PERIÓDICO EL PÚBLICO
Prólogo del libro “Tolima: Desarrollo Político e Institucional” del Historiador Alvaro Cuartas Coymat, por William Ospina.


EL LENTO NACIMIENTO DE UNA REGIÓN

A mediados del siglo XVI cinco grandes regiones del territorio que hoy es Colombia, habían sido ordenadas en gobernaciones por los hombres de conquista y por los jueces que venían tras ellos.
La gobernación de Cartagena, que había sido ocupada por las tropas de Pedro de Heredia, desde el puerto de Calamar, por la región de los zenúes, hasta las primeras sierras de Ayapel. La gobernación de Santa Marta, fundada por Rodrigo de Bastidas, que abarcaba la ciudad de Nuestra señora de los Remedios del Cabo de la Vela, Riohacha, los desiertos de la Guajira, el puerto, el litoral y la Sierra Nevada de Santa Marta, hasta la desembocadura del río Magdalena. La gobernación de Popayán, conquistada bajo el poder de Francisco Pizarro por su enviado Sebastián de Belalcázar, que se extendía desde el sur del cañón del Patía, por Pasto, Popayán y Cali, hasta Cartago, y que después Jorge Robledo extendió hacia el norte, por las orillas del río Cauca hasta Santafé de Antioquia y la región de los Nutibaras. La gobernación de San Juan, que abarcaba el litoral del Pacífico, desde Castilla de Oro hasta la isla del Gallo, tierra de la que Pascual de Andagoya debía siempre tomar posesión y nunca llegaba a hacerlo. Y el llamado Nuevo Reino de Granada, que abarcaba la orilla oriental del Magdalena, las Barrancas bermejas, las tierras de los chitareros donde fueron fundadas Pamplona y Ocaña, la región de esmeraldas de los muzos donde Ursúa fundó la efímera Tudela, la Sabana de los muiscas donde había estado el reino solar de los Zaques de Tunja y el reino lunar de los Zipas de Bogotá, y los llanos inmensos que dan al Orinoco.
De ello se deduce que sólo un territorio faltaba por conquistar plenamente, y era ese que en tiempos de Ursúa llamaron “Entre los dos ríos”, y que después fue llamado mucho tiempo “El país de la tierra caliente”, por contraste con la tierra fría de la Sabana. Estaba en el centro del futuro país, llamado a ser punto de unión y convergencia del territorio, y tardó mucho en ser conquistado porque lo habitaban los pueblos más indómitos. Lo cruzó Belalcázar yendo hacia la sabana pero no logró conquistarlo.
Al sur, padres antiguos habían esculpido bestias mitológicas y habían dejado un jardín de feroces criaturas de piedra custodiando las fuentes del Yuma, que después los españoles llamaron río grande de la Magdalena. Los guerreros paeces, andakíes, y yalcones ocupaban esa tierra del sur rica en oro, desde la región de Timaná a lo largo de las llanuras ardientes, y los pueblos pijaos resisitieron a los invasores hasta morir. Después estaban los panches, que descendían de los peces del río, porque panche significa bagre, y que se distribuían en incontables pueblos del piedemonte y de la cordillera, hasta llegar a los gualíes, marquetaes, lumbíes, ondamas y onimes, que mantuvieron su poder sobre la Tierra Caliente hasta bien avanzado el siglo.
Y contra ellos avanzaron después del medio siglo López de Galarza, quien fundó a Ibagué en el Valle de las Lanzas, y Francisco Núñez Pedrozo, quien fundó a Mariquita, a orillas del Gualí. Juan de Cabrera intentó en vano someter las regiones del sur, y Neiva sólo fue fundada en 1612 por Diego de Ospina. En guerras contra panches y gualíes gastó sus últimos años el ostentoso licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada, quien trajo a la ermita de San Sebastián de Mariquita el Cristo Negro que había estado en el palo mayor de la nave capitana de Don Juan de Austria en la batalla de Lepanto.
Basta mirar los mapas para darse cuenta de que hasta comienzos del siglo XVIII dicha región central era casi imperceptible para los cartógrafos, a pesar de su extensión y su riqueza natural. En la pared occidental están los grandes nevados del Ruiz, del Tolima, del Cisne y de Santa Isabel, al sur el más alto de todos, el nevado del Huila, y de ellos descienden a lo largo de la cordillera ríos numerosos hacia el caudal del Magdalena. Durante el período colonial, ese territorio estuvo compuesto por la provincia minera y agrícola de Mariquita, y por la provincia aurífera y ganadera de Neiva, hasta la víspera de la Independencia. José Celestino Mutis estableció en el norte la sede de la Expedición Botánica, y puso a pintores mestizos y mulatos como Matís y Rizo, a pintar las ejemplares láminas de la flora equinoccial. Eran tierras ricas en metales, y con la plata de Mariquita enfrentó el virreinato la crisis del oro de Santa Fé de Antioquia. Eran también tierras del ganado cimarrón que se reproducía a sus anchas en las llanuras, pero las alturas de la cordillera habían quedado prácticamente despobladas desde el avance de los conquistadores: los bosques se cerraron por siglos; sólo en la segunda mitad del siglo XIX colonos antioqueños y caucanos volvieron a hollar esas montañas, y en el extremo norte fundaron sus parcelas y dieron comienzo al cultivo de café, como lo estaban haciendo también en el costado occidental de la cordillera, creando ese eje cafetero que muy pronto se convertiría en la riqueza principal del país.
Fue por entonces cuando ese territorio tan difícil de conquistar obtuvo finalmente su definición y su autonomía. Las dos grandes provincias de Mariquita y de Neiva habían proclamado su independencia en 1810, y participaron de un modo decisivo en los debates y combates entre federalistas y centralistas, que sacudían al país, pero habían sido sucesivamente anexionadas a las provincias centrales de Cundinamarca cuando predominaba el poder político de Santafé, o a la región de los señores esclavistas del Cauca cuando estos se imponían.
Pero desde el comienzo tenían anhelo de autonomía. Por eso cuando Tomás Cipriano de Mosquera creó, en 1861, el Estado Soberano del Tolima, sin duda obedeciendo a sus intereses particulares, para asegurar un corredor entre el Cauca y la Sabana que le fuera propicio en la guerra interminable, también estaba respondiendo a una antigua vocación libertaria. Desde los tiempos de panches y pijaos el Tolima Grande se quiso tierra de hombres libres, y confirmó esa vocación a lo largo del siglo XIX, cuando surgieron en él los grandes radicales, cuyo proyecto político intentó marcarle otro rumbo a la nación.
Ese Tolima que no fue del todo sometido por ninguna de las expediciones de Conquista, y que intentaron convertir en parte de Cundinamarca y del Cauca, finalmente sólo formó parte de la república como provincia singular. Hay quien dice que es el único de los Estados que fue creado por la guerra, pero más bien fue el último en ser creado por la guerra, ya que todos los otros lo habían sido primero, y algunos incluso muy temprano.
Este importante libro de Alvaro Cuartas Coymat cuenta cómo fue, hace 150 años, el complejo proceso de formación del Estado Soberano del Tolima, bajo el poder militar de Tomás Cipriano de Mosquera, a la luz de los sueños de la Federación, y en medio de los grandes debates de pensadores y líderes como Manuel Murillo Toro, y José María Rojas Garrido, en tiempos de auge de la economía del tabaco que había hecho de Ambalema un gran centro de la vida productiva del país, antes de que el café cambiara el destino de las cordilleras y del río.
Alvaro Cuartas Coymat, nos lleva apasionantemente, en este libro, “Tolima: Desarrollo político e Institucional”, a través del estudio de los documentos y los actos administrativos, del análisis de las constituciones que proliferaron en aquellos tiempos, y siguiendo el curso de las guerras y de los debates parlamentarios, a presenciar el nacimiento institucional de una región que fue desde entonces centro articulador de grandes proyectos nacionales.
Una región que nunca tuvo entonces la paz suficiente para recoger toda la riqueza de sus tradiciones y sus leyendas, para componer su admirable relato histórico, para valorar el notable mosaico de sus artes y sus letras, o para reflexionar a fondo sobre su perfil regional y su originalidad, pero que ahora está quizás en mejores condiciones que nunca para alzarse otra vez ante el país con respuestas a la crisis de la agricultura, con aportes al debate sobre la minería, con propuestas a los retos de infraestructura, con decididos estímulos a su propio talento creador, y con soluciones para los tremendos desafíos que propone nuestra época a las tierras más ricas en agua, más complejas en climas y en biodiversidad, y más llenas de tesoros culturales e históricos.