PERIÓDICO EL PÚBLICO: "¡A las cosas, a las cosas!"

"¡A las cosas, a las cosas!"

Santiago José Castro Agudelo
El país debe retomar el rumbo y concentrarse en lo fundamental. Si no se recupera la seguridad, si no se logra un sistema eficiente de justicia y si no se controla las fronteras, seguiremos creyendo en un Estado Social de Derecho que no existe.  
En plena campaña electoral para elegir autoridades locales se develan los más diversos discursos políticos, más no programas, eso sería otra cosa. Llama la atención lo de siempre: más educación, más salud, mejor nutrición para niños y niñas, mejores vías y todo aquello que "la candidata" vea que sus posibles electores quisieran escuchar. Nunca he sabido si se preguntan también por la disposición de los ciudadanos a pagar por ello.
Pues bien, me llama la atención que los graves problemas que tenemos en materia de justicia, seguridad y protección de nuestras fronteras apenas se tocan de manera tangencial. Me dirán que, al tratarse de una república unitaria y centralista, eso les corresponde a las autoridades del orden nacional, esas que tampoco parecen saber cómo resolver los problemas. Por ello, quisiera retomar las funciones esenciales de cualquier Estado y sugerir que vuelvan a ser lo primero: uno, control territorial; dos, seguridad; y tres, justicia. Me dirán que eso ya no es propio de un Estado Social de Derecho, “gran avance de la Constitución Política de 1991”, o, como recientemente me recriminó un colega: “reducir el Estado a ese mínimo impide saldar la deuda social que tenemos”. ¿De cuál me habla? Me dijo de todo y nada, y sigo sin entender.

La deuda del Estado es con las víctimas de tantos delitos, no solo los derivados del conflicto armado, que no encuentran justicia; de los jóvenes que no cuentan con fuentes de trabajo adecuadas y de los empresarios que pierden su tiempo en trámites absurdos y no logran generar a tiempo las nuevas fuentes de empleo que requiere esta economía. La deuda social también es con los importadores de buena fe que enfrentan la competencia ilegal del contrabando y con los exportadores ahogados en regulaciones, mientras ven cómo grupos ilegales sacan materias primas y “nadie los ve”.
Alguna vez en una discusión que terminó en pelea, lamentable final en esta democracia precaria, pregunté ¿de qué servía construir un megacolegio público si a la salida estaban las bandas del microtráfico, los atracadores y la trata de personas, entre otros? Pregunté, además, ¿de qué servía invertir en parques maravillosos si terminaban controlados por pandillas que, entre otras, logran prostituir a niños y niñas a cambio de las sustancias que les regalan para que prueben?
Lo primero es la seguridad y un sistema de justicia eficiente que logre castigar a estos hampones y enviarlos a centros penitenciarios donde en vez de doctorarse en sicariato y extorsión, reciban la atención que merecen para iniciar procesos de resocialización y formación para el trabajo. ¿De qué nos sirve alegar que tenemos que ser solidarios con los hermanos venezolanos, si no generamos fuentes de trabajo formales suficientes y terminamos con nuevos “beneficiarios” de los programas subsidiados, esos que pronto serán impagables sin transitar hacia el socialismo?
Aquí pueden los “progresistas” criticar y cuestionar lo que les venga en gana, pero si no recuperamos la seguridad, si no logramos un sistema eficiente de administración de justicia con amplios recursos legales y que estén en el presupuesto, y si no controlamos nuestras fronteras, seguiremos creyendo en un Estado Social de Derecho que sencillamente no va a existir, por más sentencias que emanen de aquél único y sagrado órgano soberano y supremo, que es hoy la venerable y omnipresente Corte Constitucional.
Recuerdo hoy aquellas lecturas de las conferencias de Ortega y Gasset en la Argentina del año 39: “¡A las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcicismos (…) a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más…”.
Estamos naufragando en un mar de conflictos absurdos entre ramas del poder público, posiciones ideológicas porque sí y porque no. Atrás quedó el acuerdo sobre lo fundamental que se pensó logrado en el siglo pasado. Volvamos a lo esencial del Estado y de ahí avancemos.
Como dicen por ahí: el que mucho abarca poco aprieta.