Por:
Alberto Bejarano Ávila
“El
mismo perro con distinto collar”, así diferenciaría privatizar de tercerizar y
además diría que la astucia neoliberal, la ingenuidad y la venalidad de algunos
burócratas oficiales son infinitas, como infinita es la estupidez humana (así
falló Einstein). Para saquear bienes públicos y/o facilitar la coima, el neoliberal,
el ingenuo y el venal, “todos a una como Fuenteovejuna”, propagan fulleras
tesis adobadas con eufemismos desarrollistas: que sólo la gestión privada es
eficaz, que no existe capital de inversión, que es buen negocio vender o ceder
al privado la explotación del bien público (el de todos nosotros). Así es como logran
enajenar las pródigas heredades colectivas, malversar las arcas de las empresas
públicas y escamotearle oportunidades a los propios.
La
riqueza privada es derecho genuino, nadie lo duda, pero pierde legitimidad si
resulta, entre otros orígenes espurios, del despojo injusto e indebido del vital
y sagrado bien comunitario. Fue con la nociva práctica de privatizar y
tercerizar lo público como la Colombia centralista ahondó las vergonzosas
desigualdades sociales y territoriales que hoy lidera en América Latina.
De
tiempo atrás y con diferentes métodos, neoliberales, cándidos y pícaros nos
“enseñan” con porfía a subvalorar la riqueza de todos y sublimar la riqueza
privada; así consiguieron hacer de muchos de nosotros, gente de “bolsillo
pelao’ y corazón capitalista” que no logra entender que la sociedad que
privatiza bienes y recursos comunes jamás será igualitaria y justa y que la
empresa pública que terceriza su operación esencial jamás será eficiente, ya
que por ahijar el interés ajeno, cuando no ilícito, deshumaniza su fin misional,
arruina el compromiso y la labor de equipo, falsea el empleo, niega derechos de
estabilidad laboral y jubilación y frustra a nuestros profesionales.
Privatizar
es anular toda posibilidad de redistribución equitativa del ingreso público,
rapar futuro al más débil y cohonestar que el Estado deje de ser garante del
equilibrio social. Tercerizar es (pongamos ejemplo) como quien por perezoso,
inepto o garoso, entrega por mísero derecho de usufructo una finca con
excelente potencial productivo (agua, gas, basura, electricidad, telefonía,
televisión, internet, etc.) para que otros la usufructúen sin obligarse a rendir
cuentas, pagar costos de depreciación, repartir y/o reinvertir utilidades y
responder por daño contingente (ej. El causado por terremoto). En ésta usanza y
al cabo del tiempo, “la finca” será devuelta con grave deterioro, altas
exigencias de inversión en infraestructura, tecnológicamente obsoleta,
inhabitable y tal vez irrecuperable. La intencionada o necia decisión del haragán,
inepto o pillo beneficia a unos pocos, pero en el presente y sobre todo en el
mediano y el largo plazo a todos nos perjudica.
Es
dable confiar tareas a terceros sólo si estas son accesorias (vigilancia, aseo,
publicidad, jardinería, apoyo tecnológico, etc.), no arriesgan información
vital y no facilitan el manoseo a la columna vertebral del “negocio”. Bajo la
figura de outsourcing (decía el esnob) se tercerizan tareas no patrimonios ni
fuentes de ingresos y menos prácticas dañinas para la empresa comercial,
industrial o de base tecnológica de la región, la asociatividad profesional, el
trabajo cooperativo asociado y el empleo. Privatizar o tercerizar un patrimonio
comunitario productivo y rentable, es acto políticamente incorrecto, insidioso,
contrario a la ética de lo público, cómplice del despojo del recurso natural, degradador
del ecosistema y demoledor de talentos y espíritus emprendedores. Incertidumbre,
desengaño y pobreza son secuelas del proceder del gobernante y dirigente político
voluble, cortoplacista y desconocedor de la rica mixtura de potencialidades y
riquezas de la región y de los derechos económicos y históricos de sus
moradores presentes y futuros.