PERIÓDICO EL PÚBLICO
Por: Alberto Bejarano Ávila
La agencia de las Naciones Unidas dedicada a los asentamientos humanos califico a Ibagué como la sexta ciudad más próspera de Colombia y “Doing Business” ya la había certificado como segunda mejor ciudad para hacer negocios. ¡Hijuemadre, que aterrizada! Esas lumbreras de la burocracia mundial me hicieron caer en cuenta que mis cataratas me están dejando ciego, que mi majadería aumenta, que mi sentido de las proporciones se chifló, que alucino con desusadas ideas de prosperidad y que todo lo estudiado sobre el desarrollo era pura apología comunistoide.  
Me disculpo por el desatino de negar vivir en prosperidad, por señalar de desempleados a quienes en verdad son turistas alelados recorriendo lugares de ensueño, observadores de aves en bancas de parque o membrecía del club de conversadores reunida en tinteaderos. Que vaina, igual tildé de subempleados a quienes practican un deporte nativo que consiste en empujar carretillas llenas de frutas y verduras de cosecha por las calles, seguidos por fans de traje verde y a tanta gente cuyo hobby es terciarse una cajita y regalar dulces y minutos de celular en un andén.
Por inculto y obsesivo creí que la inseguridad crecía; veía calles acabadas cuando sólo era distorsión óptica; confundía pistas de competencia internacional de motocross con intransitables vías rurales; desconocía que la ola de suicidios obedecía a que teniéndolo todo, como en Suecia o Suiza, no quedaban motivos para vivir y luchar y, por inquina, atribuía esa tragedia a las pobrezas, desesperanza e incertidumbre; argüía con sarcasmo ácido que las industrias de “la ley armero” habían fracasado y que el humo y olor de sus típicas chimeneas eran de “maracachafa” verde.
La tirria cegaba mi razón y me hacía víctima de una economía colonizada, sin saber que de tolimenses es al menos un 50% del capital accionario y los cargos directivos de los shopping malls (decimos los snob) que abren en la capital mundial de la música. Allí, ahora sé, venden una infinita gama de manufacturas locales y también sanos alimentos procesados en la cadena agroindustrial tolimense localizada en municipios y veredas para dar valor agregado y sostenibilidad al trabajo de nuestros prósperos campesinos y, de paso, potenciar aún más su vocación exportadora.
La pasioncilla me ofuscaba y me hacía ver por doquier políticos oportunistas y clientelistas y no admitía que ellos en realidad son estadistas-regionalistas que trabajan codo a codo con todos los actores de la sociedad civil y de la economía para hacer sustentable nuestra calidad de vida y no como ocurre en esos pueblos atrasados, donde, sépanlo ustedes, las vías se “despavimentan” a mayor ritmo del que se pavimentan, pululan lotes de engorde, se alzan más tugurios que casas de interés social, parques y zonas recreativas y se nombran doctos para que hagan gestión pública y los muy zorros y perezosos contratan con terceros esa gestión para dedicarse a politiquear.

En fin, que sería de nosotros sin la objetividad y sabiduría del burócrata internacional que nos enseñó a valorar nuestra prosperidad; tal vez tendríamos talante medioeval y creeríamos vivir en un pueblo arcaico y abandonado. Como la gratitud es don de gente civilizada y cosmopolita y sabiendo que sin burócratas de la ONU y “Doing Business” no tendríamos conciencia del privilegio de vivir en una urbe progresista, culta y tranquila, propongo invitar a quienes certificaron a Ibagué como ciudad prospera y negociante para que el Alcalde descubra una placa en su honor, contigua a la escultura de López de Galarza y más elegante que la de Vernon en Cartagena. Ah, faltaba más, invitemos también a Carlos, el de Gales, para que la monarquía inglesa legitime el suceso.