Por LUIS ENRIQUE
PERDOMO SÁNCHEZ
La vida en las
ciudades se rige por la evolución de su cultura y se puede incluir el efecto de otras
culturas, que como en el caso de nuestra
ciudad han permitido acelerar los procesos de la construcción y el desarrollo
de una economía cada día más dinámica.
La ciudad de
Ibagué tiene un ritmo de vida específico
y en ese ritmo de aceleración constante se cruzan los horarios de una enorme
variedad de profesiones y áreas específicas que ejercen su impacto, para
abastecerla apropiadamente, suplir a sus
moradores en sus necesidades cotidianas y poder encontrar un ritmo de crecimiento
próspero y de fortaleza continua.
Ibagué es una
construcción en “obra negra” en la que mañana se protegerá las distintas
culturas que hoy alberga y por eso tendrá que desarrollar su propia
personalidad para que más tarde pueda establecer
su propia jerarquía y consiga asignar las labores dentro de lo cotidiano y lo posible.
Si de algo podemos
estar orgullosos los que hemos vivido esta generación, es sin lugar a dudas sus
entornos impresionantes y enormes
como el imponente Nevado del Tolima y las benéficas aguas del río
Combeima, que se han quedado gravados en nuestras retinas, pues son excelentes
escenarios diseñados por la naturaleza,
que nos ha generado una ambientación sin ninguna clase de comparación (
bosques, riachuelos, cordilleras, plantas, aves, lluvias, orquídeas, ) que
establecen una ciudad no comparable con ninguna otra.
Nuestra identidad
cultural se debe basar en ese conjunto de tradiciones que fundamentan nuestros
sentimientos. En este sentido es preciso, yo diría que urgente, darle toda la
atención que se merezca a nuestra identidad cultural, basada en nuestros aires
regionales, pues si se nos pierden, se perderá nuestra autonomía y por lo tanto
nuestra identidad. Esa identidad que
heredamos culturalmente a través de generaciones debemos seguirla construyendo,
pues es un proceso muy dinámico y a su vez maleable y de ninguna manera permitir una ruptura cultural, pues si la
perdemos, habremos perdido la cultura que nos caracteriza.
Sumado a lo anterior
tenemos la esperanza genética de una especie de luchadores, que por la
frenética danza de sus instintos y razones solo anhelamos teñir los cielos de
ese color naranja para el bien de nuestras generaciones.
Nuestra ciudad es un
milagro en movimiento, donde el reloj biológico pone en marcha las ilusiones de
sus pobladores, acatando por el bien de todos,
esas fuerzas celestes que exigen puntualidad y desafían la imaginación.
Creo en mi ciudad, entre
otras cosas porque no se ha perdido el pretexto de los enamorados y a pesar de
las acechanzas y recelos, es cálida y soleada, única y fraternal, como la infancia de un juguete nuevo o como
ese sanjuanero que escuchamos cuando vamos de paso.