Por:
ALBERTO BEJARANO ÁVILA
Hace
varios meses y a raíz de la baja calificación que otorgara Fitch Ratings
Colombia (?) al Instituto Ibaguereño de Acueducto y Alcantarillado, IBAL,
por “la decreciente generación operativa, la injerencia política y la
dependencia de recursos externos”, opte por escribir unas líneas (¿Asoman
Orejas de Zorro?) para expresar cómo de años atrás y de modo
sistemático vienen produciéndose noticias pesimistas sobre el IBAL,sobre
rancios, sabidos y trillados problemas que siendo fáciles de resolver nunca se
encararon con decisión pero si se utilizan como argumento que predispone a la
comunidad para que acepte soluciones desesperadas. Se recordará que de tiempo
atrás martillan sobre las secuelas de su propia ineptitud: cortes, turbiedad,
bocatomas, pérdidas, etc. pero, y he ahí las alcaldadas, con el mismo obsesivo
tesón nunca buscaron la solución políticamente honesta que garantice buen
servicio y permita la formación de capital para apalancar el desarrollo
integral de Ibagué. Ahora la parábola farisea es que acá el agua es de las más
baratas del mundo. ¡Ojo!
Decíamos
en el texto aludido que no es raro, habidas experiencias, que estén montando la
película de inviabilidad del IBAL para regalarlo a trasnacionales de
insaciable codicia sin importar si se hipoteca el futuro y se suma más miseria
al pobre pueblo ibaguereño. Decíamos además que con la connivencia de sofistas
vende regiones que alegan que “no importa quién presta un servicio público con
tal de que lo preste bien”, ya pasaron a manos ajenas la electrificadora,
Hidroprado, la recolección de basuras, la telefónica y muchos otros bienes
públicos y privados que constituían base de la auténtica economía tolimense.
Para arruinar como hemos arruinado la institucionalidad regional, para
convertirnos en enclave de poderes extraños y para extender la pobreza, no
hemos necesitado inteligencia ni decoro político, ha bastado con permutar
espíritu crítico por tamales y elegir mandatarios y dirigentes torpes y con
patente de corso. Uno diría, para no ser cómplice con su silencio, que es hora
del no más, del paren ahí, que es el tiempo de las ideas autonómicas.
Tres
categóricas aserciones desembocan en enigmas. Aserciones: Una, el agua es el
mejor “negocio” del mundo porque es el recurso más valioso del mundo. Dos,
Ibagué produce su propia agua de manera abundante. Tres, el IBAL es
monopolio legítimo porque en esencia sus clientes son sus dueños. Enigmas sobre
el IBAL: ¿Por qué ha de ser inviable? ¿Por qué su resultado operacional es
precario? ¿Por qué es ineficiente en la gestión? ¿Por qué su estructura de
costos no es racional? ¿Por qué apelan a la tercerización laboral? ¿Por qué no
son efectivos los controles? ¿Por qué no se moderniza y profesionaliza? ¿Por
qué no aporta capital al desarrollo local?
Es
prácticamente imposible que en Ibagué habite un ciudadano sensato que no sepa
por qué el IBAL va de “capa caída” y, lo insólito como
peligroso es que aun así no pase nada, es decir, que la comunidad
identifique el problema pero no atine a hallar la solución justa y, por tal
defecto, lo más probable es que termínennos siendo víctimas de la solución
injusta. Por lo anterior es que hemos propuesto democratizar al IBAL, una
iniciativa de fondo, digna, cohesionadora y edificante que los dirigentes se
niegan a considerar y que los progresistas no quieren entender. El argumento es
claro y quisiera sustentarlo si se pudiera: La democracia política no se instituyó
para elegir sino para instaurar la democracia económica y por ello reitero una
premisa: si bien el desarrollo supone negocios, no todo negocio supone
desarrollo y, en casos singulares como el que fragua en el IBAL, el “negocio”
traerá más subdesarrollo. Solo el “mono de la pila” oirá nuestras quejas cuando
el agua suba de precio, cuando Ibagué sea aun más pobre y dependiente y cuando
no quede ni el recuerdo del patrimonio público ni de aquel ibaguereño
emprendedor.