PERIÓDICO EL PÚBLICO
REFLEXION
Por: Mauricio Martínez Sendoya
El hombre comienza a dictar. Su escrito va dirigido a la gran capital. Jamás la ha visitado pero comprende perfectamente su realidad social. Es la ciudad más grande y cosmopolita. Todas las formas de religión caben y son aceptadas. La ley tiene un ordenamiento muy claro en cuanto al respeto de la propiedad privada, es fuertemente castigado el crimen, y un sistema administrativo modelo. Cierto nivel de democracia y libertad de expresión; hasta podemos creer que ellos inventaron el grafiti. Claro, hablo de Roma.

Dentro de sus particularidades cotidianas, está la tolerancia en orientación sexual. Igual que los griegos, a quienes imitaron en muchos aspectos. Es tan abierta, que además de los amigos o amigas íntimos, se puede comprar un pequeño esclavo para satisfacer su pedofilia, o también un fornido africano para disfrutar de esta otra variedad. Si no es rico, podría ir al barrio de las prostitutas, o encontrar cualquiera de estos servicios en los baños públicos que además son gratuitos.
Entonces Pablo… si, el apóstol san Pablo, nuestro personaje,  dicta a su escribano algunas de las afirmaciones que han sido tan citadas estos días:

"Por lo tanto, no tienen excusa, ya que habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias. Al contrario, se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Pretendiendo ser sabios, se hicieron necios...Por eso Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues aun sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza. Del mismo modo también los hombres, dejando la relación natural con la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío." (Romanos 1: 20b-21, 26-27)

Las afirmaciones del apóstol sonaron retrógradas entonces, lo mismo que ahora. Las pasiones humanas eran las mismas de hoy, sólo que ahora disfrutamos de mas tecnología.

No se trata solamente de tolerancia de determinada orientación sexual; va más allá.

En nuestro orgullo, los hombres tratamos de justificar nuestras pasiones con argumentos y terminamos manejando valores éticos que se van acomodando de acuerdo a los tiempos y las circunstancias.

El cristianismo no propone un modelo de sociedad, sino un modelo de hombre. No se basa en las cosas que pueda hacer el ser humano, pues al compararnos resultaremos mejores o peores que otros. Sin embargo, confrontados con Cristo (el modelo), ninguno da la talla de homologación requerida por la justicia de Dios.

La solución es, no solamente recibir su salvación, sino obedecer su gobierno en nuestra vida. De esta manera, nosotros y por ende la sociedad, dejaremos de andar dando tumbos víctimas de vaivenes de éticas y filosofías acomodadas.

Dios nos ha dado su Palabra, guía a puerto seguro, aunque a veces no nos guste su mensaje, obedezcámosla y terminaremos a salvo y plenos en Cristo.