PERIÓDICO EL PÚBLICO



Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Tremendo escándalo desencadenaron las declaraciones de un senador refiriéndose a las uniones entre parejas del mismo sexo. El ruido por la discriminación que hacía evidente no fue tan ensordecedor como el de los que aplaudían el suceso. Yo creo que más de la mitad de los colombianos apoyan los comentarios excluyentes. Colombia es un país que discrimina a los diferentes.
Si bien es cierto que la constitución establece que este es un país democrático y pluralista, fundado en el respeto de la dignidad humana y que las autoridades están instituidas para proteger la vida, honra, bienes, creencias y demás derechos y libertades, y que todas las personas deben recibir el mismo trato de las autoridades, todo parece indicar, que esto es retórica, palabras escritas que en la práctica no se cumplen.
La homosexualidad ha existido desde siempre. No es un invento de la sociedad moderna. Los españoles cuando llegaron y descubrieron estas tierras, encontraron que en los aborígenes se practicaba. En la antigua Roma y en Grecia era común. No es una enfermedad ni una falta de hormonas. No se contagia como los virus o las epidemias. Es parte de una decisión autónoma y personal de la manera como los individuos construyen su sexualidad.
Hay gente que considera que si una pareja homosexual tiene contacto con un niño o una niña, asumirá ese comportamiento. Eso no es cierto. Las estadísticas dicen que toda sociedad heterosexual tiene en promedio un 10 por ciento de población homosexual.  Y que los hijos de comunidades homosexuales, en un 10 por ciento asumen como forma de vida el homosexualismo. Además, la mayoría de homosexuales son hijos de parejas heterosexuales, muchas de ellas, prestigiosas, bien educadas y creyentes. Luego no es el tipo de hogar ni la formación dentro de él lo que determina esta manera de ser.
Lo democrático, pluralista y fundado en la dignidad humana es respetar. Debemos entender y hacer parte de nuestra manera de convivir, que los demás son diferentes. Que la diferencia enriquece y que la uniformidad empobrece. Nadie tiene por qué gustarle los homosexuales. Pueden incluso incomodarle. Pero lo que no tiene es derecho a insultarlos, discriminarlos o perseguirlos. Usted puede, con todo derecho, exigir que no se metan en su vida. Pero tiene la obligación, el deber dirían otros, de no meterse en la vida de ellos.
Somos un país cargado de discriminación. Discriminamos a las mujeres, a quienes por el mismo trabajo, nivel de educación y tiempo de dedicación les pagamos un 35 por ciento menos de salario. Igual ocurre con lo afrocolombianos, indígenas, discapacitados, jóvenes, campesinos y población LGTBIA. Estas letras son una sigla que se utiliza como término colectivo para referirse a las personas Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans, Intersexuales y Anorgásmicos. El término trans se refiere a los travestis, transexuales y transgéneros.

Así como debemos aprender a respetar en toda dimensión a las mujeres, no con palabrería como que son las reinas del hogar o lo que embellece la vida, tenemos que aprender a convivir con personas diferentes, con gustos distintos y comportamientos diversos. Ellos son humanos, son dignos y merecen todo nuestro respeto. La convivencia, el progreso y la paz pasan por superar esta talanquera que genera desconfianzas, odios y violencia.