PERIÓDICO EL PÚBLICO
UN MERECIDO LIBRO PARA EDILBERTO


Por Benhur Sánchez Suárez*

Mirada la cultura desde el centralismo, ser de la provincia es, por lo menos, una desgracia. Ella se traduce en el desconocimiento de las actividades que no sean delictivas, como la producción de libros o el arte en general, y la poca trascendencia que se les otorga en los medios a nivel nacional.
Sin embargo, es bueno advertir que en la provincia se producen algunas joyas editoriales que casi siempre obedecen al esfuerzo por darle altura al acontecer de las artes y los artistas de la región. Es el caso de la Universidad del Tolima y del libro Edilberto Calderón, 50 años de pintura, cuya factura no tiene nada que envidiarle a producciones nacionales de parecida intencionalidad.
Edilberto Calderón
El libro me recordó un poco la historia del arte en Ibagué. Y me trasladó al 12 de octubre de 1957, cuando se abrió en el Museo Nacional el Décimo Salón Anual de Artistas Colombianos, después de cinco años de interrupción por culpa de la violencia partidista de entonces. El Salón Anual de Artistas fue instituido por Jorge Eliécer Gaitán cuando era ministro de Educación en el gobierno de Eduardo Santos, a instancias de Teresa Cuervo Borda, y su primera versión se inauguró en la Biblioteca Nacional el 12 de octubre de 1940.
Curiosamente decía el ministro en el acto inaugural que "Otro de los fines que se propone el Ministerio con la institución del Salón Anual de Artistas Colombianos es el crear en el artista una conciencia del valor de su obra, que además de estimularlo en la creación estética personal, lo habrá de capacitar para juzgar y estimar, con meridiana imparcialidad y sin prejuicio de escuela o de tendencia, el arte de los demás".

Meridiana imparcialidad que poco se ha dado en Colombia pues por culpa de la intolerancia lo que ha imperado entre los artistas es el egoísmo y la insolidaridad.
El Décimo Salón tuvo la grata coincidencia de haber premiado con medalla de plata a dos artistas tolimenses: en pintura al maestro Jorge Elías Triana por su obra Mendigos, y en escultura al maestro Julio Fajardo, por su trabajo titulado Mujer.
Ese mismo año, 1957, salía Edilberto Calderón de Venadillo, su tierra natal, para ingresar a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad del Tolima en Ibagué, recientemente fundada por el gobierno departamental. El muchacho no tenía ni idea que uno de sus maestros iba a ser el pintor galardonado en el Décimo Salón Nacional, artista ya consagrado por la crítica, mucho menos que él mismo fuera años después profesor de la misma universidad.

Por eso creo que el maestro Calderón es uno de los productos más genuinos de la Escuela de Artes de la Universidad del Tolima, que iniciara actividades en 1956 y que, mediante un convenio suscrito con la Universidad Nacional, le permitiera culminar en ella sus estudios académicos.
Si fuera necesario demostrar un resultado, el maestro Calderón justificaría con creces la existencia de la Escuela de Bellas artes, esa que con su intolerancia frustraran los políticos años más tarde. Así que es más que merecido este libro sobre su obra y trayectoria.

Muchos son los apoyos que necesita un artista para afianzar su carrera artística. El libro da testimonio de ellos. El maestro Calderón contó, entre otros, con el apoyo del inmigrante polaco Casimiro Eiger, quien se asentara en Bogotá en 1943 y fuera un destacado crítico de arte y entusiasta galerista. Entre otras actividades Eiger fue profesor de historia del arte en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional hasta 1964, donde Edilberto Calderón obtuviera el título de maestro en pintura. En 1961 fundó la Galería de Arte Moderno, que fuera determinante en la difusión del arte moderno en Colombia y lo fuera también para el maestro Calderón, pues en su galería mostró sus obras en varias oportunidades en la década de los años sesenta y setenta. Precisamente en el libro se incluye un texto muy puntual de Casimiro sobre Calderón.

También fueron importantes para su formación Jorge Elías Triana, Manuel Hernández, Ignacio Gómez Jaramillo y Alejandro Obregón. Pero, al contrario de muchos otros artistas formados en medios académicos, no imitó a sus maestros sino que estableció desde el principio una meta personal bien clara que se propuso alcanzar y que sería, entre otras cosas, la que le permitiera acaparar la atención del galerista polaco Casimiro Eiger para que su obra comenzara a ser mostrada en la Galería de Arte Moderno de Bogotá, la más importante galería de aquella época en Colombia.

Y, por supuesto, la importancia del reciente pintor fue tenida en cuenta por sus primeras exhibiciones en las muestras organizadas por la Universidad con sus alumnos y por los primeros reconocimientos que lograra en certámenes como el Festival de Arte de Cali en 1961 y el Salón Francisco A. Cano de Bogotá en 1962.

La obra del maestro Calderón sigue una línea de ascenso que no se desvía en su trayectoria y fija desde el principio una personalidad madura y coherente. Las reproducciones que se incluyen en el libro son ejemplo fehaciente de esta trayectoria. Esa madurez es quizá la que hizo exclamar a Casimiro Eiger “este joven tolimense es un talento independiente que no obedece sino a su propia inspiración y traduce con tesón el lenguaje de colores y de formas, sus inquietudes estéticas y sociales, dándoles una expresión auténticamente personal.” (p. 46)

Por ejemplo, su temática siempre ha sido tomada del entorno, la vida de sus contemporáneos, los pequeños vicios y las grandes tragedias que, sumados, dan el testimonio de nuestra época. Tal vez por ello el maestro expresa que “requiero para escoger mis temas sentir el pálpito, la resonancia interna que más que forma concreta exterior revele toda la energía y la belleza del asunto.” En este sentido bien puede decirse que la obra del maestro Calderón es literaria, dada la simbología y el anecdotario que fluye en cada una, bien se trate de escenas cotidianas como en su serie sobre la mujer, las fiestas y el bar, donde es clara la iconografía del vagabundo y el poder de la mujer como aglutinante de la sociedad, o bien aluda al inconformismo de la sociedad por la situación que atraviesa y se sienta su crítica al establecimiento por las normas establecidas para ordenar la vida de la comunidad.
Por eso hay escenas de bares y al mismo tiempo de protestas, hay caricatura de los símbolos del poder establecido y hay reminiscencias a la fiesta brava, hay cementerios y muertos y hay reinas y fiestas  y hay vida que florece en ambientes festivos tan propios de nuestra tierra caliente. En ese universo de seres y paisajes siempre hay un elemento visual de la realidad que nos impulsa a la identificación por lo que sus obras se nos hacen familiares y cercanas. Esta cercanía temática con el público hace que su obra se torne familiar y casi personal, que alegre o entristezca, nos provoque risa o ira y, en definitiva, nos incite a constituirnos en parte de ella.

El maestro Calderón logró definir desde muy temprano una pincelada propia y una paleta de colores también acorde al temperamento de sus personajes. Y es evidente su preocupación por la luz y la transparencia que le permiten crear las atmósferas apropiadas a cada uno de los temas resueltos en sus lienzos.

Recorrer el libro es también recorrer lo más representativo de la obra de Calderón, con reproducciones de gran fidelidad, como ha de suceder en todo homenaje impreso.

Volviendo al principio, pienso que el maestro Calderón en uno de los pocos artistas en que se cumple el deseo del ministro Gaitán, expresado hace setenta y tres años, pues él siempre ha respetado el trabajo de los demás y ha impulsado a los artistas de la región con la generosidad de un auténtico maestro.

*Escritor y pintor colombiano.