Por Carlos Orlando Pardo
Rodríguez
Me produce siempre gran alegría
ver el nacimiento de nuevos escritores medidos esta vez en la publicación de su
primer libro. Es usual que con ellos las editoriales no se atrevan porque se
trata de nombres realmente desconocidos en el panorama de la literatura y sus
apuestas van a otros lados. Por fortuna la editorial Caza de Libros, siguiendo
el ejemplo dado por Pijao Editores en el Tolima, cumple el reto de jugársela
con algunos que demuestran sentido del oficio y desde luego talento. Es lo que
acaba de ocurrir con la presentación de La noche infinita, la novela de Carlos
Andrés Oviedo, un joven ibaguereño que asume su tarea con devoción y podría
decir con misticismo. No sólo se le ve sino se siente y mucho más cuando detrás
suyo se encuentran dos libros más que junto a la noche Infinita conforman su
primera trilogía y que en un futuro cercano con las debidas revisiones estará
circulando entre los lectores del país. Este sólo hecho desprende cuánta ha
sido su dedicación a la tarea de escribir que no la cumple como tantos de
manera episódica sino visceral. Debo señalar así mismo cómo no es de aquellos
muchachitos vanidosos que miran por encima del hombro y suficiencia sino
conserva el evangelio de la sencillez, sin que por ello falte el conocimiento.
No puede augurarse aquí sino el nacimiento de un escritor sólido y con futuro
que dará de qué hablar en los días del porvenir. Pero aterricemos en la noche
infinita. El tema de su obra literaria no es nuevo porque son numerosos los
textos que refieren al protagonista de una obra desde “la clarividencia de lo
inasible” como bien la define Benhur Sánchez Suárez, pero en literatura no
existen los viejos o novedosos asuntos para tratar sino la forma en que se
haga. Aquí es una mujer, una niña, Solirio, el personaje central de la
historia. Entre descripciones del mundo pintoresco de algunos mitos y leyendas
que se encuentran bien escritos pero suenan trasnochados y con olor a lugar
común, más propio de la literatura del siglo XIX y las primeras cinco décadas
del XX, va generándose la atmósfera de un mundo que luego desde el espejo de la
intimidad y la retrospección alcanza momentos luminosos, pero igualmente surgen
a veces como mezcla tardía de un existencialismo a ultranza. De todos modos,
ello no significa que La noche infinita no tenga suficientes merecimientos ni
deje de reflejar a un autor que con la debida reflexión alcanzará una mejor
etapa, sin que represente excusa que sea o no un volumen de juventud, puesto
que son numerosos los casos de autores que comienzan con paso firme y el pie
derecho su carrera y que no menciono para no abundar en listas de directorio
telefónico. Resulta eso sí preocupante explorar que no existió un riguroso
cuidado en el lenguaje por la repetición absurda de términos, uso de otros que
disuenan frente al armonioso ritmo de una prosa vigorosa y mayor atención a la
terminación de frases y párrafos que quedan inconclusos. Todos hemos caído y a
veces caemos en lo mismo por mucha experiencia tenida porque el combate con el
lenguaje es inclemente. No quiero caer en la ingenuidad de relatarles de
qué se trata, pero considero interesante que así no más sea nombrada sin
meterse en su piel, la ciudad de Ibagué sea el espacio en que transcurre la
historia, escenario olvidado en nuestra literatura porque a veces se cree que
hacerlo es provincial. Unas cinco novelas apenas la refieren tangencialmente y
tal vez Álvaro Hernández es por ahora quien en este género la hace en esta
atmósfera. Carlos Andrés Oviedo hace la apuesta y su libro es la campanada de cómo
va por buen camino, resultando una lectura grata en medio de las angustias que
libran sus personajes.