AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Una de las costumbres más odiosas
que tenemos los colombianos es la de reírnos, a carcajada batiente, de los
infortunios de los demás, no importa si sean niños, ancianos, discapacitados o
embarazadas. No es sino observar los videos titulados como chistosos en las
redes sociales y se constatará la lista de niños que se caen de los columpios,
de las mesas o sillas; que se quedan dormidos y se echan la comida encima; que
se resbalan en las piscinas; o los adultos que al bajarse de un vehículo sin
fijarse, caen a una alcantarilla sin tapa; o la gestante que por el peso de su
bebe camina con dificultad y la comparan con animales o cosas por el estilo…
En una ocasión me solicitaron una
consulta médica a domicilio. Al llegar me encontré un joven quien al
manipularse las lesiones de su acné, se le inflamó de manera generosa el labio
superior. Mi sorpresa fue grande cuando lo primero que quisieron hacer sus
familiares fue tomarle fotos para poderse burlar más adelante de su desgracia
temporal. Molesto los increpé por su actitud insolidaria y poco humana. No
tiene sentido que ante una persona enferma y con los problemas que trae su
padecimiento existan seres humanos riéndose del mal ajeno.
El cristianismo enseña el amor al
prójimo, pero muchos lo interpretan primero burlarse y luego, si queda tiempo,
ayudar. Esto tiene que ver con la debilidad con que asumimos el ejercicio de la
ciudadanía y la ética del respeto. En la escuela, por ejemplo, con indiferencia
de toda la comunidad educativa, ridiculizar es muy usual, hasta el punto que
evitar el ridículo es lo más importante para cada estudiante, pasando por no
pasar al tablero, no hablar en público ni hacer parte de la clase y pasar lo
más inadvertido que se pueda. Si estamos educando para no participar, ¿cómo le
exigimos al ciudadano adulto que participe?
La burla es una expresión de no
respeto por el semejante. Una sociedad que no aprende a respetar al otro o la
otra, es una sociedad que generará, tarde o temprano comportamientos
excluyentes que desembocarán en violencias. Aprender a respetar es el camino a
recorrer para la construcción de una sociedad que conviva con los conflictos,
que son inherentes a la vida en comunidad, pero que los sepa manejar de manera
pacífica, sin violencias.
No hay que confundir la burla con
la alegría. La gente puede divertirse, desbordarse en alegría sin tener que
obtenerla a costa de los demás. Cientos de niños, hoy adultos, sufrieron en
silencio las burlas de los demás, ya sea por sus apellidos, por su vestimenta,
los peluqueados, los acentos, la fealdad o los defectos. Y muchos no han
explorado si sus comportamientos hoscos y huraños, sus rabias y mal genio, sus
timideces y retraimientos pudieran tener como causas las burlas en la infancia,
nacidas en el barrio, en el aula, en los parches o con la misma familia.
La burla apaga y niega la solidaridad y la
amistad. Si algo necesitamos en esta sociedad son ciudadanos integrales,
solidarios, participativos, democráticos que no se burlen de nadie pero si
construyan fuertes lazos de amistad, afecto y respeto, para consolidar u