AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Fue noticia destacada en las redes sociales
el hecho reciente de un joven filipino quien se ha practicado 16 intervenciones
quirúrgicas para cambiar su rostro y parecerse a Superman, el personaje de las
películas. Esta persona quiere salir por las calles vestido de superhéroe y ser
reconocido por prestar algún servicio.
Este caso es modelo de lo que hoy sucede en
el mundo. Las personas consideran que su apariencia es lo más importante. Por
eso las dietas para bajar de peso se venden como pan caliente y todo lo que
tenga que ver con el cuidado del cuerpo. Además, de todo tipo de productos de
belleza, para desaparecer arrugas, reducir barriga, tonificar glúteos o senos,
para disimular canas y el paso del tiempo, etc. La ropa sigue la misma línea y
ofrecen pantalones para dama que levantan la cola o calzoncillos que hacer ver
prominentes las partes íntimas masculinas. Igual con los sostenes, fajas o
extensiones, tinturas para el pelo o sustancias vigorizantes.
Hace unos días llegó a mi consultorio una
dama quien presentaba unas úlceras en los labios mayores de su vagina. Llevaba
ya varios meses con su problema y recibiendo múltiples tratamientos
infructuosos. Al indagar por la causa de su mal me informó que se había mandado
a blanquear su piel íntima con laser porque le molestaba el natural color
oscuro que tenía. Pregunté a los cirujanos plásticos y me contaron que no sólo
es frecuente este procedimiento sino que también se hace alrededor del ano
tanto en hombres como en mujeres. Además me dijeron que era un procedimiento
muy doloroso que exigía anestesia general.
¡Hasta donde nos está llevando la vanidad!
Poner en riesgo la vida aplicándose tratamientos que entrañan peligro únicamente
para mejorar las apariencias. Esto parece no tener freno. Para mejorar la masa
muscular muchos se someten a tratamientos hormonales que lastiman la salud. Una
bella señora, exitosa comerciante, me preguntaba que se podía hacer para borrar
una cicatriz que le había dejado desde niña una quemadura. Su cuerpo tonificado
por el ejercicio, era proporcionado y agradable. La cicatriz cubría una parte
del glúteo y el abdomen bajo. Seguramente había usado múltiples cremas porque
la cicatriz era suave. Sin embargo, ella no se atrevía a ir a piscina en vestido
de baño por la pena de mostrar la huella del fuego en su piel. Incluso me dijo
que no se dejaba ver el cuerpo de su esposo, con el que tiene una hija.
En alguna ocasión entable conversación con
una profesora de Alemania oriental, le pregunté cómo se sentía después de la
caída del muro de Berlín. Ella me dijo que el muro que había que destruir era
el que llevaba la gente en la cabeza. Igual sucede con la señora que lleva la
cicatriz en la mente más que en la piel. Esta sociedad de apariencias no valora
el ser, sino el parecer. La inteligencia se mide por la protuberancia de las
nalgas, del busto de las damas o los músculos de los metrosexuales.
Sociedad vacua y enferma que para vender
sus vanidades le hace creer a la gente que eso mejora la autoestima y fortalece
la personalidad. Que favorece la
frivolidad y las apariencias para luego quejarse por la falta de sentido,
compromiso y responsabilidad.