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| Miguel Gómez Martínez |
FEBRERO 04 DE 2020
Guerra a la ‘tramitomanía’
Unidades enteras de las empresas están dedicadas a cumplir con los requisitos que les imponen las leyes y reglamentos.
"En Colombia, ni siquiera pagar impuestos es fácil” me decía un cliente extranjero. Y tiene razón. Basta ver los aprietos en los que se ven los responsables de los impuestos cuando llegan las fechas de vencimientos y las plataformas informáticas no responden mientras los plazos se vencen.
Lo más interesante de trabajar en consultoría es poder estar en las empresas, observando sus dolores y sufrimientos. Se aprende mucho de la lucha titánica del empresario contra la administración. Unidades enteras de las empresas están dedicadas a cumplir con los requisitos que les imponen las leyes y reglamentos.
Algunos son lógicos y válidos. Pero hay tantos que resultan absurdos porque no consultan la relación costo/beneficio. Además, su cumplimiento es muy diferencial.
Para las empresas formales, cualquier incumplimiento implica una dura sanción. Pero el Estado permite que miles de otros negocios informales o ilegales operen en total impunidad sin cumplir la mayoría de las legislaciones. Los municipios son implacables con quienes no pagan el impuesto de Industria, Comercio y Avisos pero incapaces de luchar contra los vendedores informales que no responden por ningún tributo.
O la del Estado que castiga con una visita exhaustiva a quien pide una devolución del IVA a la que tiene derecho, pero cierra los ojos a los cientos de miles de evasores del mismo impuesto.
Lo peor es que la lista de requisitos sigue creciendo. UGPP, cuerpos de bomberos, códigos de seguridad laboral, normas ambientales, requisitos de higiene, licencias de operación, permisos de circulación, reportes de información a todo tipo de entidades, inscripciones en registros y bases de datos son sólo algunos de los trámites que las empresas deben cumplir y que implican costos considerables y un desgaste administrativo inmenso.
Hasta las Cámaras de Comercio, que deberían apoyar a los empresarios, exigen trámites. Para el sector financiero o de seguros los requisitos adicionales son constantes.
¿Quiénes son los que producen estas exigencias cada día más numerosas? Son burócratas que jamás han administrado nada, cumpliendo con leyes aprobadas por políticos que odian a las empresas. Cada nuevo alcalde o gobernador, cada ministro o superintendente, tiene que dejar una nueva reglamentación.
Su paso por el cargo es breve pero las normas se quedan de por vida. Debería imponerse, como principio de la administración pública, que una nueva norma no puede ser promulgada sin que primero se haya eliminado una de importancia similar. Eso permitiría frenar la impresionante inflación de trámites.
El actual gobierno, en cabeza del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, ha emprendido una buena campaña a contra de la ‘tramitomanía’. Entienden que es imposible competir a nivel global con tantos obstáculos.
Estos esfuerzos se han hecho en otras ocasiones con resultados temporales importantes. Pero luego los nuevos funcionarios anulan las medidas y regresan a los controles. Y mientras el Ministro elimina, otras autoridades locales o regionales siguen imponiendo nuevos controles sin tener en cuenta los efectos sobre la eficiencia de la economía.
Coletilla: Otro día sin carro. Los funcionarios con escoltas y carros blindados saldrán a aplaudir la medida. Los demás veremos qué hacer para poder trabajar.
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| Miguel Gómez Martínez |
‘Impeachment’ vs. economía
Los demócratas necesitarían que los independientes y 18 re publicanos votaran en contra de Trump en un año de elecciones.
Donald Trump está en una balanza. De un lado el proceso político por abusos de poder acaba de iniciar su fase final en el Senado. Del otro está el desempeño de la economía que pasa por un buen momento en términos domésticos.
La pregunta central es si el partido demócrata está en capacidad de utilizar el juicio para debilitar a Trump y hacer que los estadounidenses pasen a un segundo plano el hecho de vivir un período de pleno empleo sin paralelo en los últimos cincuenta años.
El tema del impeachment es complejo. En la Cámara de Representantes, que lleva la etapa inicial de la acusación, los demócratas tienen la mayoría.
El debate fue ácido y mostró la enorme polarización política existente. Se le acusa de haber obstruido las investigaciones del Congreso y abuso de poder para su beneficio político personal. Los partidos se agruparon por bancadas y la mayoría votó a favor del juicio.
A pesar de que las sesiones del juicio son presididas por el Presidente de la Corte Suprema y tienen un procedimiento judicial, todo impeachment es un juicio político.
El problema de los demócratas es que están lejos de contar con los 67 votos necesarios para poder destituir a Trump.
El problema de los demócratas es que están lejos de contar con los 67 votos necesarios para poder destituir a Trump.
En la actualidad la distribución es 51 senadores republicanos, 47 demócratas y 2 independientes. Los demócratas necesitarían que los independientes y 18 republicanos votaran en contra del Presidente en un año de elecciones. El escenario es muy poco probable.
Hay un precedente similar. Es el caso de Mónica Lewinsky y Bill Clinton. En ese entonces, 1999, los republicanos llevaron al presidente a juicio y hubo una mayoría para condenarlo por uno de los cargos de la acusación.
Pero estuvieron lejos de obtener las dos terceras partes necesarias para destituirlo. El juicio se suponía que debilitaría al titular de la presidencia y resultó ser un bumerán para los republicanos que se vieron sancionados en las elecciones siguientes. Podría sucederle lo mismo a los demócratas, que no tienen un candidato viable para la próxima contienda presidencial de noviembre.
Pero la solidez de la economía estadounidense tampoco es incuestionable. En un reciente artículo en Project Syndicate, el premio Nobel Joseph Stiglitz sostiene que hay graves falencias en el desempeño económico de los Estados Unidos. Por ejemplo, señala que la esperanza de vida promedio ha caído en los años de Trump.
Dentro de la batería de estadísticas citadas como preocupantes, el académico resalta que, a pesar del pleno empleo, el ingreso disponible semanal sólo ha aumentado un 2,6 por ciento en los últimos dos años.
La rebaja de impuestos no generó mayores inversiones. Las empresas dedicaron más de 800 mil millones de dólares a la recompra de acciones. El déficit fiscal está por el billón de dólares en el 2019 y el nivel de endeudamiento aumento un 10 por ciento en un año.
La balanza comercial sigue deteriorándose y el crecimiento del último trimestre fue de 2,1 por ciento, lejos de los niveles elevados que Trump había prometido.
Muchos creen que Donald Trump es imbatible. No la tiene tan fácil.
Manoseando la pobreza
Mientras no aceptemos que toda pobreza no se elimina con subsidios..., será difícil avanzar en la solución de este tema apremiante.
Nada le ha hecho más daño a los pobres que el abuso, con fines ideológicos y políticos, del concepto de pobreza. A pesar que el objetivo central de la economía es la lucha contra la escasez, sólo recientemente estamos entendiendo la complejidad, causas y naturaleza profunda del fenómeno.
La literatura sobre el tema es apasionante. Sin duda la más reciente referencia es Repensar la pobreza que compila las principales conclusiones de los trabajos de Abhijit V. Barnerjee y Esther Duflo, Premios Nobel de Economía del 2019. Angus Deaton, Premio Nobel en el 2015, publicó El Gran Escape, un muy interesante trabajo demostrando la ineficacia de muchas de las estrategias de lucha contra la pobreza. Con un enfoque muy atractivo, en El Gran Nivelador, Walter Scheidel, realiza una interesante historia de la desigualdad analizando los elementos que han impulsado y frenado las diferencias sociales. Joseph Stiglitz, también premio Nobel, en La gran Brecha, y Thomas Piketty en El Capital en el Siglo XXI, se interrogan sobre los efectos de las reformas neoliberales en el aumento de la desigualdad y la pobreza.
Todos estos grandes expertos coinciden en la diversidad de factores que determinan la pobreza y en el fracaso de la mayoría de los esquemas que utilizamos para combatirla. Es aquí donde la ideología entra en juego. La izquierda y los populistas de derecha han utilizado el tema de la pobreza para fines políticos. Manosear un tema tan sensible construye agendas de campaña y produce votos.
La pobreza permite polarizar la opinión y dividirla en bloques de clase que generan réditos electorales. Gustavo Petro y muchos otros, juegan con este enfoque que sólo produce políticas ineficaces que mantienen la pobreza, aumentan el desempleo y no mejoran las oportunidades de los menos favorecidos.
Sorprende entonces las declaraciones publicadas en El Tiempo, en su edición del pasado 10 de enero. Entrevistado por Moisés Naim, el economista británico Paul Collier, un fuerte crítico del capitalismo y el neoliberalismo, afirma que para tener éxito en la disminución de la pobreza hay que fortalecer las familias. Esta idea, de fuerte contenido conservador, sorprende a muchos social-demócratas muy poco favorables a este enfoque.
Pero aún más interesante es que Collier sostiene que una herramienta fundamental en la lucha contra la desigualdad es la empresa. A todos los izquierdistas enemigos del mundo empresarial, les enfatiza la labor fundamental de la empresa en materia social. A medida que los gobiernos han asumido los programas de lucha contra la pobreza, la eficiencia de la lucha contra la pobreza ha disminuido. La activa responsabilidad social empresarial es indispensable para ser más eficaces en la disminución de las condiciones de pobreza. Esto es algo que tampoco les gustará a los que juegan con la pobreza para sus intereses políticos.
Mientras no aceptemos que toda pobreza no se elimina con subsidios, que muchos de los programas asistenciales son trampas de pobreza y que la mayoría de los esquemas de cooperación internacional son inmensos desperdicios de recursos con muy modestos resultados, será difícil avanzar en la solución de este tema apremiante.

