Por: Alberto Bejarano Ávila
De no estar seguro jamás diría que muchas
generaciones que ansiaron sinceramente el desarrollo del Tolima murieron
engañadas. ¿También nosotros moriremos engañados? Seguramente sí, salvo que
cambiemos la errada perspectiva economicista del desarrollo que tercamente
hemos elogiado por décadas pese al evidente y creciente balance de fracaso,
pobreza y retroceso moral.
El conspicuo “líder” suele argüir que el
crecimiento económico permite, per se, lograr el bienestar social y niega la
tesis de que la construcción social es la que da base sólida a una economía
hecha a nuestra medida, a decir: equitativa, propia, democrática y sostenible.
El mito de la inversión como origen de progreso social obliga elogios al que
depreda recursos naturales, oportunidades y ahorro interno, así como al centralismo
cultural, económico y político y demás actores que desbordan su opulencia ahondando
subdesarrollos y de paso minando la unidad y excluyendo el talento y la
voluntad regional que son la única fuente cierta de cohesión social y de
prosperidad real.
Por mera gimnasia intelectual acéptese que es
lógico que la prosperidad social sólo pueda brotar en terreno abonado para el
desarrollo endógeno y que tal abono no es otro que las construcciones sociales.
Trataré de explicar esta tesis, que puede parecer rara y, para algunos, hasta
pendejada.
Identidad, sentido de pertenencia, espíritu
autonómico, conocimiento histórico del territorio y su biodiversidad, espíritu
emprendedor, tejidos sociales, cultura política, cultura económica, sentido
histórico, civismo, sentido ético y estérico, empoderamiento ciudadano, espíritu
asociativo y más variables, de hecho conocidas, son construcciones sociales y
la simbiosis de ellas es lo que origina la identidad política regional, los auténticos
proyectos políticos y la visión estratégica de futuro.
Las construcciones sociales se entretejen y, de la
calidad de este tejido, derivan los paradigmas del desarrollo que hasta hoy, por
su pobreza, se alimentan de percepciones economicistas, moralistas, populistas
y reformistas y no de enfoques
trasformadores que animen el desafío de construir una sociedad moderna y
justa, cosa que sí hacen los pueblos cohesionados, maduros y dialogantes.
Como mucha gente inquieta, yo suelo esbozar ideas
de construcción social (emigrantes, colonias, municipales, comarcas de
planeación y gestión, centro de pensamiento regional, soberanía sobre el agua,
democratización del IBAL, etc.), propuestas que algunos lectores examinan, pero
que, por razón que expondré en otro artículo, no hallan eco en los ámbitos
políticos y de gestión pública.
Nada puede objetar que al Tolima e Ibagué llegue
quienquiera, pero nuestros esfuerzos no deben orientarse a ayudar a quien quiera,
sólo a los propios que, por razón ética y deber histórico, tienen que ser el
objetivo cardinal del desarrollo y no “migajeros” de quienes construyen
subdesarrollo y dependencia. ¿Será que esto lo tienen suficientemente claro los
mandatarios recién elegidos?
Ojala los nuevos gobernantes hagan gestión honrada
y eficiente, eso deseamos, pero, a colegir de los discursos de campaña, ellos
se inspiran en paradigmas reformistas y no en profundas visiones capaces de
trasformar a la sociedad desde sus mismos cimientos, como sí lo hacen los estadistas
genuinos. Tolimenses e ibaguereños conscientes tenemos dos opciones,
conformarnos con que no se robe y se hagan algunas obras o propiciar construcciones
sociales para escribir otra historia.