PERIÓDICO EL PÚBLICO
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
“No todo lo que se puede contar cuenta,
ni todo lo que cuenta se puede contar.”
   Albert Einstein.
Hace unos días escuché una aseveración que me movió a reflexionar y a escribir este artículo. Decía la persona que vive vinculada a un centro de educación superior, que creía en dios y en  las cifras. Esa persona, inspirada por la visión positivista,  es de las que creen en la verdad incontrovertible de los datos. Atilio Boron, politólogo, sociólogo y profesor universitario argentino doctorado en Harvard, quien durante muchos años fuera Secretario Ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales CLACSO, explica que el dato no está ahí puesto en la realidad esperando que el investigador lo recoja y menos que los datos o cifras hablen por sí mismos. Según Borón, los datos y cifras hablan cuando los conocimientos teóricos y creencias académicas del investigador les dan lenguaje. Es decir, habla el investigador con sus pasiones, debilidades y fortalezas, no las cifras ni los datos.
Boron es tajante al afirmar que existe la “creencia bárbara de que el dato o la cifra son un producto neutro, un límpido espejo en el cual se refleja la realidad social, cuando en verdad es el resultado de una teoría y una metodología que lo construyeron y le die­ron vida.” En otras palabras, los datos que se muestran como imparciales y veraces, sólo reflejan una manera de ver y entender la realidad, pero nunca la realidad misma.
Para algunos la realidad se reduce a simples cifras o datos. La hipertensión la reducen a una cifra de tensión arterial o la diabetes a una cifra de azúcar circulante. Igual sucede con la pobreza a la que entienden como una cifra, casi siempre en dólares, que mide y cataloga a los que ganan por debajo de ella. El desarrollo lo reducen al crecimiento económico y la calidad de vida a la suma de otras cifras. Todo esto ocurre porque es una forma de mirar el mundo, de entender y construir la realidad. Son seres humanos que todo lo miden, lo pesan y cuantifican. Y cuando no lo pueden hacer, entonces lo ignoran o lo consideran como una externalidad poco importante de la realidad.
A estos positivistas los elementos cualitativos les parecen superfluos. Sufren porque no pueden cuantificar el amor, el dolor, la tristeza, la rabia o la esperanza. Cuando aman hacen cuentas y cuando desaman también. Piensan que el futuro es la sumatoria de sucesos acaecidos en el pasado que ellos registran como datos. Viven metidos en el mundo de las cifras, de los métodos, de las recetas, de los formulismos, porque están convencidos que eso les da certeza y seguridad.
El mundo de la vida y de la libertad es el mundo de la creatividad, de la innovación, de la imaginación, de la incertidumbre. Si la realidad estuviera determinada por las cifras y los datos, como causas y efectos, el libre albedrío se reduciría a los mandatos del destino, del Karma o de los sinos fatales.
En una ocasión un indigente se asomó por la ventana de un asadero y vio un cliente disfrutando un delicioso pollo. Las cifras o los datos dirían que a cada uno le correspondió medio pollo… Una mentira disfrazada de verdad y amparada en las cifras…
@agustinangarita