PERIÓDICO EL PÚBLICO
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Culminaron las elecciones con resultados conocidos. Reelección del presidente, derrota del Centro Democrático, enaltecimiento del proceso de paz y repudio a la guerra. Cada sector interpreta las cifras electorales desde su particular punto de vista.
Para los del Centro Democrático, les cae como anillo al dedo aquella frase de Francisco Maturana: “perder es ganar un poco”. Donde sacaron algunos votos de más empiezan a hacer cábalas y se ilusionan pensando en listas para concejos y asambleas, candidatos ganadores para alcaldías y gobernaciones. Se les olvida, o quieren no acordarse, que cada elección es distinta. Que su venerable Álvaro Uribe, siendo presidente, con todo el poder de la entrega personal de cheques en los consejos comunitarios a Familias en Acción, a Familias Guardabosques y cuanto líder comunal pedía su apoyo, perdió las elecciones con sus candidatos en las grandes ciudades. Bogotá, Cali, Medellín, Barranquilla, Bucaramanga y un largo etcétera, son ejemplos de lo afirmado.
Por el lado de los reeleccionistas, ocurre como con las víctimas. En Armero vivían 50 mil personas, la catástrofe arrasó con 30 mil y aparecieron 80 mil damnificados. Ahora todos ganaron. La campaña de Santos debería demandar a la Registraduría porque según los que dicen que votaron por él, la cifra supera los 10 millones de sufragantes… Son miles los que aspiran a que se les compense su “esfuerzo” con contratos, puestos o favores. El triunfalismo también cunde por doquier.
Que el abstencionismo haya sido abrumador a nadie le importa. Con los poquitos que votaron fue suficiente para elegir. Y los que se abstuvieron ahora tienen que aceptar los resultados. ¿Por qué no votaron? ¿Será que los hastía el clientelismo que dirige la política? ¿Será que la corrupción cada día desencanta y desanima a más gente? ¿Será que la ciudadanía ya no cree en la honradez ni en los rezos e invocaciones religiosas de sus gobernantes?
En el país hacer oposición no es presentar propuestas, soluciones sustentadas ni visiones alternativas y realizables sobre los problemas que se viven. Es simplemente decir o gritar que no están de acuerdo, que no les gusta algo, amenazar con denuncias ante los entes de control y mostrarse como salvadores y adalides de la moral y la honestidad.
La política dejó de conectarse con la gente. Perdió legitimidad y arraigo popular. Para algunos el tema tan simple como contratar medios de comunicación. Para otros, el tema es de buenos discursos y arengas inflamadas. Creo que el asunto es de coherencia, de reales liderazgos, de programas bien pensados y ligados a las necesidades y sueños de los ciudadanos. De verdaderos políticos preparados y capaces. No de politiqueros que simulan sapiencia, honestidad, amor por su terruño y respeto por la ciudadanía.

Refundar la política no es cambiar un politiquero para instalar otro. No es quitar al corrupto del otro bando para poner al nuestro. No es evitar el desangre del erario público en manos de los del partido contrario para poderlo desangrar nosotros. Refundar la política es estar convencido y demostrarlo que de verdad se puede gobernar sin corrupción, sin clientelismo, sin politiquería y para el beneficio colectivo.