PERIÓDICO EL PÚBLICO

Por: Alberto Bejarano Ávila

Una ley física dice que “todo espacio vacío tiende a llenarse” y el realismo enseña que en política todo espacio está lleno. La política es como es, atestada de políticos que son como son, no como quisiéramos que fueran y si bien abundan políticos malos y regulares, verdad es que el buen político es especie en vía de extinción. Así visto, el único punto de partida que hoy tenemos para gestionar el desarrollo desde lo público es esa pseudo-política y su politiquería que pervive por nuestra anuencia o desidia y, por ello, seria cándido alegar que deben higienizarse esos espacios y llenarlos de ideas nuevas y políticos coherentes y consecuentes… ¿de dónde los vamos a sacar?


Saber que un futuro socialmente justo y prospero no deriva del designio mesiánico sino de la visión y determinación del tolimense y saber que la acción política es lánguida y errática porque la sociedad civil no traza coordenadas programática, son razones que llevan a comprender que la nueva historia únicamente puede surgir de una dinámica compleja y caótica de rancias y nuevas ideas, de propuestas sensatas y necias, de nuevas fuerzas políticas y partidos agotados, de audacia e indolencia, de afectos y rencores, de confianza y suspicacia, de una carga vario pinta de intereses altruistas e inicuos y de visiones futuristas y cortoplacistas. No podría ser de otra manera.

Desde este enfoque, propongo a toda organización social, cívica y gremial, al profesional, al intelectual, al académico y a todo tolimense, invitar a los políticos a signar un pacto de respeto mutuo que dignifique el acto de elegir y el desempeño del elegido. Explico. Como gesto demócrata y de respeto al actor político desaprobamos el voto en blanco, la abstención y el maniqueísmo feroz que de algunos hace “gente buena” y de “malo” a todo político, pero con la innegociable condición de que cada político se comprometa a respetar a la sociedad, a no abusar más de sus pobrezas, su endeble cultura política, sus necesidades, sus ilusiones, sus derechos y su proverbial candidez. Respetaré y me respetan, sería el signo distintivo de la nueva democracia regional.

Sería ingenuo creer que sin mecanismos de verificación un pacto protocolario dé resultado  y, por ello, cada grupo de interés específico de la sociedad civil debe expresar con claridad y rigor y en espacios de diálogos metódicos y serios, su visión y sus proyectos. Así cesaría el caudillismo y la vieja práctica del discurso unidireccional y demagógico y, desde el consenso, el eventual candidato asumiría compromisos en su agenda de gestión o proyecto político. Pero, además, debe crearse un observatorio del desempeño político regional que garantice que el acuerdo no se convierta en rey de burlas y que la opinión pública pueda saber de manera fiable y continua del cumplimento de tareas. Esto es, creo, lo que el teórico denomina participación social o autentica democracia.

Que los intereses políticos o partidistas merezcan más importancia que los intereses de la comunidad o del colectivo es aberración que acabará si los dirigentes renuncian a su frívola zona de confort, “afinan” la calidad de las propuestas de la sociedad civil y replantean el recurrente “foro preelectoral” que, en verdad, terminó siendo inútil parodia de democracia.


Grande es la duda sobre el futuro de esta propuesta, pero más grande es la certeza de que la democracia regional sólo será herramienta de construcción colectiva cuando esté inspirada en principios regionalistas, reglas precisas, estrategias inéditas y controles severos, atributos que bien identifican a las sociedades que renunciaron a sus prácticas bárbaras y disociadoras y con sentido histórico y autonómico optaron por el respeto muto entre política, sociedad civil y economía.