Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
William Ospina |
Hace unos años nuestro escritor William Ospina publicó
un texto denominado “Lo que le falta a Colombia”. Con la agudeza y deliciosa
prosa que lo caracteriza, desnudó uno de los problemas que con mayor frecuencia
aparece en la vida pública y privada de las personas: la falta de
responsabilidad y de carácter.
Cuando a un funcionario público o de una empresa
particular se le llama a que responda por algún tema que se considera no fue
atendido con la diligencia que le correspondía, es muy usual que presente una
larga disculpa pero no que asuma la responsabilidad del hecho. Para él lo
importante no sería encontrar solución al problema, tampoco corregir yerros
cometidos, sino evitar un regaño o un llamado de atención presentando una buena
disculpa. Al parecer la óptica para enfrentar una dificultad en el trabajo o en
la vida cotidiana ha cambiado radicalmente y ahora lo único valioso es tener a
la mano una disculpa. La más fácil e inmediata es echarle la culpa a otro…
Cuando en la calle ocurre un accidente de tránsito, lo
común es que cada conductor se baje energúmeno de su vehículo pretendiendo
culpar al otro. Es raro aceptar la culpa. Si hay muerto o herido, fue por la
imprudencia de él que ocurrió el incidente. Cuando en un hospital o clínica un
enfermo se complica por no recibir un medicamento, lo que abundan son las
explicaciones pero no las responsabilidades: que la enfermera se olvidó, que el
médico de turno no formuló, que el de la farmacia no envió, que el del aseo no
permitió entrar, que la familia no avisó, que el enfermo se estaba bañando o
que no se deja, y un largo etcétera que facilita que el responsable quede
indemne, más allá que el enfermo se recupere o no, porque para el caso es lo
que menos importa.
El carácter es parte integral de la personalidad de los
individuos. La responsabilidad hace parte del carácter. El padre de familia que
les hace las tareas a sus hijos para que tengan buenos resultados en sus
colegios, no está contribuyendo a forjarles una personalidad con
responsabilidad. Existen muchos, que
como dirían los abuelos, exigen a grito pelado que se entreguen remedios para
las enfermedades, pretendiendo ocultar su falta de gestión para prevenirlas.
Otros exigen que se pavimenten las calles sin importarles sin las alcantarillas
estén en buen estado, presionando a funcionarios irresponsables para que
apliquen una carpeta asfáltica sobre un terreno debilitado por las corrientes
subterráneas de agua negras que dañaran, inexorablemente, el trabajo realizado
sobre ellas.
La corrupción es el rostro de la irresponsabilidad. Hay
corruptos que para disimular sus comportamientos y creyendo que así mitigan sus
culpas espirituales, rezan, van a misa y a procesiones con cara compungida,
invocan a Dios o a la Virgen cada minuto o tienen imágenes sagradas en sus
salas u oficinas. Entienden mal el mensaje divino. Ellos no aman al prójimo
sino el dinero del prójimo. Su verdadera responsabilidad es con su propio
bolsillo nunca con los demás. Por eso quedan las obras mal hechas y los
corruptos millonarios.
Si cada uno asume sus propias responsabilidades, sin
disculpas, y las cumple a cabalidad, estaríamos dando el primer paso, firme y
decidido, para transformar nuestro país, nuestra región, nuestra ciudad, nuestra
misma vida.