GRANDES CAUSAS Y
POLÍTICA PEQUEÑA
Por: Alberto Bejarano Ávila
Con las salvedades de rigor, pocas de por sí, el
desempeño de los dirigentes tolimenses en las últimas cuatro o cinco décadas ha
sido trivial y efímero, cuartos de hora que por ligeros nunca hicieron historia.
La historia no se escribe sola, la escribe toda persona que asume lideratos y, por
ello, resulta impajaritable concluir que la vitalidad de la historia tolimense
es un retrato fiel de la calidad del desempeño de sus dirigentes. Este juicio
inevitablemente causará enojos, pero será útil para intentar inducir, por
encima del lugar común o recurrente bobería, un debate al respecto y, quizás, para
persuadir a tanto líder buena gente por esencia, pero embrujado por los artificios
de la politiquería, de que sus actos han de ser semillas de historia y no cosillas
intrascendentes.
¿Por qué
nuestros líderes no han hecho historia? La complejidad de la respuesta excede
los párrafos de mi reflexión, pero puedo alegar una hipótesis que podría ayudar
a despejar la dura incógnita. Sin vacilación alguna, el fin principal del
ejercicio político regional tiene que ser el pleno bienestar social, empresa
que requiere de dirigentes orgánicos y capaces de producir inflexiones o quiebres
históricos y no de histriones ávidos de aplausos que con ideas artificiosas e
incidentales solo ayudan a propagar la endemia del subdesarrollo. Esta
inferencia permite afirmar que solo las grandes causas podrán parir tiempos
reales de restauración, progreso y equidad y que el nefasto politiqueo es caldo
de cultivo para incubar más atraso y pobreza. Convierto en pregunta una frase
de Humberto Eco: ¿en qué momento “la reputación cedió su lugar al énfasis de la
notoriedad”
¿Qué es eso de grandes causas? Pongo un ejemplo que ruego
no entender como invitación pueril a calcar hechos de realidad tan disímil como
lejana. El 11-S, en Barcelona España, un millón y medio de personas, 20% del
pueblo catalán, marchó para afirmar sus ideas independentistas. Es como si en
Ibagué, 240 mil tolimenses, convocados por sus líderes, se congregaran para
afirmar objetivos trascendentes: exteriorizar su vocación regionalista; objetar
el abandono de un Estado al que ha ayudado a progresar; reclamar su derecho a decidir
sobre sus recursos naturales; certificar la región como cuna del “Nacionalismo
Pijao”; rubricar su voluntad de cohesión territorial y social para alcanzar el
pleno desarrollo regional; demandar el rescate de su heredad mítica, legendaria
e histórica y así validar sus sentidos de identidad y autonomía: dejar tácita
constancia de que será bienvenido todo aquel que venga a contribuir al beneficio
de los intereses tolimenses y no quién los menoscaba; expresar que la
conciencia política es conciencia de región y no color de trapo.
Sí “la política
tiene relación con el ejercicio del poder” y el poder tiene como fin último la prosperidad
de todas las personas y si, además, la política es una rama de la ética, entonces
¿cuál el máximo deber del político? Sencillo: liderar las grandes causas de una
sociedad con derecho a la modernidad y al pleno bienestar. Así como uno sabe
bien que la vida es un proyecto individual, el autentico líder está obligado a
comprender que la vida comunitaria es un proyecto político y que, por ética y conciencia
del Nacionalismo Pijao, todo proyecto de vida individual tendría que ser
realizado en consonancia y no en detrimento de un proyecto político futurista
que tiene que ser edificado desde profundas raíces tolimensistas. ¿Es posible
otro futuro? Sí, pero nunca lo veremos si rehuimos las grandes causas y
porfíanos en la política pequeña, tan inútil como dañina.