PERIÓDICO EL PÚBLICO
VIOLENCIA EN LA COTIDIANIDAD
Por : Agustín Angarita Lezama
El tema de la paz está en boca de mucha gente. Unos porque la desean con firmeza y otros porque no creen en el proceso que desarrolla el gobierno. Las sensaciones frente a la paz son disímiles. Para unos la firma del tratado de paz será suficiente para iniciar la transformación del país. Otros la ven como una imposible tarea. Muchos son escépticos. Pienso que la firma es parte del proceso, es un inicio, pero se deben allegar muchas cosas para atemperar la paz.
Hemos aprendido a vivir en un ambiente de competencia y enfrentamiento. Una sociedad patriarcal como esta hace pensar que la vida es campo de lucha, que no hay que confiar en nadie, que vivimos en eterna competencia, que nada se nos dará gratis y todo lo debemos ganar… La creencia en una lucha permanente por la supervivencia, nos pone en la disyuntiva de ganar o ganar. No sirve dialogar ni escuchar. Solo sirve obtener lo que se quiere, no importa cómo. La violencia, como instrumento para ganar, ha copado muchos espacios y la consideramos como algo natural, como algo normal en nuestra cotidianidad.
Para muchos hablar, debatir y discutir es perdedera de tiempo. Hay que ir a los hechos. Mientras más contundentes mejor. ¿Para que hablar si con acciones de fuerza y violencia podemos lograr lo que queremos, y muchas veces más pronto? Hemos aprendido que volvernos problema, mejor si es con violencia incluida, da más réditos que los trámites legales. La legalidad no alcanza y requiere el refuerzo de la violencia.
Si a la gente en un barrio no le pavimentan una calle, recurren a la violencia y taponan vías con carteles de protesta para buscar soluciones. Los vendedores ambulantes para evitar desalojos o retención de mercancías, recurren a marchas que terminan en disturbios para hacerse sentir. Los hinchas de un equipo de fútbol, están dispuestos a morir o a matar, por defender el honor de su divisa. Los conductores de vehículos públicos bloquean las calles; los campesinos se toman las instalaciones de las oficinas oficiales; los sindicalistas se toman sus empresas; los pacientes cansados de esperar agreden a los médicos y personal de salud; algunos comunicadores vomitan sus odios personales cuando comentan los sucesos cotidianos; un padre de familia desahoga frustraciones golpeando a su mujer a o sus hijos… en fin, ¡la apología de la violencia!
Estos actos violentos no tienen justificación, sin embargo, los justificamos. Son miles las personas que creen válido que los padres castiguen violentamente a sus hijos. Es más, muchos piensan que la norma que prohíbe lastimar a los niños es la causante de los males de la sociedad. La norma no prohíbe reprender, insta a formar, pero no a castigos físicos. Como sólo aprendimos a castigar, al prohibirlo, se cree que no hay que hacer nada. Y ese no es el espíritu de la norma. Hay docentes que añoran las épocas de los castigos físicos y ahora viven en el importaculismo, dejando hacer lo que se les da la gana a los estudiantes, pero culpando a las normas.
Debemos hacer visibles los comportamientos violentos que la costumbre ha hecho ver como normales o naturales. De ahí depende de verdad la construcción de la paz.

*Médico especialista en Medicina Biológica