EL NUEVO LIBRO DEL PADRE DE LA CIENCIA FICCIÓN EN COLOMBIA:
ANTONIO MORA VÉLEZ
Carlos Orlando Pardo,
Cecilia Caicedo y Antonio Mora Vélez.
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Antonio Mora Vélez se ha convertido desde hace ya no pocos
años en el padre de los relatos de ciencia ficción en Colombia y en un autor
del país con trascendencia internacional. Alcanzó la fama cuando ganara con
Glitza el concurso nacional de cuento promovido por el magazín dominical de El
Espectador. Después ha sido incesante la carrera de este autor nacido en
Montería con una docena de libros publicados, uno de ellas publicado por Pijao
Editores en su colección 50 novelas colombianas y una pintada. Ahora, la colección de Bocachico Letrado de
su ciudad natal, un grupo literario que él dirige, publicó La gordita del
Tropicana, volumen de cuentos donde por vez primera el clásico de la ciencia
ficción deja transcurrir sus historias en la tierra. El también directivo de la
Academia de Historia de Córdoba, me hizo la honrosa invitación para que
prologara su libro, texto que comparto con los lectores de El público.
Seré verídico para que no me crean
Tomás Carrasquilla
La patria del hombre es su infancia, sentenció alguna vez
León Tolstoi y es de aquella fuente inagotable donde Mora Vélez bebe para
entregarnos este nuevo libro poblado por historias de inocencia, tan extrañas
aunque bellas hoy como cuando a Aureliano Buendía su padre lo llevó a conocer
el hielo. Y avanza hasta los tiempos de la pubertad encabritada donde el
instinto comienza a alargarse y los sueños húmedos alcanzan su pedestal para
transformarse, con el paso del tiempo, en la emoción de recrearlos en la
literatura, sin que la vida se detenga ahí sino vaya inclusive a las horas que
cruzan hasta que el sol comienza a iluminar nuestra espalda. Épocas fantasiosas
y de maravilla por la candidez en que crecimos con los sueños intactos y nos
permiten resucitar antiguas emociones bajo la magia de la palabra justa, pero
ante todo por el de la turbación creativa que no deja morir escenas de momentos
que marcan nuestra vida y son más o menos comunes a una generación que hoy se
erige en plena madurez.
Salvo para la grata curiosidad del mundo literario, el
origen remoto o próximo de una fábula vertida al relato no tiene la importancia
que refleja a la hora de la verdad cuando se lleva al texto escrito. Sus
razones desde la evocación para hacerlo no pasan de ser un lugar frecuente a buena
parte de los escritores en el planeta. Lo que sí resulta noticioso, en este
caso, es el cambio repentino, tanto en su novela A la hora de las Golondrinas
como en este nuevo libro de cuentos de Antonio Mora Vélez, del escenario usual
de sus ficciones que circulan por las carreteras intergalácticas a las avenidas
donde uno se tropieza con situaciones ubicadas precisamente en este mundo, en
que su búsqueda continua y creativa por cambiar de atmósferas y temas, hace su
aparición lejos de aquellos nidos estrellados y asteroides remotos.
Entre uno y otro, por fortuna, lo que permanece intacto es
su talento en el narrar, la creación de ambientes que viajan hacia el centro de
los sentimientos encontrados, dosificación inteligente de la anécdota, economía
de lenguaje y estructura que lleva sin duda a atrapar al lector entre las
fauces poéticas y a veces desencantadas de las pasiones evocadores de un tiempo
diluido que rescata y resucita en su lucha tenaz contra el olvido.
Sin duda, el lector hallará en estas páginas la lucha del
ser por reconstruir viejos pasajes instalados en la memoria que dejan florecer
emociones y aprendizajes alrededor de la fugacidad de la existencia. Reconforta
estacionarse en libros como este de Antonio Mora Vélez que nos permiten vivir estremecimientos
y nos deja la impresión no de haber leído un libro sino de haberlo sentido, la
indiscutible magia de los escritores verdaderos.
Desde la valija de sus evocaciones, el autor nos remite a
un universo desdeñado y desconocido hoy que parece extraño al de la era de la
tecnología y creyera removido sólo de su imaginación pertinaz ya reconocida
internacionalmente, porque se juzgarán extrañas y hasta de la escuela del
realismo mágico sus historias, pero quienes hemos vivido lo prodigioso de las
provincias entendemos que es la vida de cuerpo entero, por dentro y por fuera,
la que palpita y cabalga sin temor por sus páginas.
Los 21 relatos que integran el nuevo volumen de Antonio
Mora Vélez, se distinguen también por su brevedad y lo intenso de las historias
que narra. Las reiteradas dedicatorias de los textos a seres queridos suyos que
partieron más allá de la vida pero no del afecto, concretan no sólo un homenaje
a su memoria, sino a un pretérito donde habita la pobreza y la ilusión de
crecer, como si el lente retrovisor permitiera el examen de un largo trayecto
por la existencia donde la satisfacción de haber vivido algunas desilusiones no
dejan huella de resentimiento sino de aprendizaje, y aquí está el testimonio
estético desde lo estrictamente literario para eternizar esos instantes.
¿Qué significan para un niño las pequeñas cosas? Mi caja de
cartón magnifica lo que simbolizaba para ese infante el recipiente ajado de
cartulina gruesa que el chiquillo asumía como su único tesoro y logra poner en primer
plano para que tome vida algo tan en apariencia insignificante, lo que sólo el
buen cine o la buena literatura logran. Allí, en ese pasaje que conmueve
escrito en 1978, deja ver cómo, desde hace ya más de tres décadas, Mora Vélez era
en realidad no un aprendiz sino un escritor.
El grato paseo al que nos lleva, tiene variedad de paisajes
y situaciones que pueden ir hasta los indios donde los cuentos de miedo, la
música, el deporte y el mar son el escenario, el de la evocación de los sustos
y las creencias de la infancia bajo el templo de lo supuestamente demoníaco por
el ritual de los masones, en Berenice; la primera decepción amorosa que de
tragedia íntima se transforma en resurrección rápidamente, en Más bella que
Georgina; el cambio de mirada sobre la vida en Mi dulzaina; el gallito giro
como un juguete viviente al que las limitaciones de la pobreza llevan a su
exterminio; en recogiendo los pasos los espíritus que aparecen para despedirse;
en cielito, las suplantaciones y el abandono; en La gordita del Tropicana, la
sesión de estrenar el adiós a la virginidad; En el borrachito de las 36, el
enfrentamiento a la sensación cercana de la muerte violenta; en Ligia María, la
corraleja, el acordeón y el merengue; en Rosario, el miedo a la recreación; en
Plácida, el amor frustrado y evocado; en El partido de Magola, el béisbol y el
deseo paralelos al ritmo del juego y la pasión exaltada por el deseo sensual;
en El niño Dios, los tradicionales regalos de navidad cuyo conocimiento de la
verdadera procedencia permiten el desencantado instante de la pérdida de la
inocencia; en la aventura de los mangos, las pilatunas y la angustia de la
madre cuando el hijo se va sin decir adónde; en Ana Bolena, los versos, la
pobreza, la coquetería; en Por conversar un rato con Mariela, incomparable y
bella evocación de los amores desaparecidos; en El funeral de mi abuelo, el
abandono y la tristeza por la muerte; En Tierrasanta, el comienzo de un
activismo sindical; En El circo, aquel asombroso espectáculo que todos vivimos
y admiramos, en fin, un viaje por la vida vuelta lenguaje y un libro de Mora
Vélez que recibimos con alborozo.
Ibagué, Nuevo Rincón Santo, marzo 5 de 2012