PERIÓDICO EL PÚBLICO

 El hombre más poderoso del mundo


Al igual que Henry Ford y otros magnates que lo antecedieron, Musk entra en una nueva etapa en la que intentará usar su poderío para incidir en política.











Por David González Escobar - davidgonzalezescobar@gmail.com


Uno de los hombres más ricos de sus tiempos, cuya fortuna fue hecha en Estados Unidos como pionero de una nueva generación de automóviles, sorprendió a muchos al decidir comprar un medio de comunicación venido a menos, con el propósito de fortalecerlo e impulsar en él muchas de sus ideas, buscando influir en las decisiones de política exterior del presidente de aquel entonces.

Se trata de Henry Ford, quien, tras convertirse en uno de los empresarios más importantes de la historia de su país al masificar los automóviles mediante innovaciones en la línea de producción de su Model-T, adquirió The Dearborn Independent, un pequeño periódico rural que convirtió en uno de los de mayor tiraje en el país. En sus páginas, Ford promovió ideas condenablemente antisemitas y utilizó el medio como herramienta para intentar persuadir al presidente Woodrow Wilson de evitar la intervención de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, intento de influencia que no fue muy exitoso.

Un siglo después, la historia de Elon Musk y su nuevo capítulo como el mejor amigo de Donald Trump rima, de cierta manera. Con su apoyo constante y ferviente hacia Trump a través de su red social X —donde, según un reportaje de The Wall Street Journal, el algoritmo hizo imposible evitar su contenido político—, Musk dejó atrás los choques con el expresidente y ganó su confianza, siendo recompensado con un puesto en el nuevo gobierno como líder del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE).

Al igual que Henry Ford y otros magnates que lo antecedieron, Musk entra en una nueva etapa en la que intentará usar su poderío para incidir en política, pero con una gran diferencia: parece tener la capacidad de ser mucho más influyente que sus predecesores.

La influencia de las grandes compañías tecnológicas de nuestros tiempos se ha expandido a esferas que van mucho más allá del giro ordinario de sus negocios, en un alcance que hasta la Dutch East India Company envidiaría.

Un ejemplo reciente, que pasó un poco bajo el radar, fue lo ocurrido durante la invasión de Rusia a Ucrania, cuando varias compañías tecnológicas decidieron imponerle al gobierno de Putin “sanciones privadas”. Amazon Web Services y Microsoft Azure dejaron de admitir clientes rusos, dejando inservibles numerosas páginas web, y tanto Visa como Mastercard paralizaron sus sistemas de pago, entre otras medidas. Todas estas acciones pudieron haber tenido un impacto en la vida de los ciudadanos rusos comparable, o incluso mayor, al de las sanciones impuestas por los propios estados.

Este fenómeno también alcanzó a Elon Musk. Al inicio de la guerra, SpaceX ofreció acceso gratuito a internet para los ucranianos a través de Starlink, su sistema de internet satelital. Sin embargo, posteriormente se restringió su uso en ciertas zonas, convirtiéndose en un factor determinante para la efectividad de algunas operaciones militares. ¿Hasta qué punto deberían las decisiones autónomas de una empresa —o de un ciudadano privado— influir en el curso de una guerra?

Con Tesla, Musk lidera la descarbonización de la industria automotriz. Con SpaceX, no solo dirige una empresa de internet satelital con impacto global, sino que también es el principal actor en el futuro de las capacidades aeroespaciales de Estados Unidos, incluida su ambición de llevar al ser humano a Marte. Con X (antes Twitter), controla una de las mayores plataformas de información del mundo, con algoritmos de interacción que el público no comprende del todo. Ahora, al hablarle al oído a Trump, Musk podría tener acceso directo a las decisiones de la “persona más poderosa del mundo”.

¿Sí será el presidente de Estados Unidos quien, en el futuro, siga ostentando ese título?