EN EL DIA DEL PADRE
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Era un hombre amable y un gran conversador. Me
encantaba la manera como trataba a las personas. Como su memoria era
envidiable, su charla cautivaba. Recuerdo como en la mesa, en horas de comidas,
trataba temas que manejaba con profundidad y elegancia, y que alucinaban al
escucharlos. Conversando era una catarata de datos, fechas, anécdotas,
opiniones e ironías que reflejaban su trabajo como periodista. Estudiaba la
historia con fruición. Le apasionaba escribir crónicas y creo que entre ellas
están sus mejores legados.
Hijo de periodista y su hermano Jorge también ejerció
el periodismo. Su abuelo dirigió periódico propio en Honda. Su padre se casó en
Nicaragua con una mujer de familia distinguida, naciendo en esas tierras.
Cuando tenía 7 años, su padre Roberto retornó con la familia a Colombia
instalándose en Cali. Allí estudió. Bajo la égida, en distintos momentos, de
Jorge Zalamea, Alberto Galindoy Pedro León Arboleda abrazó la profesión del
periodismo y las banderas ideológicas del partido liberal. Trabajó en
periódicos en Cali, Cartago, Puerto Tejada y redactor de diarios nacionales.
Fundó periódicos propios con talleres editoriales incluidos, tanto en el Valle
como en el Tolima.
Su bohemia y su sentido ético profesional lo
mantuvieron lejos de pretender enriquecerse con el oficio. Su cabeza era un
hervidero de ideas. Su inteligencia producía proyectos sin cesar y era encantador
escucharlo soñar con propuestas de largo aliento para mejorar la educación o la
eficiencia de los gobiernos. En su hogar enseñó y demostró el amor por su
esposa y sus hijos. Todas las noches al llegar a casa vaciaba sus bolsillos,
casi nunca llenos, para que ella dispusiera de lo necesario, teniendo después
que pedir para sus buses.
Los hombres de su época no fueron enseñados a expresar
afecto por sus hijos y menos por los varones. Aunque era un ser humano cálido,
sin efusividades me hizo sentir siempre que me quería. Con mi hermana y mi
madre era más expresivo. Todas las mañanas, antes de iniciar labores, entraba
al ala izquierda de la Catedral y se paraba ante Jesús crucificado y rezaba una
oración propia. “Hay que saludar siempre al Señor”, me decía. Pese a las
estrecheces económicas nos enseñó a vivir con dignidad. De él aprendí el verso
de Hugo Caicedo dedicado a su hijo: “alza erguida la frente hacia el futuro,
conquista con tu brazo la tierra prisionera y nunca te resignes con un destino
oscuro.”
Agustín Angarita Somoza se llamaba. Heredé, no sólo su
nombre, sino sus deudas, su amor por la familia y por esta tierra, la devoción
por mi mamá, el cariño por el estudio, la rectitud en el trabajo y la
convicción en la emancipación humana. En algunas tardes, lo vi con los ojos
encharcados de emoción leyendo poemas de Neruda o de Alfonsina Storni, o
silbando la marcha El puente sobre el rio Kwai desnudando sensibilidades
escondidas bajo corazas de hombría.
Su afición por el alcohol lo llevó a una cirrosis que
lo entregó a la parca un 28 de diciembre hace 36 años. Ha pasado el tiempo pero
su recuerdo sigue vivo en mi alma y aún añoro su consejo y su voz de aliento
cuando en las encrucijadas de la vida me siento solo y acongojado. Estés donde
estés, gracias y ¡Feliz día padre!