PERIÓDICO EL PÚBLICO
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Las buenas costumbres, es algo así como una muletilla con la que solemos referirnos a diferentes aspectos de la vida cotidiana. ¿Pero cómo se define que una costumbre es buena? ¿Quién la define? ¿Una buena costumbre es igual en todas partes?
En un capítulo de su excelente texto, “Vacas, cerdos, guerras y  brujas”,  el antropólogo Marvin Harris, nos demuestra cómo a pesar de la creencia de Occidente que los habitantes de la India son unos torpes porque no se comen las vacas, sino las adoran en medio de una pobreza y unas hambrunas impresionantes, que ellos utilizan más eficientemente estos animales, que los que de manera simple las convierten en hamburguesas o filetes suculentos… Para algunos es buena la costumbre de comerse las vacas y para otros es buena la de adorarlas. Ambos grupos creen tener la razón.
Kant decía que la costumbre hace norma, por lo tanto, muchos piensan que mantener la costumbre es lo ideal. Pero esto puede ser equivocado. La verdad inicialmente es un proceso de minorías. La verdad en un principio sería contraria a las buenas costumbres. Con el tiempo, esta verdad de minorías ganará terreno y se convertirá en un asunto de mayorías y de acostumbramientos. Y surgirán otras verdades…

Si un vecino de un barrio decide convertir, por ejemplo, su antejardín en un garaje o ampliar su sala y no hay autoridad que lo conmine, funciona entonces como un permiso tácito para que otros hagan lo mismo. Con el paso de los años muchos considerarán que es normal y bueno realizar esta práctica. Y si ulteriormente una autoridad quiere remediar este entuerto, como se ha convertido en una buena costumbre, va a enfrentar una gran resistencia y rechazo.
Pero estas buenas costumbres van más allá. La corrupción de tanto ejecutarse, de tanto ocurrir todos los días termina viéndose como normal. Algún líder social o comunitario considera bueno y normal que le paguen por su esfuerzo electoral con el nombramiento de miembros de su familia, con el otorgamiento de contratos a dedo o de favores especiales. Esa es la costumbre. Así ha sido siempre y así debe seguir. Para algunos una mentira repetida muchas veces se transforma en una verdad. ¿Entonces, para qué cambiar estas buenas costumbres?
¿Pero  por el hecho de ser repetitiva, frecuente y muy difundida será buena está práctica? Que cualquier policía de tránsito decida “colaborarle” a un infractor recibiéndole algún dinero, es tan normal, que ya parece bien hecho. Que se facturen sobrecostos, que se nombren personas sin experiencia, que se hagan obras de mala calidad o incompletas, que se compren cosas que no se necesitan o que no sirven, que adrede se retrasen procesos para luego cobrar por acelerarlos, que se hable mal de los contradictores solo para desprestigiarlos con calumnias y mentiras, que se acomoden los requisitos para nombramientos o licitaciones, son solo una muestra de buenas costumbres cotidianas.
Hay otras buenas costumbres, como cobrarles parte del sueldo o exigirles favores sexuales a los subalternos para sostenerlos en sus puestos o recomendarlos. Existen muchos practicantes de estas buenas costumbres y posan con crucifijos y camándulas para aparecer como beatos, santurrones, honestos y transparentes.
¿Será por la proliferación de estas buenas costumbres que dicen que el país va rumbo al abismo?