PERIÓDICO EL PÚBLICO
Primeras Damas en vía de extinción
Por: Fernando Varon Palomino
Ah! Tiempos aquellos, cuando los elegidos llegaban a su posesión tomados de la mano con su esposa, acompañados de los hijos y en algunos casos de los nietos. Gobernadores y Alcaldes, no solo se sentían felices por regir los destinos del pueblo sino porque tenían el apoyo  de su entorno familiar encabeza de su respectiva dama y no damiselas como hoy acompañan a ciertos candidatos.
Eran otros tiempos dirán algunos,  porque ahora lo que prima es el desarrollo de la personalidad que en buen castellano de algunos políticos es lo que ahora llaman diversidad.
Recuerdo y para no ir tan lejos, que el primer alcalde de elección popular de Ibagué, Armando Gutiérrez Quintero, fue acompañado por la primera dama,  LUZ MERY CASTRO y su posterior sucesor francisco José Peñaloza, con Teresita su esposa, de ahí en adelante, ni Rubén Darío Rodríguez, Álvaro Ramírez Gómez, Jorge Tulio Rodríguez, Carmen Inés Cruz, hicieron uso de la fórmula de la Primera Dama. Con distintas razones pero llegaron solos a gobernar. Tal tradición la rompió el actual Alcalde, Jesús María Botero.
La Gobernación del Tolima, no escapó a la soledad de la cónyuge … oficial digo,  y para no ahondar en el tema, salto a lo que nos espera y lo que nos ofrecen los distintos candidatos para la Alcaldía de Ibagué y Gobernación.
Por los lados del Partido …me refiero al Partido Conservador, a la Gobernación del Tolima, el candidato Fernando  Caycedo fiel a lo que quiere hacer, de salir electo y es, el continuismo, se acaba de separar o por lo menos ya no ve a su esposa con los mismos ojos.  Como quien dice, tiene los ojos puestos en otra dirección.  Luis Carlos Delgado, candidato Liberal, no solo cuida los nietos sino a quien sin duda será la Primera Dama María Elsy Morales . Para la Alcaldía el Partido de la “U”, es poco lo que nos ofrecen de solidez familiar; Jorge Tulio, ya no pelea con un veedor por una dama ahora pelea con su dama. De Ricardo Ferro, no le conozco su entorno familiar pero es igual a lo que le ocurre a los ibaguereños, a él no lo conocemos, como tampoco él conoce a Ibagué, es decir, estamos iguales. Tal vez, la única que llegara acompañada de una dama es Clara Rosa Pardo y sin suspicacias, lo digo por aquello de su trabajo con la igualdad de género.
El Partido Liberal, se salvan de la hecatombe, Luis H Rodríguez con su incansable Luz Amparo ,  Freddy Pérez, Guillermo Guarnizo en ellos existe solidez familiar, porque al otro, el Liberal de  Verdad su primera Dama se comporta tan despóticamente con sus copartidarios que no pareciera.
Mi lema, sin duda es, Que vuelvan las primeras damas.
OSCAR AGUDELO
EL CANTANTE QUE SIEMPRE ESTÁ DE MODA
 Cincuenta son los años que cumple el tolimense Oscar Agudelo bajo los esplendores de su vida artística. Ahora, para el 15 de mayo, se le rinde un tributo en Ibagué acompañado de importantes artistas como la triunfante Olga Walkiria que regresa de su gira en España para el acto. Nos emociona este homenaje a un símbolo de la música popular que una buena tarde nos contara su periplo para testimoniarlo en mi libro Protagonistas del Tolima Siglo XX. Allí supimos, antes de la delicida compartida en la bohemia, que errar de pueblo en pueblo ha sido su destino. Antes de cumplir la mayoría de edad ya había recorrido la mitad de su departamento. Nació en Herveo, donde jugaba con sus amigos en un hermoso parque rodeado de palmeras, pero a los seis años ya su vida transcurría en Padua, un pequeño caserío de ese municipio. Allí se adentró en el mundo de los monaguillos y aprendió a tocar su primer instrumento, las campanas de la iglesia, y a cantar frente a las tumbas en el cementerio. A los catorce andaba por el Fresno y de ahí continuó por Ambalema, Venadillo, Ibagué y Girardot. Tercero de siete hermanos, con un tempera­mento dicharachero y bohemio, llegó a figurar, si no como el mejor, sí como uno de los más recono­cidos cantantes románticos del país. Los inicios de su carrera, en ese constante peregrinar de su existencia, se dieron casualmen­te en Girardot. Se empleó en el almacén de doña Candelaria de Leal y poco a poco se dio a conocer porque su voz no paraba de entonar las melodías de la época. Un día, Enrique Pérez Nieto y Hernando Rengifo, dos reconocidos locutores, lo escucharon al pasar por el establecimiento y, sin dudarlo, le propusieron que se presentara en la emisora Radio Girardot de Celestino Cifuentes Gómez donde hacían furor con el programa Las nuevas estrellas de la canción. Compitió durante tres meses hasta que logró el primer premio y se animó a estudiar en el Conservatorio de Ibagué para sacar adelante su cuarto año de bachillerato. Como de costumbre, su permanencia en la ciudad musical duró muy poco. Retornó a Girardot pero ahora no le agradó su clima ni su ambiente y partió hacia Cajamarca. Allí, el joven artista empezó a hacer las delicias de esta tierra. Con guitarra o tiple en mano, instrumentos que aprendió a tocar gracias a su padre, amenizaba cuanta reunión se presentara. En esas estaba cuando llegó la Compa­ñía Martín y ante la enfermedad del cantante de tangos, Miguel Espinel, no hubo otra alternativa que vincular a Agudelo para que lo remplazara, después de lo cual salió con un contrato debajo del brazo. Se fue con la Compañía a recorrer Pereira, Manizales, Cartago, parte del Valle y algunas ciudades de Venezuela, aprendiendo y disfrutando de los primeros avatares del éxito. No existía horario y lo único que importaba era experimentar, cumplir y echar para adelante.Después de tanta lucha regresó a Pereira con una pierna herida que lo obligaba a caminar con muletas. Ni por esas dejó de cantar. A los veinte días de estar en la clínica, un médico lo escuchó y le prestó una silla de ruedas para que recorriera los pasillos brindándole un poco de entretención a los otros internos con sus imitaciones del argentino Agustín Magaldi. Fue tal la admiración que despertó en los galenos, que uno de ellos lo llevó a Sesquiadero,centro musical de la ciudad. Conoció unos negritos que lo acompa­ñaban con destreza y cuál sería su sorpresa al saber, después de varias presenta­ciones, que sus acompañantes eran Ibarra y Medina, los dueños del pasillo en Colombia. Trabajó con ellos cuatro meses después de los cuales fueron llamados a grabar un sencillo en Medellín, pero se quedó del avión por una borrachera y tuvo que viajar en tren cuando ya estaba en proceso el acetato del dúo. Se dio a la tarea de recorrer todas las casas disqueras hasta que, por fin, Codiscos se interesó en él. Grabó China hereje, melodía que se apoderó de Caldas y después de todo el país. Ese fue su verdadero arrancón y de ahí el reconocimiento. Vinieron canciones como Desde que te marchaste, Quisiera amarte menos, El redentor, Que nadie sepa mi sufrir, Rosas de otoño, y La cama vacía, las que lo consagraron con entusiasmo inusitado entre el público y empezó a ser llamado de todos los rincones del país, con especialidad de la zona cafetera que se volvió su fuerte. Las casas disqueras Sonolux y Codiscos, que funcionaban con gran prestigio en Medellín, lo ayudaron a conseguir contratos con Nuevo mundo, La voz de Antioquia y R.C.N., entre otras emisoras de renombre. Medellín fue su cuna artística y el único domici­lio que realmente tuvo en medio de las giras que lo llevaron más allá de las fronteras del país. No era raro que durara cuatro años en El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica y regresara nuevamente a su entrañable Medellín que le recordaba invariable­mente los pueblos de montaña en el Tolima de su infancia. El sur del continente también motivó largas ausencias. En el Ecuador conoció a una bailarina de una compañía que acababa de desintegrarse y fue tal la empatía y el deseo mutuo de conocer mundo que decidieron, sin meditarlo, viajar hasta Argentina ganándose la vida, curiosamente, no con su voz como era de esperarse, sino con sus pies: bailando tangos. En esas travesías por otras naciones conoció a la que sería su primera esposa, una costarricense que lo acompañó durante veintitrés años mientras él viajaba, cantaba, atendía los negocios nocturnos que constantemente montaba y se dedicaba a la bohe­mia. Cansada de estas ausencias y con tres hijos, dos mujeres y un varón, ella decidió dejarlo y radicarse en Manizales. Pero en medio de estos avatares los momentos más exitosos de su vida no se dieron en el exterior. Surgían cuando regresaba de sus giras y retomaba su público colombiano o cuando aparecía en la taberna que había fundado en Bogotá, en la calle dieciséis entre la carrera trece y la Avenida Caracas donde un importante grupo de seguidores, a pesar de la sórdida ubicación del sitio, se daban cita para gozar de sus canciones. A este lugar llegaban cantantes de todo el mundo y, como no había plata, se les pagaba de contado con buen aguardiente. No era raro ver un día cualquiera de la semana entonando sus mejores canciones, a cambio simplemente de unas copas, a famosas y consagradas figuras como la peruana Oriana Merlín o el argentino Alberto Podestá. El negocio le trajo excelentes resultados hasta que, al regresar de sus primeras presentaciones en Estados Unidos, encontró que los músicos se habían bebido la taberna. Fue tal su desilusión que nunca volvió a montar un sitio nocturno. Se rehizo con una gira por Estados Unidos, una de las más fructíferas. Cuando subió al primer escenario volaban y volaban billetes como muestra de reconoci­miento a sus canciones y tuvo que contar con Esta situación se repitió varias veces porque el público latino, identificado con sus canciones, se veía reflejado en las añoranzas que le despertaba el tolimense. En otra ocasión se presentó en Elizabeth en compañía de Mario Gareña, Ricardo Fuentes, Jhonny Albino, Alci Acosta, Tito Cortés y Rodolfo Aicardi, entre otros compañeros de tarima, y la gente latina no dejó de llorar por la emoción de escuchar a sus paisanos y encontrar en las letras de sus canciones las tierras dejadas muchos años atrás. A partir de ese momento ciudades como Nueva York, Washington, Boston, Filadelfia y Chicago llenaron su itinerario. No siempre cantó solo. Con Olimpo Cárdenas conformó un dúo que alcanzó a cumplir bodas de plata, pero como todas las sociedades se acaban, ésta no fue la excepción. Por eso, es normal que los identifiquen siempre a los dos dentro del mismo género. De todo este peregrinar quedan treinta y siete larga duración, ninguno con composiciones propias pero sí con la esencia de su espíritu. Gran parte de su repertorio ya había sido grabado por otros cantantes sin el éxito que obtuvo Agudelo, tal el caso de Desde que te marchaste, del maestro Guillermo Venegas, interpretado con anterioridad por otras voces pero que con él mantuvo su vigencia. A pesar de su aporte a la imagen colombiana, nunca recibió el apoyo de ninguna agremiación y, mucho menos, el respaldo del Estado. Sin embargo, fue invitado en dos oportunidades al Palacio de Nariño siendo presidentes Carlos Lleras Restrepo y Belisario Betancur. Este último afirmó que su músi­ca siempre estaría de moda y, efectivamente, tras un prolongado receso se puso nuevamente en la onda.Estos momentos, aunque importantes, no son precisamente los más emotivos. Si algo lo ha carac­terizado es su compenetración con el público. Aun­que ya no canta en cualquier parte por cuestiones de imagen, disfruta al presentarse en una plaza de toros, un pueblo, un festival popular o como lo hiciera frente a Alfonso López Michelsen y Alberto Santofimio Botero, melómanos de tiempo completo que escucharon y entendieron su música. Nunca ha pasado por su mente retirarse pero como la época en que se daba el lujo de exigir el pago que quisiera ya pasó y lo que ahorró fue muy poco, dedica parte de su tiempo a comprar casas, habitarlas, remodelarlas y venderlas. Esta es su principal fuente de ingresos, lo que le permite vivir decentemente y dejar pago su entierro porque no quiere que su último adiós sea al estilo de los artistas: en la miseria. 
La marcha triunfal de Aída

Por: Alberto Santofimio Botero
Solamente la fe religiosa, su especial devoción por la ciudad donde nació, ha vivido y aspira a morir; un recio estoicimismo, una orgullosa dignidad para enfrentar, en silencio, dificultades y dolores, le han permitido a Aída Saavedra de García llegar al bello otoño de la existencia, llevando en su corazón "todos los sueños intactos", como lo dijo un día, con indiscutible acierto Alvaro Mutis.
A lo largo de la vida ha sido protagonista o testigo excepcional de sucesos cosidos a la historia misma de Ibagué, del Conservatorio de Música del Tolima, del desenvolvimiento de nuestro acaecer social y cultural, del agitado discurrir político y administrativo, y sobre todo, del devenir del periodismo que es, como la buena prosa una especie de ventana abierta desde donde se mira el trajín del mundo, con una óptica personal y propia. Es lo que algunos llaman hoy la "literatura de la memoria".
AIDA SAAVEDRA DE GARCIA
Desde niña vivió intensamente, con particular interés, la aventura periodística de su padre Floro Saavedra Espinosa, fundador, con el abogado Juan María Arbeláez, en 1935, del semanario "El Derecho" de reconocida influencia en el departamento del Tolima, y de caracterizado talante conservador. Este periódico fue, sin embargo, una tribuna libre, abierta a albergar las plumas más valiosas de estirpe liberal. Bajo los auspicios pluralistas de Floro escribieron allí talentos singulares del liberalismo tolimense como: Arturo Camacho Ramírez, Fidel Peláez Trujillo, Alberto Santofimio Caicedo, Emilio Rico, Julio Galofre, Jorge Alberto Lozano, Alberto Camacho Angarita, Julio Ernesto Salazar Trujillo, entre otros.
La indiscutible calidad de los escritos de "El derecho", que se leen con deleite rastreando modosamente la vieja colección que las manos diligentes de Aida ha conservado por años, obedecía, además del sello genuino y personal de sus autores, a un común denominador en todos ellos: el purismo idiomático del que se preciaban aquellos escritores y que fue posible gracias a los dictados del gran maestro de la lengua y la gramática, en nuestro medio, Manuel Antonio Bonilla.

El con sus doctas enseñanzas construyó una escuela del buen decir y del mejor escribir, que marcó una época y que está reflejada en las páginas de El Derecho y en la determinante influencia, que en ellos se percibe, de Rufino José Cuervo, de Miguel Antonio Caro, de Marco Fidel Suarez, como insignes maestros del idioma común. Las crónicas de Floro, con el pseudónimo de Armando Bueno, y los artículos de Nicanor Velásquez Ortiz "Timoleón", cantor costumbrista, autor del libro Rio y Pampa, un hito formidable de nuestra identidad regional, así lo demuestran, de forma impecable.
Ya lo había dicho, certeramente, Cuervo en sus conocidas "Apuntaciones":
"Nada, en nuestro sentir, simboliza tan cumplidamente a la patria, como la lengua: en ella se encarna cuanto hay de mas dulce y caro para el individuo y la familia, desde la oración aprendida del labio materno y los cuentos referidos al amor de la lumbre hasta la desolación que traen la muerte de los padres y el apagamiento del hogar."
El idioma, por encima de ideas políticas o creencias religiosas o filosóficas, es el gran instrumento identificador de los humanos. Así se practicó con tolerancia y civilización ejemplar, en las páginas de "El Derecho", en aquellos años.
En prosa o en verso se expresó entonces una valiosa generación de tolimenses auténticos, dejando un testimonio trascendental que ha circulado de un siglo a otro, gracias a la tradición de "El Derecho", como libérrimo y genuino espacio para la divulgación del pensamiento plural de nuestra región.
Paradójicamente, y como inescapable vestigio de las tantas violencias que nuestra tierra ha padecido, "El Derecho" fue victima de un inaudito atentado contra la libertad de expresión el 9 de abril de 1948, en Ibagué. Mentes alucinadas, enfermas de un repugnante sectarismo que entonces y después, tanto daño le hicieron a la concordia y la armoníentre las gentes buenas de nuestra ciudad y que enfrentaron a su clase dirigente política, atacaron la sede del periódico que estaba ubicado en la vieja edificación contiguo al edificio donde funcionó por décadas El Directorio Liberal del Tolima, y que hoy es oficina de la emisora "Ecos del Combeima".
Aida rememora este episodio con evidente tristeza, pero sin una brizna de rencor en su espíritu. Así también rastrea en su memoria prodigiosa y los traslada a sus amenas charlas, escritos sobre el pasado ibaguereño, sucesos y recuerdos que, con el correr de los años, inestablemente se van convirtiendo en una especie de itinerario de fuga de amores idos, proyectos frustrados, propósitos no logrados. La visióperenne de amigos de los que solo quedan las amarillentas fotografías en las páginas de los periódicos viejos o de los álbumes olvidados. Las ruinas que la existencia va acumulando, movida por el inexorable vendaval del tiempo. Todo, como lo cantó, con tono punzante de tragedia, el poeta Eduardo Carranza, en su aleccionadora "Epístola Mortal". Este invaluable patrimonio periodístico, histórico y literario ha sido el pan cotidiano, el alimento intelectual del espíritu selecto de Aida. Ella ha abrevado en esas fuentes puras, entrelazando, además, sus recuerdos máíntimos, con el legado periodístico de su padre. Por esto, resulta complejo evidenciar donde termina Floro y donde comienza Aida por que entre los dos hay una compenetración, una comunión, indestructible, un estilo común que los caracteriza y los afianza.
En estos escritos hay, también, la influencia inescapable del amor a la ciudad; De unos tonos líricos que traducen esa devoción prístina por la "Terra Patrum", de la que hablara, refiriéndose también a Ibagué Juan Lozano y Lozano, uno de los más grandes poetas y escritores del siglo anterior. La historia de nuestra ciudad musical, que Aida ha acariciado con pasión indeficiente, inspira arrolladura el enorme esfuerzo intelectual de su libro. Por que, además, ella, al igual que su padre, dedicó registros enteros de su vida ha cuidar y defender la obra del maestro Alberto Castilla, su Conservatorio y su sala de conciertos, colaborándole generosa y desinteresadamente a Amina Melendro de Pulecio en su acuciosa tarea, de tantos años.
Por eso evoca, con nostalgia, la época singular de los "Coros del Tolima", errantes por América y Europa, con el orgulloso mensaje de nuestra música autentica. Los tiempos memorables de la dirección musical de los maestros Alfredo y Esquarcheta, Niño Bonavolontá, los hermanos Chiochano, Vicente Sanchís, entre otros. Y Osear Buenaventura, como un fantasma ¡ncomprendido dejando escapar el prodigioso mensaje de su piano.
También en estos escritos intimistas que el lector habrá de juzgar con benevolencia, esta presente la política. Llevando el credo conservador en su alma, por herencia y por convicción, Aida no sucumbió a las tentaciones electorales. Los jefes conservadores le abrieron las posibilidades del concejo de Ibagué, La Asamblea del Tolima, o el Congreso de la República. Ella, con desprendimiento y entusiasmo, les colaboró a todos, sin escapar a los desengaños que tristemente lleva implícita la actividad política donde se agigantan ambiciones, se eclipsan virtudes y se cosechan innumerables ingratitudes y, en ocasiones, se exhibe la más increíble degradación de la condición humana. Sin embargo, su paso por la administración pública fue eficiente, activo, fecundo.
Ocupó algunas carteras en el gabinete departamental y, por encargo, la Gobernación del Tolima. En estas posiciones puso énfasis en el servicio social a la comunidad como lo había hecho Floro, su padre, al frente de una gestión admirable en la gerencia de la Beneficencia del Tolima en los años cincuenta del siglo pasado.
Por estas actividades administrativas y políticas, y, desde luego, por la larga tradición periodística de sus propia casa Aída cultivo amistades con la clase dirigente nacional de ese tiempo, con personajes como DaríEchandia, Mariano Ospina Pérez, Bertha Hernández de Ospina, Alvaro Gómez Hurtado, Guillermo León Valencia, Misael Pastrana Borrero, Alfonso Palacio Rudas, Rafael Parga Cortes, ente otros. De igual manera, es devota de la obra evangelizadora y el rastro social y progresista de jerarcas de la Iglesia Católica, como Monseñor Pedro María Rodríguez Andrade, esclarecido obispo de la Diócesis de Ibagué, fundador del Colegio Tolimense, El Seminario Conciliar, La Iglesia de Belén, entre muchas realizaciones fundamentales.
El maestro George Orwel, dueño de una insobornable honestidad intelectual, que le hacia aparecer, a veces, inhumano, según otro grande escritor Arthur Koestler, afirmó en un ensayo esencial que "escribir un libro es un combate horroroso y agotador como si fuese un brote prolongado de una dolorosa enfermedad. Nadie emprendería semejante empeño si no le impulsara una suerte de demonio al cual no puede resistirse ni tampoco tratar de entender."
Antonio Muñoz Molina, uno de los más grandes escritores españoles contemporáneos, al que admiro profundamente, afirmó en un ensayo reciente: "He aprendido que escribir es empeñarse y es dejarse llevar en la misma medida en que es contar algo que se sabe y también aventurarse en lo que no se sabe y no habrá manera de que llegue a saberse si no es mediante la escritura misma."
Conforme a los anteriores sabios pensamientos mi entrañable amiga Aída Saavedra de García, resolvió no dejar este mundo sin publicar un conjunto de emociones muy íntimas y recuerdos dispares. Venciendo su proverbial sencillez ha querido dejar orgullosa la bella herencia de su particular paso por la vida, de la aguda mirada crítica con la cual ha observado el discurrir de su tiempo. Por eso, se impulso, con arrojo, obedeciendo solo el mandato de su voz interior, a entonar convencida el himno de su música secreta y compartirlo con el futuro y desconocido universo de lectores, especialmente los de su tierra del Tolima. Ella ha convertido las páginas que siguen en el motor y en la razón suprema de su camino final, en su admirable obsesión intelectual.
Darío Jiménez, nuestro formidable Maestro de la Pintura, solía llamarla, con cariño, "La Celeste Aída". Lástima grande que la inspiración bohemia y la admiración por la figura juvenil de Aída, no las hubiera plasmado en el lienzo con el maravilloso tono de su obra alucinada.
Escribiendo estas letras evoco el culto a la poesía que compartimos siempre con Aida. Siento aún el eco de nuestro coro con Jaime Polanco Urueña, el amigo inmemorable de los dos, recitando el soneto "Pour Helené" de Pierre de Ronsard, impecablemente traducido por AndréHolguín para su insuperable libro "Antología de la Poesía Francesa".
Pienso, en Aida, y la imagino en su actual apartamento del Barrio la Pola, recordando la amplia y acogedora casa de infancia, en el Parque Murillo Toro, con su patio lleno de flores, y viendo ahora, desde su ventana un atardecer Ibaguereño de soles esquivos y ocobos enhiestos.
Suspirará, escrutando el pasado de la Ibagué de sus máíntimas devociones, preocupada por su futuro incierto y repitiendo, de golpe, otro de los poemas que tantas veces suscitaron nuestra melancolía, en noches estrelladas de cálida bohemia intelectual. Este de Juan Ramón Jiménez, cumbre de la Poesía Española:
"Y yo me iré y se quedaran los pájaros cantando. Se moriráaquellos que me amaron y el pueblo se hará nuevo cada año.
Y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado, mi espíritu errará nostálgico."
Bien lo había dicho Edmond Burke, en su juicio sobre la Revolución Francesa: "La sociedad es una comunidad no solo de vivos, si no que también forman parte de ella los muertos y los que aún no han nacido".
Inevitablemente, Aida, al borde de las lágrimas, advertirá, entre las sombras, las figuras de sus padres, su esposo, sus hermanos, tantos amigos fraternos, todos desaparecidos.
Con las licencias que la poesía y la ficción nos deparan a los escritores libres, pienso, interpretando, en la mejor síntesis, a cuantos queremos y admiramos a la autora de estas páginas selectas, que sencillamente y sin más adornos, estamos presenciando asombrados, con el fondo de la música de Giuseppe Verdi: "La marcha triunfal de Aida", en sus años dorados cruzando ahora por el portal de la memoria entre un bosque de flores, presencias y olvidos.

Villa de Leyva, "La Querencia", Marzo 18 de 2011