DELITO Y SOCIEDAD
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
En varias ocasiones he dicho que el delito no es una
causa sino una consecuencia. Por lo tanto, el delincuente es un producto
social. De tal manera que castigar al delincuente no es suficiente, si bien es
cierto que al privarlo de su libertad, se evita que siga delinquiendo, si no se
trabaja sobre las causas que generan delincuencia, saldrán otros delincuentes y
la sociedad seguirá en peligro.
Hay personas que consideran que con castración química
o física de los violadores sexuales, o con pena de muerte a secuestradores,
asesinos o corruptos desaparecerían los problemas. Se equivocan. Existe todo un
contexto, que muchos no quieren mirar, que si no se le da el tratamiento
adecuado, el delito seguirá floreciendo y germinando. Veamos:
Si para la venta de carros, apartamentos, cigarrillos,
gafas o telas tenemos que usar la belleza de nuestras mujeres para
promocionarla, convirtiéndolas en objetos de deseo, en símbolos sexuales, ¿cómo
queremos que no crezca el abuso sexual si la misma sociedad se encarga de
inducirlo? Si nos fijamos en la música que se escucha por los medios de
comunicación encontramos un denominador común: la mujer tratada como objeto,
como una cosa a conquistar, a seducir, a
ganar, a tener, a utilizar, a maltratar… En una ocasión le pregunté a un
compositor por qué elegía estos temas, me expresó que era lo que le gustaba a
la gente, que era lo que se vendía y lo que la gente pedía.
Somos una sociedad a la que,al parecer, le encanta la
desigualdad. Desde hace décadas mantenemos altos índices de desigualdad. La publicidad le ofrece a todos por igual las
comodidades de la sociedad de consumo, pero
sólo unos pocos pueden pagarlas, aunque son muchos los inducidos a anhelarlas.
El consumo a través de la publicidad hace sentir mal o culpable al gordo, al
flaco, al bajito, al muy alto, al feo, para que crea que su felicidad está en
comprar lo que lo adelgaza, o lo engorda, o la hace crecer o le disimula la
altura o la fealdad…
El que no tiene con qué pagar las cosas para sentirse
feliz, y como todos los días lo bombardean con publicidad que lo hace sentir
inferior si no las posee, resulta siendo impulsado a hacer cualquier cosa con
tal de ser feliz, es decir, comprar, comprar y comprar… Por lo tanto, está
dispuesto a hacer lo que le toque, ya sea robar, engañar, matar, secuestrar,
abusar, para conseguir el dios dinero que le abrirá las puertas a su supuesta
felicidad.
Hemos llegado a absurdos de creer que somos la marca de
ropa que nos ponemos, el barrio en que habitamos, el modelo y costo del vehículo en que nos
transportamos, el precio de las joyas, el tamaño del televisor de plasma o el
número de ceros a la derecha en las cuentas corrientes. Ya no importan la
lectura, los conocimientos de arte ni la preparación intelectual. Tampoco la
ética, el respeto, la decencia ni la formación
moral.
Una sociedad construida sobre el egoísmo, la avaricia,
la envidia y el deseo insaciable por poseer cosas, es una sociedad que no cuida
la naturaleza, ni la familia, que sus únicos valores son económicos es una
sociedad enferma, incubadora constante de delincuentes, generadora permanente
del delito.