PERIÓDICO EL PÚBLICO: junio 2014
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Los políticos tienen fama de ser tercos y cabezas duras. Se enamoran de sus ideas y con ellas se la juegan hasta el final. Lo peor es cuando con esas ideas se obtienen triunfos. De ahí en adelante, consideran haber encontrado la fórmula mágica para salir avante. Si se les objeta algo, ripostan diciendo que llevan años haciendo política, siempre la han hecho así y que eso les ha dado sendas victorias. Cuando aparecen los fracasos, estos los toman de sorpresa. No comprenden que cada proceso es distinto, que ninguna receta sirve para siempre,  que existencia exitosa es la que se ajusta día tras día a los cambios continuos y permanentes que da la vida.
Las campañas del Presidente Santos enseñan cosas que valen la pena aprender. Cuando se enfrentó con Mockus las encuestas y la percepción ciudadana mostraban al candidato verde creciendo y una candidatura oficial estancada y en barrena. Santos tomó una decisión que para muchos políticos es difícil. Casi hizo borrón y cuenta nueva. Cambió su dirección política, aceptó que su slogan de campaña no pegaba, que la imagen publicitaria era rígida y poco convocante y cambió el rumbo. Al final ganó de forma aplastante.
Al finalizar la primera vuelta de esta reciente campaña, Santos iba perdiendo. Reconoció errores y llamó al orden a sus subalternos. Algunos, muy cercanos  él, salieron de la campaña. Comprendió que la estrategia publicitaria era débil, que los mensajes no calaban, que faltaba sensibilidad y emoción a la campaña, que no había contundencia en el llamado a la paz, que debía mostrarse con más carácter y exigir resultados y trabajo.
El candidato Zuluaga había ganado con una fórmula simple. No confrontaba. Para eso estaba su jefe Uribe. Aparecía como un hombre amable, conocedor, con propuestas claras y concretas, un candidato sereno e imperturbable. Al salir ganadora la estrategia debía mantenerse y reforzarse. No sopesó la posibilidad de un verdadero cambio en la otra campaña. Los asesores de Santos lo mostraron agresivo en los debates, punzante pero tranquilo, con cifras en la cabeza y mostrando resultados evidentes y propuestas aterrizadas y concretas. Zuluaga fue sorprendido, se salió de su formato y mostró una cara intolerante, pendenciera y retaliadora. Su estrategia publicitaria, como era la ganadora, se mantuvo igual. Su mensaje, también ganador, no se modificó y al contrario, se intensificó. Los resultados los conocemos. Ganó Santos que fue capaz de reinventarse.
Cuando se habla del cambio todos creemos entenderlo. Pensamos que el cambio es obvio y que es claro para todos. Sin embargo, una cosa es entenderlo y otra asumirlo. Es decir, vivir entendiendo que la incertidumbre es inherente a la vida, que toda certeza es temporal, precaria e inestable y que necesitamos estar revisando de manera permanente los puntos de vista que nos formamos a diario. Nuestra cultura es la de la estabilidad, la de la costumbre y del no cambio. Asimilamos la seguridad a la quietud, a la permanencia, a las modificaciones tan leves y graduales que los cambios no se sientan. De verdad, nos da miedo el cambio, aunque nos llenemos la boca invocándolo. 
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Culminaron las elecciones con resultados conocidos. Reelección del presidente, derrota del Centro Democrático, enaltecimiento del proceso de paz y repudio a la guerra. Cada sector interpreta las cifras electorales desde su particular punto de vista.
Para los del Centro Democrático, les cae como anillo al dedo aquella frase de Francisco Maturana: “perder es ganar un poco”. Donde sacaron algunos votos de más empiezan a hacer cábalas y se ilusionan pensando en listas para concejos y asambleas, candidatos ganadores para alcaldías y gobernaciones. Se les olvida, o quieren no acordarse, que cada elección es distinta. Que su venerable Álvaro Uribe, siendo presidente, con todo el poder de la entrega personal de cheques en los consejos comunitarios a Familias en Acción, a Familias Guardabosques y cuanto líder comunal pedía su apoyo, perdió las elecciones con sus candidatos en las grandes ciudades. Bogotá, Cali, Medellín, Barranquilla, Bucaramanga y un largo etcétera, son ejemplos de lo afirmado.
Por el lado de los reeleccionistas, ocurre como con las víctimas. En Armero vivían 50 mil personas, la catástrofe arrasó con 30 mil y aparecieron 80 mil damnificados. Ahora todos ganaron. La campaña de Santos debería demandar a la Registraduría porque según los que dicen que votaron por él, la cifra supera los 10 millones de sufragantes… Son miles los que aspiran a que se les compense su “esfuerzo” con contratos, puestos o favores. El triunfalismo también cunde por doquier.
Que el abstencionismo haya sido abrumador a nadie le importa. Con los poquitos que votaron fue suficiente para elegir. Y los que se abstuvieron ahora tienen que aceptar los resultados. ¿Por qué no votaron? ¿Será que los hastía el clientelismo que dirige la política? ¿Será que la corrupción cada día desencanta y desanima a más gente? ¿Será que la ciudadanía ya no cree en la honradez ni en los rezos e invocaciones religiosas de sus gobernantes?
En el país hacer oposición no es presentar propuestas, soluciones sustentadas ni visiones alternativas y realizables sobre los problemas que se viven. Es simplemente decir o gritar que no están de acuerdo, que no les gusta algo, amenazar con denuncias ante los entes de control y mostrarse como salvadores y adalides de la moral y la honestidad.
La política dejó de conectarse con la gente. Perdió legitimidad y arraigo popular. Para algunos el tema tan simple como contratar medios de comunicación. Para otros, el tema es de buenos discursos y arengas inflamadas. Creo que el asunto es de coherencia, de reales liderazgos, de programas bien pensados y ligados a las necesidades y sueños de los ciudadanos. De verdaderos políticos preparados y capaces. No de politiqueros que simulan sapiencia, honestidad, amor por su terruño y respeto por la ciudadanía.

Refundar la política no es cambiar un politiquero para instalar otro. No es quitar al corrupto del otro bando para poner al nuestro. No es evitar el desangre del erario público en manos de los del partido contrario para poderlo desangrar nosotros. Refundar la política es estar convencido y demostrarlo que de verdad se puede gobernar sin corrupción, sin clientelismo, sin politiquería y para el beneficio colectivo.
Por: Carlos Orlando Pardo

Vale decir que no sólo deben ser los deportistas y las actrices, las modelos y los políticos quienes merecen alcanzar los reconocimientos de los medios. También deberían estar los compositores e intérpretes, los teatreros y los novelistas, los poetas y los líderes comunitarios, los maestros y los médicos, entre miuchos buenos ciudadanos. Sin que medie lo episódico entre el fragor de un campeonato mundial de fútbol y el vértigo de unas elecciones, continúan brillando estas estrellas de la vida y la cultura.  Es lo que acaba de pasar en Neiva donde el diario La Nación, al cumplir sus primeros 20 años, exaltó a un inmenso valor del Tolima Grande como lo es Rodrigo Silva. Estuvieron representantes de todos los sectores de la sociedad, incluyendo al presidente Santos, brindando el homenaje a un compositor e intérprete que ha sido precursor de la paz con su música y el sentido patrio y amoroso de sus canciones. Estuvimos orgullosos acompañando al artista en mayúsculas y golpeando nuestras palmas en un aplauso que salía desde lo más profundo de nuestros corazones. Nada es gratuito porque se ha ganado el respeto y el prestigio por su ser sensible demostrado a lo largo de casi cinco décadas en una lucha sin cuartel por la música folclórica y la región andina. 
Y representándonos en diversos lugares del mundo donde arranca emociones y admiración por sus virtudes. No se trata entonces de una estrella fugaz sino de una lámpara encendida a pesar de las vicisitudes por las que ha debido atravesar, a veces casi perdido como Arturo Coba en La Vorágine. Pero sigue su luz hasta encarnar una gloria viva al estilo de los guerreros auténticos y de quienes perfilan su itinerario como para simbolizar lo esquivo de la inmortalidad. El centro de convenciones José Eustasio Rivera se hallaba hasta las banderas y varios aplausos prolongados rindieron honor al artista. Desde los concejales y diputados, los secretarios de despacho departamental y el gobernador, el alcalde con su equipo, la Academia de Historia y variados músicos y escritores, las directivas de la Cámara de Comercio, el grueso de los parlamentarios de diversos partidos y matices, el ministro de hacienda, en fin, unas mil quinietas personas luciendo sus mejores galas de tierra caliente, junto a la música y el ballet regional, fueron el marco para celebrar a Rodrigo Silva y a un diario independiente que ha logrado, tras las naturales dificultades de un medio impreso impecable, permanecer vigente y con respeto de parte de sus lectores en el sur colombiano. Se cumplían igualmente los 90 años de la publicación de esa obra maestra que es la Vorágine, con páginas y páginas dedicadas a textos, frases, críticas y fotografías de este orgullo de las letras huilenses y nacionales, al igual que sin timideces ni tacañerías dos páginas centrales a Rodrigo Silva, sin que faltaran otras noticias de la cultura. Qué diferencia con lo que hallamos en la región donde este tipo de actividad está reducida a pequeñas pildoritas, seguro de buena fe, pero sin que se atrevan a destacarlas como es debido, salvo los refritos enciclopédicos alrededor de autores que se sacan de internet. Lo único cierto es ver cómo, a este compositor que es sin duda la última gloria viva dentro de la música que nos queda del interior, se le rindieron los honores que merece y que relatamos como ejemplo para ser imitado por nosotros en esta parte del país adonde decidió pasar desde hace ya no pocos años el desarrollo de su productiva existencia. 45 años junto a Álvaro Villalba en el inolvidable dueto que ha recorrido muchos lugares del mundo donde igualmente recibieron reconocimientos grandes como el de Nueva York cuando fueron declarados Mariscales de la Hispanidad, marcan el distintivo de quienes como Rodrigo conservan el placer del estudio y la composición, la sencillez como evangelio y el buen humor como defensa ante las amarguras de la vida. El resto es silencio, al decir de Shakespeare.


Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
En días pasados en un diario de circulación nacional un columnista, a propósito de la euforia que desató el triunfo de Nairo Quintana en Italia, expresaba su escepticismo, pesimismo y descontento con los colombianos en general.
Difiero de él. Considero que en este país mucha gente hace patria, desde los rincones más remotos, por su compromiso con su país, por su voluntad indeclinable de servir, por su amor al prójimo. Veamos ejemplos. En un bello programa del Ministerio de Educación se realizó una expedición pedagógica para buscar nuevas experiencias educativas. En apartados rincones de la geografía nacional, sin más ayuda que su inteligencia y su deseo de servicio, se encontraron maestros con una imaginación y creatividad asombrosa inventándose mil formas de enseñar y todas respaldadas por asombrosos resultados.
Hace un año entre los mejores resultados de las pruebas Saber 11, calificaron varios estudiantes de un humilde colegio en Santander. Con mobiliario deficiente, sin biblioteca, sin apoyo de las TIC, sin desayunos escolares y con mucha ausencia del estado. Pero con maestros y directivos docentes comprometidos con sus alumnos, su institución, su región y su país. Ellos demostraron que la educación necesita, primero que todo, maestros capaces y responsables. Qué bueno que tengan ayudas tecnológicas y buenas instalaciones educativas, pero ellas sin los maestros no sirven para mayor cosa.
En mi profesión como médico conocí hace varios años en un hospital extranjero, una innovación tecnológica que permitía, en caso de heridos con abundante sangrado interno, limpiar su sangre para reutilizarla en el paciente. Pregunté los costos del aparato y eran astronómicos. Meses después, en Medellín, conocí un colega que había inventado un aparato que hacía lo mismo que el extranjero que me había deslumbrado, pero baratísimo y a la mano en cualquier lugar. Ingenio colombiano al servicio de salvar vidas.
No es cierto que los malos sean más. Creo en la gente colombiana. Creo en su talento y sus buenas intenciones. Que hay algunos pícaros y tramposos, no lo dudo. Pero en este país hay mucha gente generosa que da sin pedir nada a cambio y sin hacer alharaca. Son gente optimista,  con los ojos llenitos de bondad y con la solidaridad a flor de piel. Conozco personas que salen de sus casas en la noche con una olla y platos a repartir comida caliente a indigentes y necesitados. No pertenecen a ninguna religión ni están recolectando adeptos para ninguna causa.
Otros organizan equipos y competencias deportivas para ofrecerles soluciones a niños o jóvenes con problemas de drogadicción. Otros organizan grupos de danza, de música o de arte. Casi mendigan en muchos sitios para obtener ayudas para seguir ayudando. Otros organizan comedores infantiles o para adultos mayores solamente por la satisfacción de servir. Hay quienes ayudan  sin esperar contraprestaciones a enfermos terminales o con enfermedades raras. Otras personas enseñan, alfabetizan, forman gratis a quien lo necesita. Conozco un grupo que arma casas gratis para población vulnerable. Esta gente y mucha otra que sale adelante pese a las dificultades, nos hacen sentir que tenemos esperanza. Mucha esperanza.
www.agustinangarita.com
Conocí a Evelio Rosero hace 33 años desde cuando su juventud era similar a la nuestra al publicar el pequeño libro inicial. Una tarde llegó al apartamento de mi hermano Jorge Eliécer, en Bogotá, acompañado de Juan Carlos Moyano y el almanaque de la pared marcaba el año de 1981. Llevaban el entusiasmo de su primera publicación que nos fue entregada entre timideces y expectativa, mientras nosotros ojeábamos los textos y nos dedicamos a conversar celebrando con algunos tragos. Fue la primera de largas entrevistas a lo largo de las décadas siguientes en donde cada uno siguió su vida de escritor. Con el tiempo, el par de muchachos comenzaron a aparecer de manera continua en los medios y se transformaron en parte esencial del inventario de la nueva literatura colombiana que valía la pena. Rosero ya tenía en su haber premios nacionales de cuento como el del Quindío en 1979, se ganaría al año siguiente ya en libro en este género el iberoamericano Netzahualcóyoltl en 1982 y el internacional de novela breve La Marcelina con Papá en santo y sabio. Por aquel entonces del encuentro, Evelio llevaba El eterno monólogo de Llo, un poema novelado, su primer libro y despues coincidimos poco tropezándonos en un avión rumbo a encuentros de escritores, en una librería o en alguna fiesta de amigos comunes. 
 Dos años después ya se vino con un libro grande surgiendo como novelista en 1986 al publicar Juliana nos mira que reconstruía su adolescencia y a los dos años El incendiado consolidándose en el mundo literario. Es solo la persistencia terca en el trabajo lo que nos puede llevar a estos estadios y en donde el azar, como él mismo lo bautiza, ofrece la circunstancia feliz de una lotería literaria al coronar premios de importancia. Vendrían otros libros como Los almuerzos y Los ejércitos, premio Tusquets de novela, llevado incluso al teatro por Juan Carlos Moyano y La carroza de Bolívar que acaba de condecorarse con el Premio Nacional de Novela 2014. La calidad de su obra lo condujo igualmente a ser traducido a más de 20 lenguas y a recibir otras distinciones internacionales como el prestigioso Independent Foreign Fiction Prize en el Reino Unido y el Premio Internacional ALOA en Dinamarca. Sin embargo, ha sido el cuento corto una de sus devociones y una pasión irreductible que lo seduce de manera continua y que significa, sin duda, la muestra de una exigencia consigo mismo para lograr como lo hace, simplemente la maestría. Comenzó como todos publicando cuentos en El Tiempo y El Espectador, pero circuló mucho por el tema de la infancia llevada a la literatura infantil cuestionando siempre la violencia, convirtiéndose por ejemplo con El aprendiz de mago y otros cuentos de miedo, en un representante sobresaliente del género. Nuestras charlas iban con nuestra experiencia de vida en Barcelona o en su caso también en Paris, sin dejar por fuera los aprendizajes en provincia que tanto marcaron sus primeras obras. En su último viaje a Ibagué a la Feria de Libreros Independientes que tuvo tanto éxito y a él como invitado especial, hace algunas semanas, pudimos compartir largas y hermosas horas junto a Benhur y Héctor Sánchez, quedándonos con su última aparición bibliográfica, 34 cuentos cortos y un gatopájaro,  título que la joven editorial “destiempo” entregó a los lectores colombianos en abril de este año 2014. Se trata de un pequeño pero hermoso texto editorial de 114 páginas que muestra el poder de la síntesis, el lenguaje eficaz y poético y un mundo insólito y original con historias sorprendentes. El universo con el que se tropieza el lector, constituye una antología con relatos publicados entre 1978 y 1981 y que aparecieron en diversas revistas y periódicos de Bogotá, algunos de los cuales fueron incluidos en antologías de cuento corto latinoamericano, así como en selecciones de cuento internacional publicados en Francia y Alemania.  Dejamos entonces un brindis literario para el amigo que por encima de lo mediático ha seguido una carrera por encima de toda pretensión, salvo la de hacer bien su oficio.
Por: Hugo Neira Sánchez.
   Parece que es el lema de la contienda presidencia que va a terminar por fin en pocos días;  Chuzadas acusaciones falsas, ataques personales, “mermelada” etc., con complicidad de alguna prensa escrita y hablada (la cual no tiene censura pero si dueños interesados en su futuro) ha tenido que sufrir el electorado colombiano, que esta asqueado de tanta bajeza usada por personajes que nos va  gobernar durante cuatro años. Realmente es asombroso ver un personaje como Gaviria, cuyo gobierno dejo mucho que desear, bajarse al “Ring político” con su voz aflautada a pelear como un “gamín”, se pregunta uno de que le ha servido estar en el organismo internacional de la OEA codeándose con el jet político mundial!
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Este título parece ser la consigna de los comerciantes y sus empleados antes que el comprador haya pagado por su artículo. Cuando usted va a una constructora, por ejemplo, la empleada o empleado, dependiendo del sexo del cliente, se para y lo recibe con una gran sonrisa  y con amabilidad pasmosa le muestra con lujo de detalles el apartamento o casa que usted puede comprar. La publicidad que le entregan destaca todas las bondades del producto a vender. Toda inquietud es resuelta a prisa porque el cliente siempre tiene la razón…
Igual cuando va a comprar un carro, nevera o juego de sala. Usted es tratado como si siempre tuviera la razón. Especial mención merecen las empresas que venden telefonía celular. Tan solo al entrar le llueven los encargados de venta de aparatos móviles. No hay duda que no resuelvan y su trato es cortés y amable. La famosa razón que siempre le dieron la pierde usted cuando firme el negocio. La celeridad con la que le vendieron no se compadece con la lentitud y la tramitomanía  con la que le toca enfrentarse al presentar un reclamo.

Detrás de mis Cuentos

Benhur Sánchez Suárez

Los seres humanos, cada uno en su momento, han vivido profundas crisis que los han llevado a responder de diversas maneras para desarrollar sus estrategias de supervivencia. Escribir es una de esas formas para lograr soportar los embates de la realidad. Y esta ha sido, en síntesis, parte de mi respuesta.
Es como si el escritor, al crear un universo imaginario, lograra dominar el universo real donde convive con la desgracia y al mismo tiempo con la alegría, con el odio y el amor, con la lealtad y la traición.
Por eso se dice que las obras reflejan el estado anímico del escritor, su estado íntimo, su manera de enfrentar cada paso hacia el éxito de vivir. En la medida de la constancia y la disciplina se logra ir dominando ese universo imaginario, esas mentiras que han de convertirse en las grandes verdades para los seres humanos que accedan a ese mundo ficticio, que ellos considerarán verdadero. El éxito del escritor está en que le crean sus ficciones y se apropien de ellas.
Carlos Orlando Pardo

Alguna vez José María Vargas Vila se enorgullecía en uno de sus libros por haber provocado varias muertes. Se le notaba en sus frases cortas y contundentes el tufillo de orgullo por aquellos suicidios. Me sorprendió al leerlo porque fui siempre uno de sus lectores y su admirador, ante todo en la catilinaria política que se asimila a una ametralladora pegando usualmente en el blanco. Lo suyo es contundente, ácido y profundo, dicho de manera elocuente aunque retórica. Luego me pregunté ¿Cómo la lectura de un libro puede causar estos extremos? Lo único cierto cuando se recorren las páginas de una historia que impacta es que no quedamos igual. No es tanto a veces lo que se cuenta sino la forma de hacerlo que nos invade con eficacia y nos lleva al cambio. En muchas ocasiones nos vemos reflejados en una situación como si escribieran nuestra propia vida o por lo menos aspectos de ella que nos sorprenden y nos conducen a la reflexión. Todo aquello quedó como un pasaje olvidado de mi oficio hasta cuando llegué a escuchar de una de mis lectoras, en Miami, que tras leer mi novela Verónica resucitada, no sólo se detuvo varias veces a llorar,- lo que me confesaron públicamente varias, sino cómo duró dando vueltas varios días y se dirigió a la casa de su madre. Llevaba 20 años sin hacerlo y gracias a la lectura de la novela, decidió perdonarla. No quise preguntar cuál sería su pecado- advirtió que no era tan grave como el de mi protagonista, pero que sintió cómo su existencia regresaba a los cauces normales y se despojó del peso que en tantas ocasiones lo sobrevellaba como una dura carga. Una especie de corrientazo me recorrió y advertí días después, gracias a Jackie, que por ese solo hecho valía la pena haberla escrito. La verdad es que no medimos lo que pueda despertar un libro cuando decidimos abordarlo desde las obsesiones más recónditas ni mucho menos saber, a la larga, que por encima del deleite estético, vaya a tener tales efectos. En otras ocasiones, por ejemplo con mi último trabajo publicado, El beso del francés, los comentarios no se hicieron esperar. Me dijeron que ignoraban totalmente tantos secretos de los que llegaron a fundar mi tierra natal, que se dedicaron a buscar en otros libros lo ocurrido tantos años antes y que por fin sabían los secretos de su prehistoria. Todo esto podría tener cierta validez, pero se trataba de una novela y no de la historia propiamente, pero estos lectores se apropiaban de ella como si en absoluto todo lo contado fuera estrictamente cierto y olvidando, de contera, que hablaban de un libro de ficción. No hago sino evocar cómo, el inmenso Juan Rulfo dijo alguna vez, de qué manera la literatura es una falsedad pero no es una mentira. Al final entiendo que por encima de los medios de comunicación de hoy que son tan maravillosos, los libros continúan representando un ritual mágico donde un lector solitario se enfrenta a una ficción y como Supermán, al tomar un carbón en sus manos, al apretarlo, se convierte en diamante. Aquellas acciones fingidas en todo o en parte que causan placer estético a los lectores o en otros casos sufrimiento, genera caracteres, pasiones y costumbres que simulan un espejo de la realidad, su otra cara, regresándonos a la vieja tradición de la humanidad en escuchar primero historias y luego leerlas cuando la escritura surgió. Queremos saber cosas, esculcar en pasajes de otras vidas y sentirlas no ajenas. ¿Acaso no existe la estación en España, con restaurante incluido, de donde el señor don Quijote declaró su amor a Dulcinea? ¿No examina uno con curiosidad la casa y el balcón en Verona, Italia, donde se declararon su amor Romeo y Julieta? Todo se volvió verdad cuando no era sino parte de una leyenda y más aún, de una historia contada en libros literarios. Es casi como en la historia de Ionesco en Seis personajes en busca de autor, donde uno de los protagonistas asesina al creador de la obra. La responsabilidad de la palabra escrita no es poca cosa. De ahí la obligación que tenemos los escritores de verdad para atrevernos a relatar algo. Cuando el texto sale publicado en busca de lectores ya no nos pertenece y cuando ellos se apropian de la historia como me ocurrió con la lectora descrita, sentimos alegría pero también la tristeza del hijo que se fue.
Por: AGUSTIN RICARDO ANGARITA LEZAMA
Que grandes emociones no ha deparado este Giro de Italia. Ya la jornada matinal se empieza a entorpecer porque desde muy temprano uno quiere pegarse al televisor a disfrutar de la intensidad de una carrera donde los corredores colombianos han marcado la pauta. Ya un gran ciclista europeo, experto en trepar montañas, había vaticinado lo que estamos viendo. Al conocer las primeras camadas de ciclistas colombianos que se aventuraron en las carreras europeas, expresó que cuando aprendieran los secretos del ciclismo en el viejo mundo serían temibles y casi imbatibles.
Fue en un día lluvioso y triste de mayo, en el año 66,cuando vi llegar, con su rostro pálido y fantasmal, su barba incipiente, su dicción entrecortada, tímida y  nerviosa, arrastrando las erres, como el Julio Cortázar que luego conocí en Paris, a un joven que me pedía, con un cigarrillo entre  sus labios, que, como director de  el diario El Cronista, le diera cabida, en nuestra página literaria que dirigía el poeta Emilio Rico, a  un breve ensayo  suyo sobre la obra de Marcel Proust. Entablamos un diálogo que se prolongó por varios minutos, pese a los afanes que trae el trajín  angustioso de dirigir una publicación diaria. De entrada, comprendí que se trataba de un evidente talento literario, de un hondo espíritu crítico, de un lector dedicado y culto. Un personaje que, por su modestia y  su talante bohemio, estaba refundido en la provincia. Desperdiciado, en un ambiente que no era propicio a sus inclinaciones intelectuales, a su ambiciosa y bien sólida pretensión literaria y a su meta codiciada de escribir una novela, precisamente en la época en que empezaba a despuntar el  llamado boom latinoamericano con sus figuras estelares Juan Rulfo, Octavio Paz, Carpentier, Fuentes, Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez, entre otros. Era Hugo Ruiz, ya conocedor de la obra de todos ellos, lector, además de Faulkner, de Borges, de Bioy Casares. Simpatizante de la poesía de César Vallejo, Miguel Hernández, Barba Jacob, Verlaine, Baudelaire, Poe. No simulaba sus conocimientos y arbitrarias predilecciones y discurría con soltura y densidad, amparado, además,  por una terca, minuciosa e  independiente visión de las obras de todos estos autores, leídos en sus soledades, al amparo comprensivo y protector de su madre, en la casona solariega de la quinta con doce, en la Ibagué de sus pasiones desbordadas,  sus sueños, sus amores y sus discusiones interminables y  obstinadas, con amigos u ocasionales adversarios de café, de bar, o de esquina.. Ese día lejano en las  antañosas instalaciones del mejor diario escrito que ha  tenido el Tolima, en los últimos 60 años, nació una amistad franca, leal, controversial, amena, y firme, que solo interrumpió, vandálica la muerte. Nuestras tertulias memorables en la casa abierta de Carlos Orlando Pardo, sin duda su más entrañable y cercano amigo, nos permitieron gozar, por muchos años gratos, el espectáculo de su talento, su memoria, la terquedad con la cual ,emitía sentencioso sus juicios críticos, sobre libros y autores, con una admirable solvencia,y una profundidad imbatible. Solo una vez lo derroté en una apuesta cuando al evocar yo un soneto de Eduardo Castillo, él se empeñó, caprichosamente, en negar esa autoría, hasta el punto de cometer el desatino de llamar a las 2 de la madrugada a nuestro común y admirado amigo amigo, ser humano excepcional, el enorme escritor cartagenero Germán Espinosa, para que diera su veredicto final sobre la memoriosa disputa poética. Espinosa creyó, por la impertinencia de la llamada de Hugo Ruiz, a  despertarlo a esa hora insólita, que se trataba de una noticia trágica. Y lo fue, finalmente, para nuestro amigo que duró, varias semanas ,para reponerse de esa "derrota" literaria. Es un hermoso recuerdo que Pardo y yo no olvidamos, pues  estamos, venturosamente vivos, para contar la anécdota. Con la publicación y el  éxito de la novela de Hugo, se cumple la sabia sentencia, de que solo vivimos, más allá de la muerte, cuando somos capaces de escribir y de tener lectores, lejos de  nuestra propia vida.


Nos fuimos disolviendo en el tiempo con la creencia cierta de que la novela de Hugo Ruiz era un fantasma que rondaba la vieja casona de la doce con quinta, que asomaba de vez en cuando, siempre esquivo, sin dejarse aprehender ni siquiera de su autor. Estoy sorprendido, pues luego de tantos años, se produjo la transfiguración del mito y hoy los tolimenses podemos con entusiasmo celebrar por fin la aparición (en las tres primeras acepciones de la palabra: acción y efecto de aparecer; visión de un ser sobrenatural o fantástico y fantasma) de Los días en blanco. Balada muerta de los soldados de antaño. El taciturno y siempre nostálgico Hugo se salió con la suya, de manera póstuma, como tal vez lo sabía internamente. Novecientas cincuenta y ocho páginas que lo atormentaron para siempre y por siempre, ven la luz en los ojos cegados de un hombre que creyó en lo que hacia. Un abrazo de regocijo por el paisano que también lo logró.