UN
MERECIDO LIBRO PARA EDILBERTO
Por Benhur Sánchez Suárez*
Mirada la cultura desde el
centralismo, ser de la provincia es, por lo menos, una desgracia. Ella se
traduce en el desconocimiento de las actividades que no sean delictivas, como la
producción de libros o el arte en general, y la poca trascendencia que se les
otorga en los medios a nivel nacional.
Sin embargo, es bueno advertir que
en la provincia se producen algunas joyas editoriales que casi siempre obedecen
al esfuerzo por darle altura al acontecer de las artes y los artistas de la
región. Es el caso de la Universidad del Tolima y del libro Edilberto Calderón,
50 años de pintura, cuya factura no tiene nada que envidiarle a producciones
nacionales de parecida intencionalidad.
Edilberto Calderón |
Curiosamente decía el ministro en
el acto inaugural que "Otro de los fines que se propone el Ministerio con
la institución del Salón Anual de Artistas Colombianos es el crear en el
artista una conciencia del valor de su obra, que además de estimularlo en la
creación estética personal, lo habrá de capacitar para juzgar y estimar, con
meridiana imparcialidad y sin prejuicio de escuela o de tendencia, el arte de
los demás".
Meridiana imparcialidad que poco
se ha dado en Colombia pues por culpa de la intolerancia lo que ha imperado entre
los artistas es el egoísmo y la insolidaridad.
El Décimo Salón tuvo la grata
coincidencia de haber premiado con medalla de plata a dos artistas tolimenses:
en pintura al maestro Jorge Elías Triana por su obra Mendigos, y en escultura
al maestro Julio Fajardo, por su trabajo titulado Mujer.
Ese mismo año, 1957, salía
Edilberto Calderón de Venadillo, su tierra natal, para ingresar a la Escuela de
Bellas Artes de la Universidad del Tolima en Ibagué, recientemente fundada por
el gobierno departamental. El muchacho no tenía ni idea que uno de sus maestros
iba a ser el pintor galardonado en el Décimo Salón Nacional, artista ya
consagrado por la crítica, mucho menos que él mismo fuera años después profesor
de la misma universidad.
Por eso creo que el maestro
Calderón es uno de los productos más genuinos de la Escuela de Artes de la
Universidad del Tolima, que iniciara actividades en 1956 y que, mediante un
convenio suscrito con la Universidad Nacional, le permitiera culminar en ella sus
estudios académicos.
Si fuera necesario demostrar un
resultado, el maestro Calderón justificaría con creces la existencia de la
Escuela de Bellas artes, esa que con su intolerancia frustraran los políticos
años más tarde. Así que es más que merecido este libro sobre su obra y
trayectoria.
Muchos son los apoyos que necesita
un artista para afianzar su carrera artística. El libro da testimonio de ellos.
El maestro Calderón contó, entre otros, con el apoyo del inmigrante polaco
Casimiro Eiger, quien se asentara en Bogotá en 1943 y fuera un destacado
crítico de arte y entusiasta galerista. Entre otras actividades Eiger fue
profesor de historia del arte en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad
Nacional hasta 1964, donde Edilberto Calderón obtuviera el título de maestro en
pintura. En 1961 fundó la Galería de Arte Moderno, que fuera determinante en la
difusión del arte moderno en Colombia y lo fuera también para el maestro
Calderón, pues en su galería mostró sus obras en varias oportunidades en la
década de los años sesenta y setenta. Precisamente en el libro se incluye un
texto muy puntual de Casimiro sobre Calderón.
También fueron importantes para su
formación Jorge Elías Triana, Manuel Hernández, Ignacio Gómez Jaramillo y
Alejandro Obregón. Pero, al contrario de muchos otros artistas formados en
medios académicos, no imitó a sus maestros sino que estableció desde el
principio una meta personal bien clara que se propuso alcanzar y que sería,
entre otras cosas, la que le permitiera acaparar la atención del galerista
polaco Casimiro Eiger para que su obra comenzara a ser mostrada en la Galería
de Arte Moderno de Bogotá, la más importante galería de aquella época en
Colombia.
Y, por supuesto, la importancia
del reciente pintor fue tenida en cuenta por sus primeras exhibiciones en las
muestras organizadas por la Universidad con sus alumnos y por los primeros
reconocimientos que lograra en certámenes como el Festival de Arte de Cali en
1961 y el Salón Francisco A. Cano de Bogotá en 1962.
La obra del maestro Calderón sigue
una línea de ascenso que no se desvía en su trayectoria y fija desde el
principio una personalidad madura y coherente. Las reproducciones que se
incluyen en el libro son ejemplo fehaciente de esta trayectoria. Esa madurez es
quizá la que hizo exclamar a Casimiro Eiger “este joven tolimense es un talento
independiente que no obedece sino a su propia inspiración y traduce con tesón
el lenguaje de colores y de formas, sus inquietudes estéticas y sociales,
dándoles una expresión auténticamente personal.” (p. 46)
Por ejemplo, su temática siempre
ha sido tomada del entorno, la vida de sus contemporáneos, los pequeños vicios
y las grandes tragedias que, sumados, dan el testimonio de nuestra época. Tal
vez por ello el maestro expresa que “requiero para escoger mis temas sentir el
pálpito, la resonancia interna que más que forma concreta exterior revele toda
la energía y la belleza del asunto.” En este sentido bien puede decirse que la
obra del maestro Calderón es literaria, dada la simbología y el anecdotario que
fluye en cada una, bien se trate de escenas cotidianas como en su serie sobre
la mujer, las fiestas y el bar, donde es clara la iconografía del vagabundo y
el poder de la mujer como aglutinante de la sociedad, o bien aluda al
inconformismo de la sociedad por la situación que atraviesa y se sienta su
crítica al establecimiento por las normas establecidas para ordenar la vida de
la comunidad.
Por eso hay escenas de bares y al
mismo tiempo de protestas, hay caricatura de los símbolos del poder establecido
y hay reminiscencias a la fiesta brava, hay cementerios y muertos y hay reinas
y fiestas y hay vida que florece en
ambientes festivos tan propios de nuestra tierra caliente. En ese universo de
seres y paisajes siempre hay un elemento visual de la realidad que nos impulsa
a la identificación por lo que sus obras se nos hacen familiares y cercanas. Esta
cercanía temática con el público hace que su obra se torne familiar y casi
personal, que alegre o entristezca, nos provoque risa o ira y, en definitiva, nos
incite a constituirnos en parte de ella.
El maestro Calderón logró definir
desde muy temprano una pincelada propia y una paleta de colores también acorde
al temperamento de sus personajes. Y es evidente su preocupación por la luz y
la transparencia que le permiten crear las atmósferas apropiadas a cada uno de
los temas resueltos en sus lienzos.
Recorrer el libro es también
recorrer lo más representativo de la obra de Calderón, con reproducciones de
gran fidelidad, como ha de suceder en todo homenaje impreso.
Volviendo al principio, pienso que
el maestro Calderón en uno de los pocos artistas en que se cumple el deseo del
ministro Gaitán, expresado hace setenta y tres años, pues él siempre ha
respetado el trabajo de los demás y ha impulsado a los artistas de la región
con la generosidad de un auténtico maestro.
*Escritor y pintor colombiano.