Por F. Javier González Martín
Es cierto que el éxito no es una ciencia exacta, pero se puede considerar
que es ciencia si aceptamos que es el conocimiento adquirido mediante la
observación cuidadosa y por la deducción de las leyes que rigen los cambios,
así como por la comprobación experimental de tales deducciones.
El sistema de partidos políticos ha tenido éxito en España, puesto que se
ha implantado con firmeza, si bien el excesivo peso del bipartidismo reduce
sensiblemente el brillo democrático y convierte a los demás grupos en meras
comparsas al acecho de las migajas que el sistema les pueda deparar.
Sin embargo, la palabra éxito, pierde todo su significado cuando todos los
participantes en unas elecciones explican los resultados sin excepción
debidamente colocados en el podio de quienes han salido triunfantes. Pero ese
aspecto corresponde analizarlo después de la noche del 9 de marzo. Ahora es el
momento de analizar la forma en que cada partido intenta alcanzar su anhelado
éxito, y lo que oímos por doquier no son programas propios sino
descalificaciones ajenas.
Si es cierto lo que afirma E. Nightingale que “el éxito es la realización
progresiva de un ideal digno” significa que el éxito sea de un partido político
o de cualquier ser humano, no es tanto un destino sino un proceso, no es una
meta sino un camino a seguir. En consecuencia, viaje sin final, un constante
progreso hacia nuestra visión y nuestro propósito.
El camino del éxito es entonces un proceso de construcción y no de
destrucción y desmantelamiento. ¿Qué hace suponer a los ideólogos de los
partidos políticos que centrar su campaña en la destrucción del contrario les
va a traer buenos resultados electorales? Si creen que estoy exagerando la nota
al afirmar que los partidos políticos ponen el acento exclusivamente en la
descalificación del contrario, hagan un ejercicio simple de análisis, como el
que he hecho, escuchando en los medios más de veinte intervenciones a los
líderes políticos y comprobarán que el principal argumento que se esgrime es la
incapacidad, la deriva, los desajustes y desenfrenos del partido que está
enfrente, lo cual induce a otra perversión, puesto que en vez de votar a favor
de uno, nos pretende inducir a votar negativamente contra el otro.
Los ideólogos que diseñan las campañas electorales se centran en ganar unas
elecciones casi a cualquier precio y son los causantes de que la democracia se
esté debilitando aún más con el preocupante aumento de la abstención. Hay quien
teoriza sobre este aspecto indicando que el aumento de la abstención es
directamente proporcional al aumento de personas inteligentes, con estudios y
con criterio propio que no solamente son impermeables a las manipulaciones electoralistas,
sino que no quieren participar en un concurso que lo gana quien mejor miente.
Sea o no acertada esa teoría, es evidente que la abstención ha crecido. Si
a un 40 por ciento aproximado de abstención le sumamos un 50 por ciento de voto
fiel, los mensajes partidistas van dirigidos a ese 10 por ciento restante
llamado voto indeciso. Pero cuando analizamos los mensajes, da la impresión de
que los líderes políticos tienen en la cabeza que ese 10% es el grupo no de los
indecisos sino de los imbéciles. Saben que las personas inteligentes o con un
mínimo de criterio se guían por los programas y la visión de futuro, los necios
por las descalificaciones ajenas.
Los partidos políticos, en ocasiones se disfrazan de Robin Hood para
hacernos ver que lo que consigan de los ricos se lo entregarán a los pobres,
pero al final están tan ocupados procurando que no se les caiga el disfraz, que
no tienen tiempo para otra cosa. Otros participan en el mismo carnaval con
variados disfraces según convenga, pero el denominador común es el desasosiego
por tapar sus vergüenzas a base de poner al descubierto las del partido rival.
Ofrezco mi voto al partido que se limite a hablar de su programa y tenga el
valor y la coherencia de olvidarse durante la campaña electoral de los demás
partidos. Un voto significa muy poco, no va a hacer cambiar ninguna estrategia,
pero acaso el mío no sea el único, porque estoy convencido de que los votantes
que formamos ese 10% residual no somos tan necios como nos suponen los líderes
partidistas.
Los enfrentamientos verbales y descalificaciones entre los caudillos de los
respectivos partidos para terminar el 9 de marzo con la supuesta victoria de
unos y la derrota de otros es un falso debate porque en un proceso electoral de
ese tenor siempre pierde la ciudadanía y la verdadera democracia. Nadie nos
ofrece una visión que ilusione.
De cara a las elecciones puede parecer una actitud muy realista centrarse
en el enfrentamiento como único camino hacia el éxito y considerar la
cooperación como una candidez. Lo que no se entiende es que antes de las
elecciones lo único que cuente sea la confrontación y después de las elecciones
todos pretendan hablar de cooperación.
Fuente: http://www.cuartaedad.com
