El país debe
retomar el rumbo y concentrarse en lo fundamental. Si no se recupera la
seguridad, si no se logra un sistema eficiente de justicia y si no se controla
las fronteras, seguiremos creyendo en un Estado Social de Derecho que no
existe.
En plena
campaña electoral para elegir autoridades locales se develan los más diversos
discursos políticos, más no programas, eso sería otra cosa. Llama la atención
lo de siempre: más educación, más salud, mejor nutrición para niños y niñas,
mejores vías y todo aquello que "la candidata" vea que sus
posibles electores quisieran escuchar. Nunca he sabido si se preguntan también
por la disposición de los ciudadanos a pagar por ello.
Pues bien, me
llama la atención que los graves problemas que tenemos en materia de justicia,
seguridad y protección de nuestras fronteras apenas se tocan de manera
tangencial. Me dirán que, al tratarse de una república unitaria y centralista,
eso les corresponde a las autoridades del orden nacional, esas que tampoco
parecen saber cómo resolver los problemas. Por ello, quisiera retomar las
funciones esenciales de cualquier Estado y sugerir que vuelvan a ser lo
primero: uno, control territorial; dos, seguridad; y tres, justicia. Me dirán
que eso ya no es propio de un Estado Social de Derecho, “gran avance de la
Constitución Política de 1991”, o, como recientemente me recriminó un colega:
“reducir el Estado a ese mínimo impide saldar la deuda social que tenemos”. ¿De
cuál me habla? Me dijo de todo y nada, y sigo sin entender.
La deuda del
Estado es con las víctimas de tantos delitos, no solo los derivados del
conflicto armado, que no encuentran justicia; de los jóvenes que no cuentan con
fuentes de trabajo adecuadas y de los empresarios que pierden su tiempo en
trámites absurdos y no logran generar a tiempo las nuevas fuentes de empleo que
requiere esta economía. La deuda social también es con los importadores de
buena fe que enfrentan la competencia ilegal del contrabando y con los
exportadores ahogados en regulaciones, mientras ven cómo grupos ilegales sacan
materias primas y “nadie los ve”.
Alguna vez en
una discusión que terminó en pelea, lamentable final en esta democracia
precaria, pregunté ¿de qué servía construir un megacolegio público si a la
salida estaban las bandas del microtráfico, los atracadores y la trata de
personas, entre otros? Pregunté, además, ¿de qué servía invertir en parques
maravillosos si terminaban controlados por pandillas que, entre otras, logran
prostituir a niños y niñas a cambio de las sustancias que les regalan para que
prueben?
Lo primero es
la seguridad y un sistema de justicia eficiente que logre castigar a estos
hampones y enviarlos a centros penitenciarios donde en vez de doctorarse en
sicariato y extorsión, reciban la atención que merecen para iniciar procesos de
resocialización y formación para el trabajo. ¿De qué nos sirve alegar que
tenemos que ser solidarios con los hermanos venezolanos, si no generamos
fuentes de trabajo formales suficientes y terminamos con nuevos “beneficiarios”
de los programas subsidiados, esos que pronto serán impagables sin transitar
hacia el socialismo?
Aquí pueden
los “progresistas” criticar y cuestionar lo que les venga en gana, pero si no
recuperamos la seguridad, si no logramos un sistema eficiente de administración
de justicia con amplios recursos legales y que estén en el presupuesto, y si no
controlamos nuestras fronteras, seguiremos creyendo en un Estado Social de
Derecho que sencillamente no va a existir, por más sentencias que emanen de
aquél único y sagrado órgano soberano y supremo, que es hoy la venerable y
omnipresente Corte Constitucional.
Recuerdo hoy
aquellas lecturas de las conferencias de Ortega y Gasset en la Argentina del
año 39: “¡A las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales,
de suspicacias, de narcicismos (…) a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y
preocuparse de ellas directamente y sin más…”.
Estamos
naufragando en un mar de conflictos absurdos entre ramas del poder público,
posiciones ideológicas porque sí y porque no. Atrás quedó el acuerdo sobre lo
fundamental que se pensó logrado en el siglo pasado. Volvamos a lo esencial del
Estado y de ahí avancemos.
Como dicen por
ahí: el que mucho abarca poco aprieta.
