Por:
ALBERTO BEJARANO ÁVILA
Cualquiera
podría construir visión de futuro, pero sólo personas excepcionales construyen
futuro real, digno y justo. Con base en esta inferencia uno diría que
historiadores, analistas y todos nosotros debemos juzgar con rigor los hechos
socioeconómicos más relevantes acaecidos en tierra ibaguereña desde “tiempos de
upa” hasta la época actual y así revelar perspectivas de tiempo y espacio que
permitan ver, con ecuanimidad y sin especulación, cómo va Ibagué. El sentido común
dice que la ausencia de resultados es indicio de ir mal mal y la evidencia
cierta de estos señal de ir bien, claro, si todo resultado es tangible,
comparable, medible y sustentable y
El
juicio arriba sugerido será justo y útil sólo si equilibra las tesis
sociológicas de necesidad sentida y necesidad real y parte de reconocer, con
bizarría y deseo de corregir, que la construcción histórica, precaria o
meritoria, de toda sociedad es efecto de acciones u omisiones de las personas
que integraron e integran esa sociedad y de nadie más y que su realidad, de
vergüenza u orgullo, fue construida por generaciones pasadas y presentes. Si el
juicio histórico omite estas razones se corre el riesgo de librar de responsabilidad
al dirigente político y justificar el indigno oportunismo con que se arroga
protagonismos en los éxitos y se exime o endosa culpas en los fracasos.
El
programa “Ibagué Cómo Vamos” recién mostró su ya habitual encuesta de
percepción, digna de encomio porque aflora el sentir ciudadano y, de algún
modo, anima el debate colectivo. Desde nuestro punto de vista diríamos que el
resultado de esta encuesta perceptiva, como atrás lo insinuamos, debe
confrontarse con las necesidades reales del ibaguereño y con referentes serios
de progreso para así garantizar un examen crudo del presente y, por efecto,
aproximar ideas del futuro que queremos. Explico: la certeza o ausencia de
resultados de hecho están talladas en la realidad (se tiene o no se tiene,
satisfacen o no la necesidad real, son o no hechos de progreso), mientras que
la percepción es dúctil y azarosa y bien puede derivar del juicio riguroso y
científico o, como es usual, resultar de calculados manejos mediáticos o
discursivos y no de la verdad.
Para
no decirnos mentiras paliativas que solo contagian conformismo, castran el
espíritu crítico y causan irresolución, “dos cosas” son cardinales y
necesarias: conocer metódicamente cuál es el sentir ciudadano común respecto a
sus realidades y saber con plena objetividad cuales son los resultados del
esfuerzo histórico del ibaguereño. Esta tensión entre sentir y resultado
permite ver si el acervo paradigmático que hoy mueve la voluntad colectiva
responde o no a virtudes de sentimiento y pensamiento capaces de motivar y
proveer a la sociedad un horizonte hacia el cual puedan converger los esfuerzos
para forjar un mejor futuro o si, por el contrario, nuestro mapa mental es
apenas un anacrónico troquel que reproduce actitudes causantes de
subdesarrollo.
Programas
loables como el de Ibagué Cómo Vamos, que ausculta la percepción ciudadana,
sumados al análisis histórico de indicadores objetivos sobre hechos pertinentes
al bienestar social (pendiente de hacer) pueden motivar que ibaguereños y
tolimenses encaremos una disyuntiva que, con el debido respeto, hasta ahora se
nos ocurre plantear: o nos declaramos orgullosos con lo hasta ahora hecho y por
ende dispuestos a continuar por la misma vía o avergonzados con nuestra pobre
construcción histórica y por ende obligados a corregir el rumbo.