Por: Alberto Bejarano Ávila
Hay hechos sociales, enormes como montaña, que los mandatarios no
ven o eluden; tal es el caso de la colosal y acusante realidad de hijos,
hermanos y amigos cuya única opción fue emigrar
a otros países porque la histórica miopía y torpeza de quienes gestionan su terruño
sólo causa pobreza y exclusión. Ibagué jamás brindó al ibaguereño expectativas
positivas de vida y ésta omisión, que estriba en la equivocada visión del
desarrollo, obliga el desarraigo del acosado por la pobreza e igual de quien no
siendo pobre carece de oportunidades dignas.
De oídas, no por virtud de una ética publica que reconozca al
nativo ibaguereño donde él esté, sabemos que casi todo el que se fue, haya
“triunfado” o no, tuvo que sufrir “las verdes y las maduras”: nostalgias,
desarraigo, xenofobia, soledad, exclusión, costumbres diferentes y, claro,
también supo que es convivencia civilizada, respeto, solidaridad, prosperidad, bienestar
social. Es grato saber que el terruño vibra en el alma del ibaguereño donde él
esté, pero causa grima saber que Ibagué es “autista” frente a las penurias y
anhelos del ibaguereño ido.
Todos somos parte de una sociedad incapaz de reconocer a todos y
nadie o muy pocos, tomarían la vía del desarraigo de no existir condiciones de
exclusión y pobreza prohijadas por nuestra tardanza en comprender que eso que
llamamos desarrollo no lo es, por una elemental razón: no beneficia a los propios.
Déjenme narrar de modo sucinto un ejemplo (lo conozco de cerca) de cómo quienes
emigran no olvidan su tierra, así esta les dé la espalda y los ningunee.
Hace pocos lustros unos
ibaguereños arribaron a Vitoria-Gasteiz, capital de Euskadi (País Vasco, España).
Allí crearon la Asociación Colombia-Euskadi con el fin de ayudarse entre sí y
ayudar sus barrios de origen en Ibagué. La asociación halló en el Ayuntamiento
de Vitoria, igual que en Llodio, Amurrio y la Diputación Foral de Álava,
solidaridad y respeto a su suerte de inmigrantes y una generosa voluntad de
cooperación que permitió, en 5 años, invertir en Ibagué y dos municipios más, 1´045.433
euros, cifra que, promediada su tasa de cambio en ese lapso, arroja un valor
cercano a tres mil millones de pesos. ¿Lo sabían los Ibaguereños?
La cooperación de instituciones públicas vascas, permitió crear
centros comunitarios digitales en entidades educativos rurales y urbanas; promover
empoderamiento de mujeres y equidad de género en zonas marginales; mejorar
condiciones de escuelas de básica primaria; fomentar hogares solidarios y centros
juveniles promotores de paz; reforestar con guadua 60 hs. en la cuenca del
Combeima; ejecutar obras de mitigación en el Barrio Tierra Firme. Igual se avanzó
en el hermanamiento de Vitoria con Ibagué, en cooperación técnica y en
relaciones de negocios, pero todo ello chocó con la desidia de la Alcaldía que,
además, frustró un convenio con el IBAL, desechó un proyecto para el acueducto
de Tapias que iba bien y tuvo que devolver 20 mil euros porque fue incapaz de
ejecutar un proyecto de empoderamiento de mujeres.
Concluyo: el emigrante no
solo envía remesas, él, además de ser tan ibaguereño como los que acá
residimos, encarna oportunidades inéditas para el desarrollo local y por ello
debe ser respetado y tenido en cuenta. Si Ibagué quiere ser socialmente justa y
moderna, tiene que edificar una cultura universalista, humanista e incluyente y
aceptar y que todos, presentes o lejanos no somos meros votos o recuerdos
pálidos, sino personas con voluntad, compromiso e ideas y por ende capaces de
forjar nuevos tiempos. En momento oportuno opinaré acerca del que hacer para
vincular al emigrante ibaguereño a la dinámica del desarrollo.