollo socioeconómico. En el desarrollo, la calidad del resultado es proporcional a la calidad de las ideas, la visión y el espíritu orgánico.

Ahí vamos, porfiando en que el dirigente histórico es quien cumple su función diaria vitalizando y no socavando las virtudes colectivas que edifican futuro promisorio. Cito una vez más el axioma de Carlo Cattaneo que insta a pensar diferente si se quieren obtener grandes resultados del trabajo cotidiano: “los pueblos que se hacen pequeños en su pensamiento se hacen débiles en sus obras”.


¿Cuándo hablamos sobre cómo salir del atolladero? Por ahora anticipo una idea: basta conciliar un ético realismo económico con ideas progresistas, abiertas y flexibles para que diversas formas de pensar moldeen un regionalismo incluyente y moderno. Atizar desencuentros entre los actores del desarrollo (somos todos) perpetúa formas de pensar que nos tienen donde nos tienen y frena toda posibilidad de que lógicas nuevas nos reúnan en el aplazado objetivo común de construir la región moderna, solidaria y equitativa que merecemos y que, sin duda, merecen los niños y jóvenes cuyas oportunidades hoy son más que inciertas, porque así lo quisimos o lo hemos permitido.