Por:
AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Las
costumbres familiares cambian con cada generación. En unos casos mucho. De ninguna manera traigo a colación estas
reflexiones por nostalgia, sino porque considero que se cometen errores que
redundarán en perjuicio de los que menos deben pagar los platos rotos. Me
refiero a la educación de los hijos en los hogares.
Hoy
es costumbre que los padres le ayuden y en muchos casos, les hagan las tareas a
sus hijos. Casi siempre es la madre la encargada del tema. Parece que da
orgullo que a los hijos les vaya bien en el colegio, así toque hacerles sus
deberes mientras ellos chatean, hablan por celular, navegan en internet, ven
televisión, juegan con sus amigos o simplemente descansan.
También
se ha hecho costumbre, que los padres quieren ser amigos de sus hijos.
Desearían ser sus mejores amigos y algunos de eso se jactan. Si bien es cierto
que las brechas generacionales no son insalvables, es anormal que un niño tenga
como mejor amigo a un adulto, sin importar si es su padre o su mamá. Los niños
debes ser amigos de otros niños. Los padres debemos estar cerca, siempre
atentos a ayudarlos, a colaborar a que ellos aprendan sus responsabilidades
para la vida, pero dejándolos ser niños o jóvenes… Otra costumbre, sustentada
en dudosas teorías psicológicas sobre el desarrollo infantil, es la de hablar
con los niños de manera franca y clara, como se dice a “calzón quitado”. Se
encuentra uno con padres tratando de entender temas difíciles para poder hablar
sin rodeos con su hijito de 5 años…
El
problema radica en que los padres están tratando a los niños como si ellos
fueran adultos chiquitos. Apelan a las reglas de la lógica para que sus niños
entiendan que no deben hacer regueros cuando consuman sus alimentos, o enmugrar
sus vestidos mientras juegan en el patio. Se les olvida que los niños tienen un
cerebro en crecimiento, una personalidad y una inteligencia en formación y que
su capacidad de comprender muchas cosas requiere procesos de maduración, tiempo
y paciencia. Me imagino la claridad mental que le queda a un niño de, digamos
tres años, cuando le explican por qué debe vacunarse, rezar el padre nuestro o
comer verduras frescas…
Los
niños tienen una capacidad distinta a la de los adultos para entender,
comprender y asimilar las cosas. Sus problemas tienen dimensiones completamente
distintas a los de los adultos. Sus lógicas e ilaciones son diferentes. Dicho
en otras palabras, hay que aprender a pensar como los niños para entenderlos y
ayudarlos. Con nuestro apoyo deben aprender a construir autocontroles, pero son
ellos los que deben hacerlo. Si los ayer niños y hoy jóvenes hacen pataletas,
se enojan y dejan de hablarles, se tornan rebeldes e insoportables, es porque
los padres ya casi que perdieron la oportunidad de ayudarles a construir los
autocontroles que se necesitan para la vida adulta y en comunidad.
Para
evitar dolores de cabeza, lo mejor es prevenir. Desde pequeños acompañarlos y
apoyarlos, pero desde sus lógicas y formas propias de aprender, entender y ser
en el mundo.