PERIÓDICO EL PÚBLICO
SKÁRMETA Y EL PREMIO PLANETA DE LITERATURA
Por: Carlos Orlando Pardo
Conocí a Antonio Skármeta cuando la primavera estaba instalada en París por el año de 1980. El escritor chileno que acaba de ganar el premio Ibeoramericano de novela convocado por Planeta, tenía para  entonces la mirada perdida y no le era fácil la risa por su condición de exiliado en Alemania huyendo de la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet. Contaba cuarenta años y los jóvenes de aquel tiempo lo conocíamos por haber sido ganador del famoso Premio Casa de las Américas de Cuba con Desnudo en el tejado en 1968, un año después de haber publicado su primer libro y tras una estadía en los Estados Unidos donde su tesis de postgrado estuvo centrada en la narrativa de Julio Cortázar. No le vimos por aquellos días su cara de actor y el rostro divertido que años después le observamos en su programa de televisión Libro abierto que llegaba para nosotros como una novedad, ni teníamos idea de sus estudios de teatro en el Actor’s estudio. Conocíamos de su actitud festiva cuando por los años 70 Germán Santamaría, acompañado de Luis Ernesto Lasso lo entrevistó en Santiago y se bebieron con él varias botellas de vino, asombrándose el escritor opita de escuchar al narrador deseando gastarse el premio de la revolución cubana en un casino de las Vegas. Cuando conversamos con él en una cafetería de la Universidad de la Sorbona con una escultura de Víctor Hugo adornando el patio en las afueras, la tristeza de haber perdido su país parecía inundarlo todo. Estaba ávido de dialogar con latinoamericanos y eran muchos en el encuentro que organizó la Sorbona para cuentistas del continente. Por ahí caminaban los tolimenses Héctor Sánchez y Magil, Hugo Ruiz y César Valencia Solanilla, William Ospina aún desconocido, y al otro lado de la calle mi hermano Jorge Eliécer y yo ansiosos de cumplir un reportaje con Juan Carlos Onetti, resumido en un sorprendente silencio durante hora y media en un bar porque no dijo una palabra más allá de pedir su vino blanco. 
La conversación que tuvimos con Skármeta estuvo centrada en la política con su participación en la Unidad Popular que llevaría a Salvador Allende al poder y en una historia sobre Pablo Neruda que entonces preparaba, sin imaginar que cinco años más tarde la leeríamos con el título de Ardiente paciencia y que se llamaría luego El cartero de Neruda traducido a muchas lenguas. Doce años pasaron para verlo de nuevo por televisión en su programa show sobre los libros, luego bautizado La torre de papel y nos divertíamos con su informalidad y el humor  quitándole el tinte solemne con que algunos asumen el oficio de escribir. Nuestra mirada no cambió en el seguimiento porque nos informamos de sus documentales y películas, de sus muchos premios internacionales, incluyendo el Planeta en el 2003 con El baile de Victoria y que acaba de repetir con su novela Los días del arco iris que esperamos pronto disfrutar. Regresó a Colombia en 1996 invitado por la Feria Internacional del libro en Bogotá. Una cena en el apartamento de Germán Santamaría fue la ocasión feliz para verlo de nuevo. La velada duró hasta las tres de la mañana cuando lo llevamos al hotel Tequendama donde se hospedaba. Las ocho horas de tertulia acompañados del poeta Jorge Valencia Jaramillo, Roberto Posada García Peña, el famoso Dartagnan y mi hijo Carlos, pasaron como un soplo. Durante largo rato nos contó de su experiencia soñada en la ceremonia donde entregan los Oscares, puesto que la película basada en su obra se había ganado meses atrás el de la música.  No nos imaginábamos que ese teatro lleno está así con extras contratados que sustituyen a los astros mientras llegan para no permitir el vacío que millones de televidentes ven desde sus casas. Tampoco que en el camino mientras llegan subidos en lujosas berlinas donde con sólo apretar un botón sale una botella de champaña, a lado y lado se sitúan artistas con la esperanza de ser descubiertos por un director para volverse estrellas de cine.  Lo suponemos repasando sus historias sobre el exilio protagonizadas por futbolistas jóvenes, celebrando en un hipódromo en una carrera de caballos que tanto lo entusiasman y haciendo de la vida una fiesta fuera de la melancolía que lo cubrió en Alemania donde estuvo quince años y a cuyos linderos regresaría como embajador de Chile, repitiendo quizá el ejemplo de Pablo Neruda y Jorge Edwards, quien varias veces nos habló de ese muchacho no tan muchacho que iba abriéndose camino firmemente en la literatura. Emocionado con la noticia de su premio, salgo a repetir la película del cartero de Neruda que conservo como una maravillosa lección sobre la poesía y la amistad, a volver a leer la novela que me dedicara entusiasmándome para que siguieran adelante mis historias y a brindar en su nombre con un café humeante.