PERIÓDICO EL PÚBLICO

Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
El modelo económico en Colombia tiene características que son fácilmente detectables. Está diseñado para que el gran capital siga ganando. Para que los grandes comerciantes, la gran industria, los importadores y exportadores poderosos, los grandes latifundistas bien tecnificados continúen acumulando de forma exitosa. ¿Qué va a suceder con nuestros pequeños agricultores, con nuestros campesinos?

Para ellos el futuro es muy complicado. Para el caso de Ibagué, corresponden a una población que no pasa de los 35 mil habitantes, alrededor del seis por ciento de los ibaguereños, ocupando más del 85 por ciento del territorio. Viven en zonas aisladas y por el abandono secular del Estado, sus carreteables permanecen en malas condiciones. Eso encarece sus productos haciéndolos menos competitivos, además, hace más costosos los insumos. Cuando el TLC esté funcionando a plenitud, cuando de maíz y yuca, por ejemplo, nos inunden con bajos precios, la crisis se agravará. Ya el café sufre por los bajos precios en el exterior, la devaluación del dólar y la consecuente revaluación del peso. Los precios de los productos agrícolas en el mundo cada día son más bajos. La ruina del agro brilla en el horizonte y el desplazamiento masivo a las ciudades parece inevitable.
Los gobiernos, en general, no han entendido la profundidad de la crisis. Se dedican a pequeñas obras de caridad, que si bien en cierto dan uno que otro voto, no solucionan para nada los problemas. Regalan unas palas, unos kilos de semillas o abonos, unos cuantos alevinos y organizan una que otra fiesta campesina, y ya está. No se ven propuestas estructurales para enfrentar la crisis.
Tenemos fortalezas que no aprovechamos. Nuestro territorio es rico y diverso, lo que se constituye en un atractivo a disfrutar por turistas que quieran degustar la belleza del verde de nuestras montañas, lo cristalino de las aguas, la diversidad de cultivos y paisajes, además de la opción de conocer las tradiciones y cultura de sus habitantes reflejadas en expresiones musicales, trabajo cotidiano, gastronomía y costumbres ancestrales. Cualquier extranjero se cautivaría con la tranquilidad de nuestros campos, aprendiendo nuestros valores culturales, la autenticidad conservada por años de modos de trabajo y de los frutos y productos de una tierra generosa y bella.
Impulsar el turismo en lo rural es una posibilidad importante. Pero eso requiere la tutela y el apoyo del Estado. La experiencia enseña que hay que organizar primero a los campesinos para apropiar con ellos la idea. Son los jóvenes rurales, si se saben convocar, los llamados a guiar el proceso. Ellos pueden convencer a sus padres que el alojamiento en sus humildes viviendas es posible y que no se necesitan inversiones colosales. Con las organizaciones juveniles campesinas se estructuran los procesos de capacitación para decidir si el turismo será de descanso, ocio, esparcimiento o recreación; los tipos de atractivos del lugar; las clases de servicios y facilidades que se pondrían a disposición de los turistas; los tipos de actividades; la obtención de prácticas y destrezas; la aprehensión de conocimientos; la práctica de labores u oficios particulares, etc.
Las autoridades deben advertir sobre los impactos negativos, la conservación de la diversidad cultural y biológica y el respeto y promoción del ejercicio democrático de los derechos de la población anfitriona.  ¡En fin, se puede trabajar por el turismo rural!
FELIZ AÑO 2013 PARA TOD@S