Por: AGUSTIN ANGARITA
LEZAMA
Platón, el filósofo
griego, enseñaba que la sabiduría no tenía nada que ver con la opinión, a la
que denominaba doxa y a la vez, como la forma menos confiable del
saber. Para alcanzar un saber verdadero, Platón postulaba la necesidad de
someter el conocimiento a discusión colectiva para, escuchando y confrontando
diferentes argumentos y puntos de vista, ir decantando y elevando el
conocimiento. Este proceso lento y esforzado de ascenso del saber, lo llamó
Platón episteme. Un punto clave en esta metodología para construir conocimiento
era la reflexión. Es el acto mediante el cual una persona revisa lo actuado, lo
sopesa, lo confronta y al evaluarlo puede descubrir errores, debilidades y
falencias y en consecuencia, si es del caso, corrige, modifica o rechaza
creencias y comportamientos.
La reflexión se
constituye, entonces, en la columna vertebral de la sabiduría. Sólo mediante
ella es posible que un ser humano caiga en cuenta de sus equivocaciones y tome
los correctivos necesarios. No obstante, la reflexión es bastante escasa en
nuestro medio. Ante cualquier crítica, en lugar de escucharla y revisarla con
atención para luego reflexionar, lo que usualmente se hace es atacar al crítico, sin tener para nada en
cuenta si las críticas tienen algún fundamento. Cada persona encerrada en sus
certidumbres y certezas, se considera como portador de la verdad, luego lo que
dicen los otros, no es un tema de diferencia, sino de equivocación o mala fe. Y
su deber es convencer al otro, nunca escucharlo, porque el otro estaría
viviendo en el error. El tema es sencillo: yo tengo la verdad, el otro no es
diferente ni distinto, sino un ser equivocado y todo lo que diga no deja de ser
un cúmulo de sandeces. ¿Para qué escucharlo o reflexionar sobre lo que dice?
Se considera más valioso
blindarse con una buena disculpa, que reflexionar sobre los argumentos del
otro. Además, validos de la filosofía de los futbolistas de que la mejor
defensa es el ataque, ante cualquier comentario, que se asume ya equivocado
desde su origen, se sale lanza en ristre, no importa si hay que calumniar, mentir
o desprestigiar con toda saña, sevicia y alevosía, a negar al que opina
diferente.
Yo creo que esta manera de
organizar el pensamiento en la que nos sentimos dueños de la verdad, en la que
creemos que nuestro entender es universal y compartido por todos, en la que
asumimos la diferencia como afrenta o como una declaración de guerra, en la que
negamos al otro como actor legítimo para convivir y solo lo vemos como enemigo,
y en la que la reflexión no se utiliza por innecesaria o inútil, constituye los
elementos con los que se adoba la violencia con todas sus consecuencias.
Llamar a la reflexión es
llamar a construir paz, a aprender a respetar a los demás, a mejorar la
convivencia, a fortalecer los lazos de interrelación interpersonal, a aprender
a vivir con alegría y dejar de lado cargas de odio y resentimiento que
enturbian la mirada de los que se aferran a sus verdades y poco reflexionan .