PERIÓDICO EL PÚBLICO


Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
El desarrollo del capitalismo ha contribuido a transformar las mentalidades de las personas que componen una sociedad. Una transformación tiene que ver con la noción del tiempo. Como lo importante es producir y obtener mayores ganancias, maximizando resultados con los menores esfuerzos e inversiones, el tiempo se convierte en elemento clave. Ahorrarlo es fundamental. El tiempo se valora como un material precioso y escaso. El tiempo es oro.
¿Pero si el tiempo es oro por qué se desperdicia? Veamos ejemplos. En las entidades bancarias existen carteles que anuncian que la atención va de unas horas a otras, digamos de 8 a 11 y media de la mañana. Si usted llega puntual a las 8 se va a encontrar con situaciones ridículas: la persona encargada llaga a su puesto, prende su equipo, acomoda su escritorio, espera que cargue la información en su ordenador, revisa y prepara los sellos y demás enseres. Usted aguarda en la fila su turno con paciencia. Ya se ha perdido más de un cuarto de hora. Detrás de usted hay varias personas y hay más esperando frente a las demás ventanillas de atención al público. Muchas personas pierden horas enteras para hacer sus trámites. ¿Cuánto vale el tiempo de los clientes que sufren porque se cayó el sistema?

En instituciones de salud lo peor que le puede pasar a un ciudadano es llegar a la hora del cambio de turno. La persona enferma tendrá que esperar un rato largo para ser atendida. El personal que sale está afanado por entregar el turno y el que llega lentamente lo recibe. ¿Quién responde si el paciente empeora mientras aguarda? ¿Cuánto vale el tiempo de un enfermo? ¿Quién le recupera el tiempo, la salud o la vida a un paciente que debe esperar a que lo atiendan o le den una cita o una autorización?
La puntualidad es una demostración de respeto hacia los demás. No se debe disponer del tiempo de los otros e irrespetarlos haciéndolos esperar. Uno entiende que existen situaciones contingentes que es imposible subsanar, como tormentas que impiden los vuelos, o accidentes que bloquean las vías. Pero la puntualidad en los horarios en los aeropuertos y en las terminales de transporte no es la regla. Igual ocurre cuando se contrata un trabajo de carpintería, de tipografía, de latonería, de fontanería o pintura. Se comprometen que el trabajo lo entregan en una fecha, usted programa sus cosas y luego viene el dolor de cabeza por el incumplimiento. ¿Ese tiempo perdido quien lo paga?
Algunas directivas de instituciones educativas programan reuniones pensando que los padres de familia no trabajan y en pleno horario de oficina son citados a recibir los boletines de sus hijos. Si los padres no asisten sus hijos son recriminados. Si los padres faltan a la cita dejan al garete sus asuntos laborales. ¿Quién se preocupa por este desperdicio de tiempo?
Los japoneses y coreanos se precian de entregar sus productos justo a tiempo. Tanto los trenes como el metro ingleses se jactan de su puntualidad milimétrica. El respeto por el prójimo y los compromisos son valores que ellos aprecian y defienden. Si investigan y cuantifican los tiempos que se dilapidan en este país, verificarán la cantidad de dinero que perdemos.
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