Por: Carlos Augusto
Noriega.
Gilberto Alzate Avendaño (1910-1960) fue
el más grande caudillo civil del conservatismo en el presente siglo. Habiendo
irrumpido en el escenario de la política nacional un poco por fuera de tiempo,
cuando el desespero de las masas depauperadas, ocupantes de la galería en el
empobrecido escenario nacional, no alcanzaba a hacer oír voces de protesta sino
apenas tenues murmullos de larvada inconformidad, los alegatos formidables de
Alzate Avendaño en favor de un conservatismo insurgente, atrevido, no
hipotecado a los poderosos, resultaron simple alimento intelectual para jóvenes
generaciones que, como él, se frustraron en su temprana y absurda desaparición.
Pero este Alzate Avendaño, que tuvo que
gastar excesivo tiempo de su relampagueante existencia, de inesperada y
desgarradora brevedad, en echar abajo, trabajosamente, onerosamente,
bravíamente, los obstáculos que con acezante y despavorida solicitud le
bastantearon los alcahuetes personeros del miedo al cambio social, desde su
tumba asiste a un trágico desquite , el de comprobar que el país que él,
Alzate, quiso transformar a fondo, hoy, a los 38 años de su muerte, sigue
viviendo en la patria boba, y en lo político asiste, sin estupor y ante la
resignada humildad de la clase dirigente, al desmantelamiento inmisericorde de
sus instituciones.
En la ardorosa vida combativa de Alzate
Avendaño se dieron tres etapas de altivos protagonismos, tajantemente
diferenciadas. La primera, en sus mocedades, cuando por el año 1937 al frente de
la secretaría del Directorio Nacional Conservador se enfrenta a Laureano Gómez,
que ya le estaba imponiendo al partido la "disciplina para perros", y
en un caso típico de incompatibilidad de caracteres y de antagónica concepción
del Estado, rompe y se va. Se dedica luego, en Manizales, a ejercer la abogacía
con mucha fortuna, lo que no le impide calificarla de "actividad
parasitaria", "que exige dotes menores", pues "el abogado
no crea, no produce nada útil", y para sostenerlo "muchos campesinos
y obreros tienen que estar sudando plusvalía". Frases de una indagatoria
suya, que es pieza maestra de nuestra literatura jurídica, ya que todos los
escritos de Alzate, ensayos históricos y literarios, artículos y discusiones,
editoriales de su periódico Diario de Colombia, de brillante rigor académico,
son de antología. Ahora mismo a los aficionados al derecho público,
politólogos, violentólogos, les servirá para seguir hurgando en las causas de
la impresionante catástrofe en que agoniza la nación.
Dispuesto a abandonar el foro, porque le
impresionaba morir leguleyo, con el alma prendida de un inciso, son sus
palabras, Alzate entra a tambor batiente en la política, y sintiéndose incómodo
en el conservatismo, al que considera "...un olimpo taciturno de
ancianos", funda su propio partido. El extraordinario escritor, su amigo
Hernando Téllez, lo llamará "Acción Nacionalista Popular", y su
compañero de faenas electorales, Fernando Londoño Londoño, advirtiendo no haber
sido "alzatista", lo denominará "Movimiento Nacional". La
primera salida en busca de curules en 1939 fue un estrepitoso fracaso, su único
representante elegido, ese otro extraordinario escritor y orador, Silvio
Villegas, en el instante mismo de instalarse el Congreso, regresa al viejo
alero conservador, lo que llevará a Alzate a tildarlo de "gallo de la
veleta", sin que esto quebrante su amistad.
Pero Alzate persistirá. Las convenciones
conservadoras le siguen pareciendo sombríos cenáculos de fantasmas, reuniones
de seres de ultratumba, de momias fosforescentes, a los cuales daban deseos de
irresistibles de preguntarles a gritos: De parte de Dios o del diablo,
"¿qué necesitan?"
De 1937 a 1943, especialmente desde
cuando en este último año dirigió una huelga de choferes que culminó en
masacre, con varios manifestantes asesinados por la policía en las calles de
Manizales, de ahí la famosa indagatoria de Alzate que armó auténtico escándalo
nacional, mezcla de admiración desenfrenada y temor reverencial, comenzó a
considerársele un líder de extrema peligrosidad. Se dijo, no sin fundamento,
que era admirador de Mussolini, su imitador con la mandíbula saliente y la
desnuda cabeza de la que "se habían caído el pelo y las ilusiones";
que admiraba también a Hitler, sin que faltaran burgueses asustados que dada la
afición de Alzate por el baile dijeran que lo hacía "a paso de
ganso"; que devoto de José Antonio Primo de Rivera y su Falange, marchaba
en política "de cara al sol con la camisa rota", y devoto, así mismo,
del otro caudillo, Franco, a quien dos lustros adelante le presentaría
credenciales como embajador de Colombia, no vacilaría en liquidar nuestro crónico
desbarajuste nacional mediante una guerra civil. Estas posiciones de Alzate
cobraban cierta consistencia cuando aguerridos nacionalistas, seguidores de su
partido, desfilaban de "camisas negras" por algunos lugares del país.
De este Alzate Avendaño, temido como
falangista, nazista, fascista, escribía Hernando Téllez: "...No se cree un
orador ni un escritor. Pero asegura que habría podido ser lo uno y lo otro, de
primer orden, si los dioses no le hubieran asignado la tarea del caudillo
político destinado, de acuerdo con su mismo testimonio, irremediablemente al
poder. Considera que ese destino sufrió una lamentable, pero eventual
frustración, con motivo de la derrota de las armas alemanas... Rommel en el
Africa y Von Paulus en Stalingrado, le jugaron, afirma, una mala partida. Su
inmediato porvenir político, en ese entonces, y el de Adolfo Hitler, se
hallaba, según asegura, ligados en el tiempo y en el espacio... Las Naciones
Unidas estaban luchando, sin saberlo, también contra Alzate. El triunfo de Alemania,
habría sido el triunfo de las derechas en el mundo. Y en el mundo estaba
Colombia. Y en Colombia estaba Alzate. Ese su sencillo y modesto
razonamiento".
Juan Lozano y Lozano, con su admirable
estilo, en prodigiosa semblanza, al decir que Alzate era un caudillo peligroso,
anotaba que hombre peligroso en política es lo que equivale a mujer fatal en el
amor, y que el caudillo es el hombre que aguarda su oportunidad, o que la crea.
Y Alzate, a nuestro juicio, nunca aguardó su oportunidad. Siempre quiso creársela.
Era una imposición de su vitalidad arrolladora, con un itinerario que no
respetaba "paraderos", ni admitía señales de tránsito, ni cortejaba
al destino con modales convencionales, ni pagaba el peaje de las sumisiones
gratificantes, ni, menos aún, pensaba que fuera negociable su agresiva
verticalidad. Esa oportunidad no era otra, no podía ser otra, que el Poder, así
con mayúscula. Y el Poder, ¿para qué? Para hacer la revolución, esa revolución
que todavía sigue esperando el país.
Con penetración zahorí, Lozano y Lozano
palpó la carga de transformación sin atenuantes ligada a la personalidad de
Alzate, y cuando éste tenía 33 años y ni siquiera había sido concejal, hizo el
atrevido diagnóstico: "Es el único hombre con capacidad para hacer una revolución
en Colombia, y si la oportunidad le llega, la realiza. Junto a él Gerardo
Molina, Diego Luis Córdoba y Gilberto Vieira son miembros de la liga de Damas
católicas. Pero ¿cúal es la revolución que se va a realizar? Eso es lo menos
interesante... El Deber del país frente a Alzate Avendaño es no darle una
oportunidad".
Pero lo de Lozano y Lozano no fue mero
diagnóstico sino dramática llamada de atención. Seguida al pie de la letra. La
mayor parte de los jefes conservadores se le atravesaron en la vía, sin misericordia
y con premeditación y alevosía; los liberales lo admiraron sin reservas, pero
le temían, y el resto lo aportó un aciago destino: a los cincuenta años una
novedad hepática, que desde entonces manos expertas superaban con sencillez, se
lo llevó cuando parecía que ya tenía en sus garras la codiciada oportunidad.
La segunda etapa en la vida de alzate
fue la de su retorno al partido conservador, su ingreso al Senado, la
integración con Guillermo León Valencia, Augusto Ramírez Moreno, José María
Villarreal y Luis Navarro Ospina de una jerarquía que, en horas aciagas, sería
soporte del gobierno de Ospina Pérez, para asistir a la traumática elección de
Laureano Gómez. Vendría luego los duros tiempos de la desbordada violencia que
le permitirían a Alzate, en terminante demostración de su clara vocación
democrática, fundar el "alzatismo", recibir palo inmisericorde del
gobierno de Gómez, oponerse a los embates dictatoriales de Álvaro Gómez y Jorge
Leiva, integrantes del "siniestro binomio", compartir con el liberalismo
oprobiosas persecuciones, pregonar el entendimiento entre bandos que se
combatían a muerte, y conspirar, así textualmente, conspirar para que se diera
"el golpe de opinión" del 13 de junio de 1953. Porque los alzatistas
tuvieron acciones mayoritarias, muy abundantes, en la toma del poder por el
general Rojas Pinilla. Quien esto escribe recibió el privilegio de ser llamado
por Alzate, en estas cruciales jornadas, su segundo de a bordo, cuando el
alzatismo jugó un papel como el de los históricos, con Carlos Martínez Silva a
la cabeza, frente a las arbitrariedades de ese colosal pensador, pero pésimo
político que fue Miguel Antonio Caro. Historia por escribir.
La impresionante oración de Alzate
contra el plebiscito del 1º de diciembre de 1957, feroz arremetida para las
instituciones frentenacionalistas y cúmulo de profecías sobre el desastre a que
serían arrastrados los partidos cuando sus diferencias programáticas se
convirtieran en mera puja por los cargos y granjerías para sus respectivas
clientelas, tornando ingobernable al país, abre la tercera etapa de su vida, en
la que Alzate se verá rodeado por una clientela de aluvión bastante ajena al
idealista alzatismo que dio en tierra con la dictadura laureanista.
En este instante Alzate logra la gran
jugada política de su accidentada carrera, se alía con Ospina Pérez, gana las
elecciones de Cámara de 1960, rompe la tenaza laureanista de la que no sólo
eran víctima los conservadores sino el propio presidente LLeras Camargo, y pone
a sus seguidores a colaborar con el gobierno. Firme amistad con Carlos Lleras
Restrepo despejaba insospechados horizontes. El verdadero cambio estaba a la
vista.
Gerardo Molina, su amigo entrañable, en
semblanza en la que alude a sus "frases rutilantes y esbeltas"
(Alzate acuñaba sentencias que por su contenido y belleza formal se convertían
en monedas preciosas de forsoza circulación) sostuvo: "Habría sido el
presidente de la República en 1962 o en 1970". Pero con la muerte de
Alzate todo terminó. Sin que ni siquiera quede el consuelo de poder exclamar,
siguiendo la hermosa "Elegía" de Eduardo Cote Lamus, que "tus
huesos no tengan nunca paz sino batalla".
