PERIÓDICO EL PÚBLICO
AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Que difícil se convierte para el ciudadano común y corriente aceptar una crítica. Para él o ella toda crítica tiene el ácido que corroe y debe rechazarse de plano. No hay que darse espacio para reparar las posibilidades de verdad en esa crítica. Lo importante es alistar la disculpa, la excusa o la repostada. Una opción es echarle la culpa a otro. Hay que quedar bien a toda costa. Otra posibilidad es ponerse energúmeno, zapatear y hacer escena, para tratar que el ofuscamiento disipe la crítica.

En todos los aspectos es una manera fácil de evadir responsabilidades. Un verdadero ciudadano afronta el problema. Sin personalizarlo. Buscando salidas y soluciones no excusas ni disculpas. Asombra que, por poner un ejemplo, personas contratadas para hacer ruido, cuando se evalúa su prolongado silencio o sus sonidos casi imperceptibles, en lugar de revisar las razones de su falla, responden endilgándole la culpa a la sordera de los demás o cosas por el estilo.
Si una persona se compromete a algo y eso queda expresado claramente en sus funciones, no se entiende por qué al constatar que las funciones se cumplen parcialmente o definitivamente no se cumplen, la ciudadanía debe contentarse con que la función no se ejecute, el incumplido se enoje, insulte, ataque y que sea ella la que resulte siendo culpada por el que falló. Bonito así.
En el estado los gobernantes deben exigir que sus subalternos cumplan con sus responsabilidades y no aceptar, por ningún motivo, excusas por respuestas. Si la ciudadanía, que es en últimas la que paga los sueldos de los funcionarios, espera recibir una acción o un servicio, no puede obtener solamente disculpas o justificaciones. Un buen funcionario siempre es autocrítico con su trabajo. Es la única manera de mejorar siempre. Debe mantener abierta la mente para recibir críticas. No una ni dos, sino todas las que se presenten, hasta que la gente no tenga ya nada más que decir porque su trabajo es eficiente y acertado. Si escucha con atención, seguramente encontrará quejas justificadas y entenderá la necesidad de modificar conductas, de preparar estrategias y asimilar que una cosa es él o ella como persona y otra cosa son sus responsabilidades.
He conocido funcionarios que son excelentes personas, amables, joviales, respetuosos, pero ineptos. Ninguna persona va a una oficina a que con cariño y delicadeza le mientan o la engañen. Seguramente prefiere una persona seria pero eficiente. Lo ideal sería amable y eficiente, pero eso no es frecuente.
Si un grupo humano fue contratado para realizar una función y esa, por diversas razones, no se está viendo, en lugar de enojarse, buscar excusas o defenderse, el grupo debe evaluar nuevas estrategias, nuevas maneras de hacer lo que saben para poder ser eficientes y cumplir con su responsabilidad. La rutinización de la vida mata. Que tal un cirujano, por muy calificado que sea, que se excuse detrás de sus títulos y laureles, o en el conocimiento juicioso de una técnica, cuando su paciente no salió bien del quirófano.

Su responsabilidad es que sus pacientes salgan bien, y si para ello debe innovar, crear o improvisar, debe hacerlo, no buscar disculpas, justificaciones individuales o colectivas, y menos ponerse bravo o insultar a los que les hacen ver los errores.