PERIÓDICO EL PÚBLICO: ¿QUÉ HACER POR LA UNIVERSIDAD DEL TOLIMA?

¿QUÉ HACER POR LA UNIVERSIDAD DEL TOLIMA?

AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Haciendo referencia a las crisis, se dice que es como cuando uno va corriendo, sin opción de retorno, por un angosto túnel oscuro y después de un trecho se ve al fondo una luz. Lo que no se sabe si es el final del túnel o un tren que viene en contravía. Es la encrucijada de la Universidad del Tolima.
El rector y su grupo directivo, con la connivencia de las directivas universitarias (Consejo Superior, Consejo Académico, algunas organizaciones estudiantiles y algunos directivos sindicales profesorales y administrativos) perdió el rumbo universitario y metió a la institución en un túnel sin aparente salida.

Mientras que las recomendaciones sobre personal necesario para funcionar de manera óptima en una institución de educación superior, hablan de un funcionario por cada dos profesores, en la UT se tienen tres funcionarios por cada profesor. Esto no mejora la academia, pero si encarece costos. Estudios sobre el tema desarrollados en la UT existen, pero no ha habido voluntad política para ponerlos en ejecución. Lo que sí ha funcionado es el aumento desmedido de una nómina paralela para pagar favores politiqueros y de franca corrupción. También otros favores. Acabar con esta nómina y esta práctica es mandatorio.
Se necesita mayor financiación estatal, es verdad. Se debe exigir el pago de deudas atrasadas y de los aportes convenidos. Pero también absoluta claridad de cómo se invierten estos recursos dentro de la institución. La UT es de todos los tolimenses, no de pequeños grupos.
Pese a las exigencias de la norma existen profesores de planta que no tienen carga académica y no dictan clases. Esto obliga a gastar casi dos mil millones de pesos mensuales en catedráticos. Si se hiciera cumplir la norma, sin atropellar a nadie, la universidad obtendría casi un 40% de ahorro en sus recursos.
Hay facultades donde se duplican esfuerzos, se traslapan funciones y se dilapidan recursos. La reestructuración de las facultades y programas académicos, donde estos sean dirigidos por profesores y no por contratistas externos, debe permitir una modernización seria que redunde en calidad, eficiencia y eficacia. ¿Se deben mantener todos los programas o se deberían cerrar algunos por onerosos, ineficientes y de baja calidad?
Una cosa es defender la universidad pública y otra defender a ultranza la ineficiencia de lo público. La finalidad de la UT no es mantenerse abierta a cualquier costo. Para fomentar el desarrollo de capacidades humanas para su formación integral permanente, buscar el saber, producir y divulgar el conocimiento para el bienestar humano y ambiental de nuestra sociedad; la UT no puede seguir siendo la “olla más grande de Ibagué”, donde el microtráfico hace grandes negocios y nuestra juventud se corrompe, en aras del libre desarrollo de la personalidad.
Hay procesos administrativos ineficientes, ya conocidos y estudiados, que se deben tercerizar.  No faltarán los gritos de alerta a la privatización de los que prefieren la UT postrada, pero a la que le succionan algunas prebendas, a un Alma Máter eficiente y cumpliendo a cabalidad su misión.
La reestructuración o es total o la catástrofe continuará su marcha. Los sindicatos y gremios deben revisar si defienden sus garantías, sus pequeños feudos y ventajas o contribuyen a salvar a la UT. Igual ocurre con el movimiento estudiantil. La universidad no puede seguir siendo la puerta giratoria de la politiquería ni de la corrupción local y regional. La solución no es de amiguismos ni favores, sino de compromiso con la institución, con la sociedad, con la región y el país. El ethos universitario debe ser la guía. Las directivas universitarias saben y tienen claro todo esto, pero prefirieron pensar que la luz al final del túnel era la mano de los políticos de siempre.

La solución de choque necesita una medida fuerte y sostenida. Dialogada pero firme. Las directivas universitarias actuales ya no dieron la talla… ¡Deben irse!