AGUSTIN
ANGARITA LEZAMA
En
el mundo actual, corren tiempos despiadados con sensaciones de hostilidad por
todos lados, con rivalidades marcadas y competencia sin tregua, con
desconfianzas por doquier motivadas por la sensación de que todos juegan con
cartas marcadas y con múltiples trampas al asecho, con gentes que viven
aceleradas y con prisa. Un mundo donde cada persona siente que está obligado a
cuidarse a sí mismo y donde sólo sonríen y dicen si los funcionarios de las
oficinas comerciales de los bancos, es un mundo donde crece la desesperanza y crece
la necesidad de seguridad.
En
casi todos los programas de gobierno de los mandatarios mundiales el tema de
seguridad es central. En la ciudad ocurre algo similar. Las quejas de la
ciudadanía pasan por exigir mayor protección de la policía, de la ley y la
instauración permanente del orden. Esta petición de seguridad se extiende a
querer mayores oportunidades reflejadas en más empleo, salud, recreación,
educación, vivienda y reducción de pobreza, entre otros.
La
seguridad implica una contradicción con la libertad. Estos dos valores no se
concilian plenamente sin fricción. Una sociedad no es civilizada sin seguridad
y sin libertad, pero no se puede tenerlas ambas en las cantidades que se
consideran satisfactorias.
Ibagué
necesita seguir avanzando en seguridad. Aunque han descendido, las cifras de
hurtos a personas, domicilios, vehículos y motos son todavía altas. Problemas de desempleo y cobertura escolar
siguen dando que hablar. Los muertos y heridos por accidentes de tránsito
ocupan los primeros lugares en las preocupaciones de las autoridades de salud y
tránsito. Las autoridades están en la obligación de buscar nuevas formas para
mejorar la seguridad de los ciudadanos.
Pero
la seguridad atenta contra la libertad. Para vivir tranquilos los ciudadanos
deben cumplir las normas que han sido diseñadas para una vida segura. No
cumplirlas daña la seguridad. No respetar un semáforo en rojo aumenta las
posibilidades de accidentes, de producir heridos, muertes y daños materiales.
Igual sucede con manejar ebrio, a altas velocidades o en contravía. No respetar
las cebras pone en peligro la vida de los peatones. Si alguien parquea en la
vía pública, obstaculiza la circulación y puede dificultar el paso presuroso de
una ambulancia que lleva un paciente grave y que puede morir por el retraso.
En
la ciudad como no hay suficiente policía de tránsito y aprovechando los avances
de la tecnología se propuso el tema de las fotomultas para mejorar la seguridad
de los ciudadanos. Apelando a la libertad muchos protestaron. Un taxista me
expresó que con las fotomultas no podría pasarse semáforos en rojo o amarillo,
marchar a altas velocidades ni parquearse en cualquier sitio a esperar posibles
pasajeros. Como su patrón le exige una cuota diaria de producido, él se siente
en libertad para infringir las normas de tránsito sin importar el riego que
corren sus pasajeros, los demás conductores, los peatones y él mismo.
El
aumento de las multas para los conductores borrachos redujo los accidentes. Las
fotomultas reducirán los accidentes y ayudarán a educar a los conductores y
ciudadanos mejorando la seguridad de la ciudad.