En
el empalme e iniciando 2016, a los
ganadores del pasado 25-O en Ibagué, algunos mis amigos, los veo aportando, con singular frenesí,
chorros de iniciativas difíciles de rebatir en la transición de un cuatrienio
mediocre y uno por verse. Sus ideas son buenas pero, a mi juicio, carecen de
base ideológica y sociológica, limitación que puede convertirlas, por enésima
vez, en reedición del viejo refrán: “de buenas intenciones está empedrado el
camino al infierno”. Ojalá no sea así.
Un
juicio severo de la virtud de ideas o propuestas sólo puede hacerse en tramos
históricos largos, no 4 años. Quien tenga memoria y ojo crítico sabrá que desde
1985 hasta 2015 (30 años), Ibagué tuvo alcaldes buenos, regulares y pésimos y
sabrá que hoy la realidad social (Pobreza, desempleo, marginalidad, debilidad
fiscal, corrupción, deterioro ambiental, abandono rural, caos vial, ausencia de
civismo) es igual o peor que en 1985 y, sobre todo, el memorioso tendría que reconocer
que los modelos económicos, público y privado, hoy son más ajenos que en
aquellos tiempos.
Que
no se robe y se hagan obras de relativa importancia serán sueños cumplidos,
cosa diferente es soñar con un profundo quiebre histórico de la realidad
ibaguereña (oportunidades, ocupación, equidad social, modernidad, solidaridad, convivencia).
Cerrar una era decadente e indigna y entrar en tiempos de buen vivir y
prosperidad (una escisión histórica) exige cambiar caducos arquetipos mentales y
construir nuevos imaginarios del desarrollo que desemboquen en acuerdos
seminales, sinergias y cohesión social, desde luego, sin olvidar la urgencia de
algunas obras.
“Conversar,
convenir y confluir” hacia el progreso social es cuestión difícil dadas las
obcecaciones ideológicas. Veamos: hacer juicios de “buena” gestión pública
sobre moralismos y cemento impide la visión sistémica del territorio, valorar
el talento, imaginar la democracia participativa y controlar las riendas del
progreso y, diría, fija raseros mediocres de opinión respecto a los objetivos
ciertos del desarrollo, al sentido histórico, al valor de lo endógeno y a
nuestro futuro como colectividad.
Que,
a rajatabla, el desarrollo es cuestión
de inversiones es enfoque utilitarista y peligroso porque a más de
insolidarios, nos hace frágiles frente al interés transnacional y la
plutocracia nacional. De hecho con esa fábula ya nos esquilmaron gran parte del
patrimonio público y de las oportunidades y nos hicieron olvidar que la vía
correcta es construir un modelo económico endógeno.
Suele
ocurrir con los progresistas, gentes que con estudio y disciplina descubren que
las causas del subdesarrollo son larvadas desde fuera pero equivocadamente
creen, eso pienso, que al revelar la causa tácitamente hallan la solución,
error focal de causalidad y salida que los hace contestatarios perennes que no
admiten que, con su ayuda, la solución debe fermentarse desde adentro.
Si
los ganadores de O-25 permiten, yo diría que le mermen al frenesí y le suban a
la reflexión para diferenciar lo fundamental de lo funcional o el reto de cambiar la historia del
propósito de “buena gestión”. Diría que, en su orden, se ocupen de las construcciones
sociales (tema lógico y cardinal), de “conversar y convenir” un modelo
económico sobre principios localistas y regionalistas y, claro, de concebir un
modelo político a nuestra medida. Eso, creo, harían los verdaderos estadistas.
Si
en Ibagué naciera una racionalidad política perspicaz, moderna, decente y
dignificante, téngase por seguro, nos liberaríamos del suplicio de convivir con
un escepticismo odioso y lastimero.