PERIÓDICO EL PÚBLICO
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Los políticos tienen fama de ser tercos y cabezas duras. Se enamoran de sus ideas y con ellas se la juegan hasta el final. Lo peor es cuando con esas ideas se obtienen triunfos. De ahí en adelante, consideran haber encontrado la fórmula mágica para salir avante. Si se les objeta algo, ripostan diciendo que llevan años haciendo política, siempre la han hecho así y que eso les ha dado sendas victorias. Cuando aparecen los fracasos, estos los toman de sorpresa. No comprenden que cada proceso es distinto, que ninguna receta sirve para siempre,  que existencia exitosa es la que se ajusta día tras día a los cambios continuos y permanentes que da la vida.
Las campañas del Presidente Santos enseñan cosas que valen la pena aprender. Cuando se enfrentó con Mockus las encuestas y la percepción ciudadana mostraban al candidato verde creciendo y una candidatura oficial estancada y en barrena. Santos tomó una decisión que para muchos políticos es difícil. Casi hizo borrón y cuenta nueva. Cambió su dirección política, aceptó que su slogan de campaña no pegaba, que la imagen publicitaria era rígida y poco convocante y cambió el rumbo. Al final ganó de forma aplastante.
Al finalizar la primera vuelta de esta reciente campaña, Santos iba perdiendo. Reconoció errores y llamó al orden a sus subalternos. Algunos, muy cercanos  él, salieron de la campaña. Comprendió que la estrategia publicitaria era débil, que los mensajes no calaban, que faltaba sensibilidad y emoción a la campaña, que no había contundencia en el llamado a la paz, que debía mostrarse con más carácter y exigir resultados y trabajo.
El candidato Zuluaga había ganado con una fórmula simple. No confrontaba. Para eso estaba su jefe Uribe. Aparecía como un hombre amable, conocedor, con propuestas claras y concretas, un candidato sereno e imperturbable. Al salir ganadora la estrategia debía mantenerse y reforzarse. No sopesó la posibilidad de un verdadero cambio en la otra campaña. Los asesores de Santos lo mostraron agresivo en los debates, punzante pero tranquilo, con cifras en la cabeza y mostrando resultados evidentes y propuestas aterrizadas y concretas. Zuluaga fue sorprendido, se salió de su formato y mostró una cara intolerante, pendenciera y retaliadora. Su estrategia publicitaria, como era la ganadora, se mantuvo igual. Su mensaje, también ganador, no se modificó y al contrario, se intensificó. Los resultados los conocemos. Ganó Santos que fue capaz de reinventarse.
Cuando se habla del cambio todos creemos entenderlo. Pensamos que el cambio es obvio y que es claro para todos. Sin embargo, una cosa es entenderlo y otra asumirlo. Es decir, vivir entendiendo que la incertidumbre es inherente a la vida, que toda certeza es temporal, precaria e inestable y que necesitamos estar revisando de manera permanente los puntos de vista que nos formamos a diario. Nuestra cultura es la de la estabilidad, la de la costumbre y del no cambio. Asimilamos la seguridad a la quietud, a la permanencia, a las modificaciones tan leves y graduales que los cambios no se sientan. De verdad, nos da miedo el cambio, aunque nos llenemos la boca invocándolo.