En
los onomásticos se estila elogiar y desear vida hasta el año 3.000, pero en
efemérides de orden histórico-político (ej. el aniversario de Ibagué), el
elogio es oportunista y los regalos letales. “El pesimista es un optimista bien
informado”, dice un refrán que lleva a pensar cuál ha sido, desde antaño hasta
la modernidad y la globalización, el leonino trueque o “regalos cruzados” entre
Ibagué, Colombia y el mundo y cuyas secuelas hoy sufrimos. La ecuación es
simple: qué nos “regalan”, qué “regalamos” y cuáles los saldos (cuantitativos y
cualitativos) que quedan. Despejar ésta ecuación es acusar vetustas y toleradas
reglas de intercambio.
¿Qué
recibimos? Oleadas de desplazados por conflictos internos y externos que
merecen apoyo; ingentes sumas de inversión externa que viene a conseguir
pingües ganancias y no a apalancar el desarrollo; ejecutivos foráneos que
desplazan el talento regional; insaciable codicia minera transnacional que
amenaza nuestro hábitat; gran volumen de manufacturas que arruinan a quiénes
acá producen; contratistas externos lucrándose de la poca inversión pública;
atosigante carga mediática de falaces cosmovisiones que confunden la
perspectiva de nuestro propio horizonte y, tal vez, ayudas buenas pero
marginales. ¿Qué recibe Ibagué con largueza para coadyuvar a su progreso
socioeconómico? Nada realmente sustentable.
¿Qué
“regalamos”? Millares de emigrantes que aquí no hallaron oportunidad;
promociones de profesionales universitarios cuyos saberes acá son inútiles;
cientos de empresas raizales que pierden competitividad y deben cerrarse;
privilegios al inversor externo que no se dan al propio; copiosos dividendos a
empresas foráneas que se remesan y frustran la formación de capital endógeno;
enormes volúmenes de recursos minero energéticos a transnacionales que amplían
su riqueza y afianzan nuestra posición de enclave económico; materias primas
sin valor agregado que a veces regresan con alto valor añadido que nos
beneficia.
¿Qué
nos queda? Si me dijeran terrorista conceptual diría que el aterrorizado soy
yo, pues no le veo futuro promisorio a un Ibagué alejado de las grandes
tendencias de la modernidad y la gestión eficiente del desarrollo; con altas
tasas de desempleo y subempleo que privan de ingresos dignos a miles de
hogares; con talante político caduco e insular y por lo mismo sin mínima
visión compartida del mañana; que genera ganancias a oligopolios nacionales y
externos e ignora su deber de acumular capital; que no construye pensamiento y
usa ideas erróneas para el interés local y regional; que, negando
oportunidades, ningunea a los suyos; que predica la modernidad y pervive en el
anacronismo ideológico y político. Eso nos queda
El
aniversario 468 debe celebrarse sin laureles a López de Galarza y panegíricos a
la levedad y si con apertura a la crítica propositiva; con autocrítica social,
económica y política; con un “festival de iniciativas”; con foros de análisis
prospectivo y con afirmaciones de identidad.
