EL DEBATE DESPOLITIZADO
(Para traer a valor presente)
Por: ALBERTO SANTOFIMIO BOTERO
La errónea creencia en que lo electoral es esencialmente lo político no nos deja ver clara la gravedad de la situación que los colombianos estamos padeciendo en este aspecto. El tono lánguido, monótono, poco atractivo, de la confrontación de candidatos y partidos obedece fundamentalmente a este hecho. La abstención creciente, el desinterés de la ciudadanía, la despreocupación de la sociedad civil y la deserción alarmante de la juventud en torno a la política, como ella se está haciendo ahora, como un elemental juego de imagología, a través del maquillaje, la propaganda, las encuestas y los medios, está poniendo en peligroso trance de cualquier sorpresa a nuestra frágil democracia.A un debate sin real propuesta, es decir, sin contenido que convoque y aglutine, donde la repetición fatigante de los mismos temas de coyuntura con pequeñas variables e imperceptible distinción de enfoques, desdibuja por completo el ejercicio de la política, en tendida ésta como el escogimiento por la ciudadanía, entre varias opciones serias y coherentes de Estado y de sociedad, aquella que más se ajuste a sus convicciones, a sus ideas, a sus principios, a sus sueños y a sus esperanzas.
Deplorablemente, la crisis de contenido se apareja una crisis de liderazgo. Y esta última es el producto de la crisis de la sociedad política cuya más legítima ex-presión son los partidos ahora anarquizados, dispersos, sin mensaje programático, sin definición estratégica, sin posición clara sobre los problemas de nuestro tiempo que invite a los ciudadanos a opinar, a decidirse y a comprometerse.
Por parte alguna se percibe ansiedad de participación o el fervor colectivo indispensable para la formación de una verdadera corriente democrática que empuje a los candidatos y los haga protagonistas no de un menguado suceso electoral sino de un hecho creador de nuestra historia. Mientras el anhelo de la "democracia ampliada", que plantea el profesor Bobbio, se impone en el mundo, aquí seguimos bajo el lamentable imperio de la democracia restringida y ahora para colmo, por insólita voluntad de los protagonistas, clandestina y amordazada.
Estamos frente a una circunstancia más preocupante aún. Bien sea por temor a la inseguridad y a la violencia o por una novedosa fe en que los medios masivos de comunicación pueden sustituir el contacto popular tradicional entre los líderes y las masas, el proceso se lleva al extremo de estar creando, como en el título del inolvidable opúsculo de Duverger, "una democracia sin el pueblo". De ahí que el calor, el entusiasmo y el fervor brillen totalmente por su ausencia en el actual devenir electoral, que no político.
A todo esto se agregan las terribles incógnitas que la doble vuelta crean para partidos, como el liberal, cuya fuerza mayoritaria ha sido siempre un factor de confianza y de seguridad para nuestro destino democrático.
Pese a que viviremos los meses finales de este año y casi todo el entrante bajo el síndrome de las elecciones permanentes, cuatro sucesivas, con todas las consecuencias para el orden público y la producción nacional, y con los tremendos costos económicos para el
Estado los partidos y los ciudadanos estamos, casi que sin percibirlo, frente a lo que Nicolás Tenzer, director del Instituto de Estudios Políticos de París, denomina "la sociedad despolitizada".
Ojalá entendieran todos los protagonistas del melancólico y gris proceso electoral que "la verdadera política es ese fascinante intercambio sobre el hombre y el mundo. Si cesa, lo peor será posible. Si se realiza, como la sustancia esencial del debate público, podremos afirmar la promesa de cada nacimiento".